Los fotógrafos del Congreso de los Diputados inmortalizan al flamante presidente Pedro Sánchez, tras la compra de su investidura el 16 de noviembre de 2023.
El anti-Watergate de las saunas: circulen, aquí no hay nada que ver
¿Cómo es posible que un asunto objeto de chascarrillos recurrentes en las RRSS y voxpopuli en las redacciones sólo haya escalado a la planta noble del debate político cuando Feijóo lo sacó?
Al destapar la caja de Pandora de los prostíbulos sabinianos, Feijóo dio a los medios de comunicación patente de corso para comenzar a escarbar en los sórdidos negocios del padre de Begoña Gómez.
Lo que había sido hasta la semana pasada puro chaucháu denigrante, que circulaba entre los arrabales tuiteros de la opinión pública, tornóse de pronto un tema susceptible de legítima investigación periodística.
Y fueron precisamente los tuiteros (ese florilegio de aparentes descerebrados a los que la realidad se encarga invariablemente de acabar dando la razón) los que fueron un poco más lejos y rastrearon tuits en los que se ironizaba sobre la sauna Adán que datan ¡de 2011!
Sánchez, en un acto reciente con feministas en la sede del PSOE.
¿Cómo es posible que un asunto sobre el que se hacían chascarrillos recurrentes en las redes sociales, y que era voxpopuli en las redacciones, sólo haya escalado a la planta noble de la discusión política cuando a Feijóo se le hincharon las narices y se decidió por fin a reequilibrar el tablero?
Mary Harrington acuñó el concepto de "anti-Watergate" para referirse a la obscena omertá que imperó en la prensa estadounidense sobre la decrepitud de Joe Biden.
Desde al menos dos años antes de la retirada de la carrera presidencial del demócrata, se disponía de información oficial sobre su flagrante deterioro físico.
Pero la prensa del establishment no sólo corrió un velo sobre sus palmarios síntomas de senilidad, hasta que se hizo imposible seguir ocultándolos tras los lastimosos balbuceos de Biden en su debate con Trump, sino que se había dedicado a desacreditar como bulos los vídeos sobre los trastabilleos y lapsus que desde hace tiempo corrían por las redes sociales.
La descripción del "Bidengate" como un "anti-Watergate" ilustra bien la mutación sufrida por una cierta prensa en las últimas décadas.
El Watergate brindó al periodismo moderno su mitología fundacional. Pero ese aura de cuarto poder, defensor imparcial de la verdad y escudriñador del Gobierno, capaz de defenestrar a todo un presidente de los Estados Unidos, acabó degenerando en su antítesis: un esfuerzo ímprobo y partidista para sostener a un gobernante a fuerza de no seguir indagando.
El origen del bulo de los supuestos "prostíbulos" del suegro de Sánchez que el PP trata de explotarhttps://t.co/8jPdspMUcb
— Cadena SER (@La_SER) July 11, 2025
Por @MACamposP en @HoyPorHoy
Algo análogo puede decirse del encubrimiento de la financiación testicular en el entorno familiar del presidente Sánchez.
En el mundo post-nixoniano de la polarización y la fragmentación de la conversación pública, que también ha llegado a España, la trinchera progresista ha dado por superado el paradigma de la objetividad.
La verdad ya no es una cuestión epistemológica, sino de justicia. Y la praxis convencional por la que se daba voz a las dos versiones sobre un hecho, cuando una es la de los oprimidos y la otra la de los opresores, no puede ser considerada ecuanimidad, sino una equidistancia intolerable entre el progreso y la reacción.
Es decir, entre el bien y el mal.
Pero, de esta forma, el periodismo ha quedado cooptado por el activismo. Y puesto que hablamos de política, este periodismo militante, que escruta sin tasa al rival, acarrea como contrapartida la lenidad hacia los correligionarios.
Dentro de este marco, lo que cuenta no es tanto la fidelidad a los hechos como la fidelidad a la "democracia". Por eso, determinados tabúes están justificados, en la medida en que hacen de cortafuegos que sellan las puertas del infierno ultra que se abriría si se permite cruzar según qué líneas rojas.
Es decir, que la izquierda ha replicado la misma lógica de la censura de los regímenes autoritarios, que consideraban necesario prohibir cualquier denigración de la ortodoxia pública para salvaguardar los fundamentos del orden civil y la religión.
Lo estupefaciente del asunto es que, no contentos con haber encubierto el Saunagate durante años, los medios oficialistas se han lanzado a un nuevo negacionismo: es falso que sean lupanares, se trata de simples sudaderos para encuentros eróticos discretos.
O sea, una vez más, el afán por desmentir lo que todo el mundo puede ver y sabe perfectamente.
La homofobia que destila el PP con las “saunas gays”, y cómo le siguen el juego muchos medios es bastante nauseabundo. ¿Son ilegales los locales de sexo?¿Y los locales swinger hetero? ¿O es puro moralismo rancio? Me gustaría también saber cuántos cargos del PP han pasado por una.
— Eduardo Rubiño 🏳️🌈 (@EduardoFRub) July 9, 2025
Pero, en el caso de que se les señale que existen numerosos testimonios (desde Bob Pop hasta La Veneno, pasando por Rafael Amargo) que aclaran inequívocamente que las saunas eran tapaderas de locales de prostitución masculina, a la opinión progresista aún le queda otra contrarréplica para defender la pertinencia de no hablar del asunto:
Poner en la diana las saunas entraña una estigmatización del colectivo homosexual.
En 1914, Eugenio d'Ors lamentaba que la Gran Guerra había arrastrado a los intelectuales a una mentalidad belicista que volvía imposible la reflexión serena.
"La investigación ideológica —escribió—no puede realizarse en un ambiente manchado de milenarismo", donde se imponen "las perentoriedades miopes de la razón práctica".
En nuestra actual política de fundamento religioso y gramática marcial, este milenarismo progresista es el que impone la ceguera voluntaria que está detrás de tantos negacionismos.
Por ejemplo, la obstinación por negar que existan en España problemas de inseguridad aparejados a la inmigración. Un mantra falaz al que siguen encelados los tribunos del biempensantismo estos días, a propósito de los sucesos de Torre Pacheco.
Ante esta miopía intelectiva que imponen las servidumbres de la militancia forzosa, sólo podemos responder como D'Ors:
"Tenemos obligación de permanecer fieles al Partido de la Inteligencia, que no conoce banderías de casino".