El inesperado no que los colombianos han dado al acuerdo de paz firmado por el Gobierno y las FARC ha sumido al país en un mar de dudas y a gran parte de la comunidad internacional en la perplejidad. La primera lección que cabe extraer, por tanto, es que los referéndums los carga el diablo, y aun cuando sus promotores los convocan convencidos de ganarlos, siempre es una incógnita qué depararán las urnas.

Ya se vio con ocasión del brexit. David Cameron quiso dar un golpe de efecto dentro de su propio partido sometiendo a votación la permanencia en la UE, y tuvo que dimitir tras un fracaso histórico cuyas consecuencias sufrirán los europeos -británicos incluidos- durante décadas. El bofetón de realidad que se ha llevado Juan Manuel Santos y el añadido ridículo internacional deberían llevarle a hacer lo propio. Baste recordar cómo la escenificación de la firma en Cartagena de Indias junto a Timochenko atrajo a líderes de medio mundo y provocó un torrente de felicitaciones desde todos los rincones de la Tierra, incluido España.

Crimen y narcotráfico

Los errores de Santos pueden resumirse en dos: haber convocado el referéndum pese a que no tenía necesidad de hacerlo -ni siquiera era vinculante-, y no haber previsto un plan alternativo para la hipótesis de que triunfara el no. Envalentonado al sentirse a favor de corriente, fascinado por la idea de pasar a la historia como el presidente que puso fin a 52 años de terrorismo y convencido de reforzar su figura política -en horas bajas-, Santos no lo dudó.

No contó con que la gran mayoría de colombianos, hartos de una organización que bajo el paraguas de la reivindicación política ha hecho del crimen y del narcotráfico su forma de vida durante medio siglo, eran reacios a que la Justicia blanqueara a los terroristas y a que el Parlamento les abriera las puertas. De nada le ha servido a Santos plantear el referéndum como un o un no a la paz, como si aquellos que tuvieran reparos prefirieran la guerra y no una paz con otras condiciones.

¿Renegociar ahora? 

Tras el batacazo, Santos ha empezado a plegar velas y a hacer lo contrario de aquello que anunció. Dijo que un no en las urnas anularía todo el proceso, pero ahora aboga por retomarlo y "abrir espacios de diálogo" para revisar aspectos esenciales del mismo, como los beneficios legales concedidos a los guerrilleros o las ventajas para su participación política.

Por extraer algo positivo, está el hecho de que los dirigentes de las FARC, pese al portazo de los colombianos, aseguran que se mantienen firmes en su decisión de abandonar las armas; sin embargo es fácil pensar que muchos guerrilleros no se sentirán ahora concernidos por esas manifestaciones. Si algo está claro es en la parte del Gobierno: Santos ha perdido el referéndum y con él, su crédito.