La ministra de Igualdad, Ana Redondo.

La ministra de Igualdad, Ana Redondo. Efe

Columnas SIN SOLTAR AMARRAS

Las pulseras de la ministra campanuda

Las miles de mujeres a las que el Ministerio de Igualdad entregó unas pulseras que no funcionaban están muertas de miedo. De un miedo que resulta muy difícil de entender si no se ha experimentado en carne propia.

Publicada

El gobierno más feminista de la historia, cuyo Ministerio de Igualdad cuenta con un presupuesto que supera los quinientos millones de euros, ha comprado en los saldos las pulseras que deberían proteger de sus agresores a las víctimas de violencia de género.

Y resulta que los artefactos no funcionan.

Digamos que en la gestión hay un margen de error, aunque este sea muy gordo, y que lo que sucedió con las pulseras es un desgraciado incidente que prueba las pocas luces de los encargados del negociado. Algo que, evidentemente, debería saldarse con media docena de ceses.

Lo que no hay forma de entender es que el Ministerio de Igualdad lleve meses siendo consciente de la situación y no sólo no lo haya comunicado a la opinión pública, sino que ni siquiera se lo contó a las mujeres que iban por la vida creyendo que su agresor estaba lejos, cuando a lo mejor se encontraba en el bar de al lado.

No sabemos aún cuáles son las consecuencias de este episodio lamentable. Puede haber desde maltratadores absueltos por no haber podido probarse una violación de las medidas de alejamiento, hasta mujeres agredidas por no haber podido alertar de la presencia de su maltratador.

Si el Ministerio se moviese en los parámetros de la vergüenza, alguien debería estar suplicando perdón de rodillas.

Óscar López conversa con Ana Redondo, momentos antes del comienzo de un Pleno, en el año 2014.

Óscar López conversa con Ana Redondo, momentos antes del comienzo de un Pleno, en el año 2014. E. E.

Pero no. La ministra, campanuda, ha dicho que la cosa no es tan grave, y el marido de Begoña Gómez ha salido diciendo que la apoya.

Tras unos días intentando convencernos de que todo estaba bajo control, la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género ha pedido disculpas “a todas aquellas mujeres que se están sintiendo inquietas”, como si quienes saben o sospechan que llevan una pulsera chunga fuesen adolescentes ansiosas que miran el móvil cada dos por tres a ver si ha entrado el whatsapp del noviete o el corazoncito en la cuenta de Instagram.

No, mire. Esto no va de inquietudes.

Inquieta está la madre que no sabe si su hija ha suspendido química, o el funcionario cuya nómina no está ingresada el día 28, o la quinceañera que intenta comprar una entrada para un concierto en una web bloqueada.

Las miles de mujeres a las que el Ministerio de Igualdad entregó unas pulseras que no funcionaban están muertas de miedo. De un miedo que resulta muy difícil de explicar y de entender si no se ha experimentado en carne propia.

Que un Ministerio ahorre en la compra de material de protección es un escándalo que en un país más decente que el nuestro acabaría con ceses.

Pero la responsable de la compra de las pulseras basura está en Europa comiendo la sopa boba mientras decide qué extraescolares harán sus hijos en el colegio pijo al que los lleva.

Al mismo tiempo, su sucesora, que no tuvo el valor de salir a confesar el fiasco, prefirió dejar en el limbo a cientos de mujeres antes que reconocer que se había cometido un tremendo error, y empezar así a subsanarlo.

En estos días, escucho con horror a supuestas feministas haciendo ejercicios de contorsionismo para defender a la ministra Redondo y sus pulseras de baratillo, igual que antes defendieron las bondades de la ley del 'sí es sí' que puso en la calle a decenas de agresores sexuales.

Me pregunto qué tienen en la cabeza y en el alma, y qué clase de miedos o esperanzas hay que albergar para colaborar en este disparate, siquiera desde los benditos alrededores de la opinión.