Del discurso con el que Carles Puigdemont replicó en la noche del miércoles al mensaje de la víspera de Felipe VI cabe concluir que su cinismo sólo es comparable a su determinación de romper España y precipitar a la sociedad catalana y española hacia el abismo.

El presidente de la Generalitat pidió “mediación” y se deshizo en apelaciones al “diálogo”, al tiempo que reafirmaba su decisión de no moverse “un milímetro” de su plan de ruptura. Se arrogó también el favor de “todo el pueblo catalán” pese a que su proyecto de independencia pasa por encima de los derechos y libertades de la mitad de sus conciudadanos. Reconoció y celebró la “heterogeneidad” y la “transversalidad” de las manifestaciones que han inundado Cataluña, pero no dudó en anotarse el respaldo de todos los que han salido a las calles.

Dureza policial y escraches

No quedó ahí su descaro. Hizo hincapié en el carácter pacífico de las concentraciones y explotó con fruición los episodios de dureza policial del 1-O, pero sin mencionar los escraches a los cuerpos de seguridad que él mismo ha alentado. Puigdemont se comprometió a defender y velar por los derechos de todos los catalanes, aun cuando no ha dudado en promover el acoso a los alcaldes que se resistieron a participar en el referéndum ilegal del domingo.

Pedro J. Ramírez, El cinismo del golpista, 4 octubre 17

Tampoco tuvo empacho en corregir y reprender a Felipe VI por “sobrepasarse” y no ceñirse -a su juicio- a su papel constitucional de arbitrar y moderar, pese a que la peor crisis que vive España desde 1981 es consecuencia -principalmente- de que él no ha parado de despreciar y pisotear las leyes fundamentales, como le recordó Soraya Sáenz de Santamaría. La vicepresidenta le respondió inmediatamente con una réplica tan esperada como insuficiente, si de lo que se trataba era de refutar y desmontar las mentiras del personaje.

Guiño a Podemos

El presidente catalán no sólo se ha revelado un cínico consumado; también se ha mostrado como un virtuoso en el manejo del doble lenguaje y en la utilización de las bajas pasiones políticas. Por eso se dirigió a los españoles que empatizan o se creen las falacias del independentismo para asegurar que quiere mantener una relación fraternal con el país que está dispuesto a romper. Además, trató de seducir a los electores de Podemos y las fuerzas de izquierda radical con un ataque al Rey: “Así, no”, llegó a decir.

Carles Puigdemont puso el acento de su intervención en una supuesta oferta de diálogo y en una solicitud de mediación sin ofrecer ninguna contrapartida a cambio, como atinadamente le recordó el dirigente socialista José Luis Ábalos. El presidente catalán empezaría a ser creíble si desistiera de celebrar el pleno del Parlament anunciado para el próximo lunes, en el que -si el Gobierno no lo impide antes- tiene previsto culminar su golpe. No es la primera vez que el Estado, en situaciones de máxima crisis, tiene que responder a una oferta de diálogo-trampa.