En tres meses Trump ha pasado de bombardear junto a Putin al Estado Islámico en Siria a atacar con misiles Tomahawk una base militar del régimen de El Asad, poniéndose así frente a Rusia y dando un giro al tablero.

Se podrá cuestionar si la acción militar sorpresa de Estados Unidos debería de haberse coordinado con la comunidad internacional, pero de lo que no cabe duda es que el nuevo ataque con armas químicas a la población civil no podía quedar sin respuesta, particularmente después de que Moscú bloquease de forma vergonzosa en la ONU toda iniciativa para investigar los hechos y perseguir a los culpables.

Broma macabra

Que el representante ruso en Naciones Unidas dijera este viernes que la "agresión" estadounidense puede tener consecuencias "extremadamente graves" y que resulta "una flagrante violación de la ley internacional", suena a broma macabra.

Las imágenes de decenas de personas muertas como consecuencia del gas venenoso, entre ellas una veintena de niños, se han convertido ya en el símbolo de la flagrante violación de los derechos humanos en Siria y del horror de una guerra cruenta que se alarga ya siete años.

Acierto de EE.UU.

Trump ha dado el primer paso para alejarse de Rusia en el conflicto sirio y acercarse a la UE, justo lo contrario de lo que se presumía a tenor de sus manifestaciones al llegar a la Casa Blanca. Eso demuestra que hasta el presidente de la primera potencia del mundo está, a la hora de la verdad, más condicionado por los imperativos de la geopolítica que por su propia palabra.

No es menos llamativo que tenga que ser Trump quien, al final, haga lo que tantas veces le pidieron a Obama gobiernos como el francés y el premio Nobel de la Paz no se atrevió: una respuesta firme contra las atrocidades del gobierno de Damasco. Una cosa es que Al Asad pueda ser una aliado en la lucha contra los terroristas del Estado Islámico y otra muy distinta permitirle masacrar impunemente a los opositores. De ahí que consideremos que la acción de la Administración estadounidense sea acertada.