Pedro Almodóvar, Pedro Sánchez y Luis García Montero durante el homenaje a Almudena Grandes, el 28 de noviembre de 2022 en Madrid. Europa Press
Vuelve la ilusión juvenil, vuelven los zombis del Club de la Ceja
El elenco de referentes caducos que ha firmado el manifiesto a favor del Gobierno ofrece la ilustración más elocuente del crepúsculo del modelo cultural del PSOE.
La centuria encargada de guardar el muro que protege la isla progresista del hostigamiento de las hordas ultraderechistas ha parido este lunes un nuevo manifiesto en defensa del Gobierno y de Pedro Sánchez.
La nómina de abajofirmantes ha sido exactamente la previsible, y el contenido del pasquín tan semejante al de anteriores ediciones que no cabe descartar que haya sido redactado por ChatGPT.
En la pornocracia sanchista, el sentido del ridículo está tan devaluado que no faltan profesionales prestos a empeñar la poca seriedad que pueda quedarles con un pronunciamiento a favor del gobierno más corrupto de Europa.
La argumentación es más o menos la habitual:
La derecha trumpista y golpista, negacionista del resultado de las elecciones, está intentando derribar al legítimo Gobierno-de coalición-progresista, mediante lo que "se asemeja más a una conspiración (sic) que a la crítica política propia en un sistema democrático".
Y el subtexto viene a ser:
Ante la tenebrosa alternativa, distópica y fantasmagórica, de una República de Saló en Torre Pacheco, preferimos sostener una cleptocracia autoritaria y eutanásica parasitada por una colusión de camarillas privilegiadas dedicadas a desguazar un Estado en descomposición y una economía en vías de subdesarrollo.
Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Miguel Ríos y Víctor Manuel en un concierto en Zaragoza. Gtres
Estos manifiestos de saldo y plantilla, que explotan la "decorativa nulidad de las famas y las firmas" de los intelectuales orgánicos, forman parte, según escribió Rafael Sánchez Ferlosio, de los "actuales usos del tráfico cultural", que reducen a los intelectuales "a la condición de borrachines honoríficos de consumición pagada, para dar lustre a los actos con el hueco sonido de sus nombres".
Pero lo más significativo del libelo es que, junto a los habituales gacetilleros tarifados, socialistas de almoneda y suplicantes mendicantes del erario, han vuelto a prestar su pluma que mata fascistas las personalidades del mundo de la Cultura.
"Personalidades", que deben ser a las personas el equivalente de las "nacionalidades" de la Constitución a las naciones.
La santa compaña de Almudena Grandes, que el Gobierno ha sacado de su letargo a procesionar para sonrojo de todos, ofrece la ilustración más elocuente de la decadente propuesta estética del PSOE.
Tan vivaz y lozano es este resucitado Club de la Ceja que incluso uno de los firmantes no sobrevivió a la publicación del manifiesto.
Encontramos en los créditos a virtuosos de la subvención como Pedro Almodóvar, Víctor Manuel y Ana Belén, Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos, Luis García Montero, Rosa Montero, Carlos Bardem o Loles León.
Esta gavilla de momias del Felipeceno encarna lo que Víctor Lenore describió como la "agonía del modelo cultural del PSOE", que pese a haber hegemonizado el panorama mediático, artístico, literario y cinematográfico español desde los ochenta, ha acabado "muriendo de éxito".
El mandarinato sociata, que había comisariado la atmósfera cultural del país durante cuarenta años, ha quedado diezmado en una famélica legión de terracota que sólo infunde lástima o hilaridad.
El PSOE vertebró intelectualmente la España post-Transición con un ideario de progresismo evanescente y sistémico en torno a la mitología de la modernización. Pero esta ideología de la candidez y la cursilería (lo que Gustavo Bueno llamó "pensamiento Alicia") ha quedado arrumbada por el vuelco cultural de los últimos tiempos.
Este elenco de referentes caducos atestigua lo poco que tiene que ofrecer ya el imaginario socialdemócrata a las nuevas generaciones. Lo cual delata igualmente la alienación del imaginario progre de los sectores más jóvenes, que hoy votan mayoritariamente a las derechas y a los partidos más radicales.
Tal es el desapego juvenil hacia la gerontocracia española que, según un sondeo reciente del CIS, un 38% de los españoles de entre 18 y 24 años no tendría problema en vivir en un régimen menos democrático a cambio de una vida más próspera.
El que un día fuera el partido de la chavalada se ve hoy azorado por la deserción de las nuevas hornadas del sistema político y mediático convencional, cuya socialización civil discurre por códigos y carriles totalmente emancipados del oficialismo.
Y por eso el Gobierno prevé fundirse 10 millones de euros en una campaña publicitaria para "reivindicar la democracia" y "concienciar y modificar las actitudes" (sic) del tramo de edad de 16 a 24 años". Porque hay que "trasladar a esa generación que no ha conocido alternativa diferente al sistema democrático que los derechos de los que gozan no siempre han existido y que igual que se consiguen se pueden perder".
Es más: el propio Pedro Sánchez reconoció en la inauguración del Año Franco que los actos conmemorativos de los "50 años en libertad" están dirigidos "muy especialmente a los más jóvenes".
Es decir, que si lo de sobornar a los chicos con trenes gratis y cuatrocientos euros para videojuegos no se transubstancia en papeletas del PSOE, habrá que desplegar una intensa propaganda sobre las bondades del régimen socialdemócrata y recablear las inclinaciones de los desmemoriados históricos.
Pero estos empeños serán estériles. Porque hoy la revolución es conservadora. En la intemperie de los Estados del malestar, las ideas contraculturales sólo pueden ser las que orbitan en torno a la estabilidad y el arraigo, no las etéreas defensas de los derechos y libertades. Que es el único discurso que puede enarbolar una socialdemocracia que ha quedado condenada en todo el mundo a defender numantinamente el statu quo.