Una de las principales líneas de investigación sobre el procés trata de desvelar cuál era el verdadero destino de las subvenciones que la Generalitat entregaba al entramado civil independentista. Las pesquisas apuntan a que la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural gastaban parte de los fondos públicos siguiendo instrucciones de la Generalitat.

Estas asociaciones habrían permitido al Govern destinar dinero de todos los catalanes a contratar a activistas con el objetivo de ganar la batalla de la opinión pública en el exterior, y hacerlo escapando a los controles a los que están sometidos las Administraciones Públicas. Entre esos mercenarios estaría Julian Assange, que no ha dejado de propalar infundios sobre la democracia española.

Denuncias en la UE

En la identificación del empleo de técnicas de desinformación para difundir bulos a través de las redes sociales, cada vez es más evidente la huella rusa, tal como acaban de denunciar ante la UE los ministros de Defensa y Exteriores. Se ha detectado la actividad de sockpuppets -perfiles creados para crear y transmitir noticias falsas sobre Cataluña y España-, trolls -perfiles falsos para difundir esas intoxicaciones- y bots -divulgadores robotizados- en suelo ruso. Pero Cospedal, Dastis y el propio Rajoy se han cuidado de culpar al Kremlin de estar detrás de una operación desestabilizadora propia de la cyberguerra: esa acusación generaría un problema diplomático de primera magnitud.

Es sabido que Assange -refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres a quien han visitado en secreto representantes de la Generalitat - ha estado a sueldo de Rusia. Eso refuerza las peores sospechas. Tanto el Kremlin como el Govern han recurrido a los mismos mercenarios para defender sus intereses. Y las informaciones difamatorias contra España y a favor de la independencia de Cataluña en las redes no es casual.

Maniobras desestabilizadoras

La prudencia de las cancillerías no puede ser una excusa para que España y la UE renuncien a investigar los indicios que apuntan a Moscú. Las experiencias del brexit y de las últimas elecciones presidenciales de EE.UU. no dejan lugar a dudas del papel activo del espionaje ruso. Así lo acredita también la Inteligencia norteamericana, que en sus pesquisas estrecha el cerco sobre las reuniones de, Jared Kusher, yerno de Donald Trump, y agentes secretos a las órdenes de Vladimir Putin.

Las guerras modernas se libran cada vez más en el terreno de la desinformación y la propaganda. Las democracias consolidadas están en desventaja porque sus legislaciones son garantistas y reacias a restringir el flujo de información en internet. Pero no se puede obviar que tanto interés puede tener Moscú en debilitar a EE.UU. y Reino Unido interfiriendo en sus procesos electorales como en dinamitar la estabilidad de la UE promoviendo las causas separatistas en su seno. Toca defenderse.