Tropas de élite del Ejército del Aire durante un ejercicio.
España necesita rearmarse por mucho que le pese a Sánchez
La paradoja de "cañones o mantequilla", tan usada en tiempos de la Transición, es una falacia, por una sencilla razón: ¿de qué otra forma se garantiza la mantequilla?
A Pedro Sánchez no le gusta la palabra "rearme". No le gusta lo que implica ni tampoco lo que conlleva. No le gusta la idea de tener que decir a sus socios de gobierno que España, alineada con Europa, va a gastar millones de euros en munición, misiles y drones.
"No comparto en absoluto ese término", dijo tras la reunión del Consejo Europeo de la semana pasada. "Tenemos que dirigirnos a nuestros ciudadanos de otra manera cuando hablamos de la necesidad de mejorar la seguridad y las capacidades de defensa europeas".
Podemos adivinar qué otros términos serían considerados como apropiados de cara a los ciudadanos, pero es innegable que el rechazo de Sánchez y sus socios a la palabra "rearme" es confusa, teniendo en cuenta que lo que se pretende con el aumento del gasto en Defensa es precisamente eso: rearmar España y rearmar Europa para posibles amenazas.
Lo que se pretende es llenar nuestros depósitos de munición.
Tener la capacidad de reposición garantizada.
Que los tanques estén a punto y listos para ser utilizados sobre el terreno.
Que el personal militar esté bien adiestrado para, en caso de necesidad, saber hacer uso de sistemas de armas de última tecnología, que también hay que desarrollar.
Siquiera garantizar que haya suficiente personal militar es una de las grandes tareas pendientes.
Esto no se organiza ni desarrolla de la noche a la mañana. Esto no se aprende de la noche a la mañana. Requiere tiempo, requiere previsión y requiere continuidad.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, en una visita al acuartelamiento Alferez Rojas Navarrete.
Este rearme no es una necesidad exclusiva a raíz de la invasión de Ucrania. Es una tarea pendiente desde hace tiempo en Europa y, en concreto, en España. No sólo por la amenaza rusa y su posible futuro ataque a un país de la OTAN.
También lo es, por ejemplo, por el punto caliente que tenemos en el sur de España, tanto en las Islas Canarias como en Ceuta y Melilla.
Uno de los principales argumentos que se esgrima en contra de la inversión en defensa es que ese dinero se podría destinar a cosas de mayor interés social, como la educación o la sanidad.
La paradoja de "cañones o mantequilla", tan usada en tiempos de transición de época de paz a época de guerra, es una falacia por una sencilla razón: ¿de qué otra forma se garantiza la mantequilla?
¿O la libertad?
¿De qué otra forma se garantizan la paz y la seguridad nacional si no es a través de la protección, la contención y la disuasión? Como dijo el escritor romano Vegecio, si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepárate para la guerra.
Hace unos días escuché al filósofo alemán Richard David Precht hablar sobre el frenesí actual. Que ante las últimas decisiones de Estados Unidos se estaba actuando como si los países de Europa se hubiesen quedado absolutamente desamparados.
"No estamos solos", decía. "Seguimos perteneciendo a la OTAN".
Pero, ¿qué pasa si no se puede garantizar esa protección, esa defensa? ¿Qué pasa si los países que pertenecen a la alianza no tienen su arsenal a punto? ¿O no tienen el volumen necesario?
Desde el siglo pasado, Europa ha pecado de ingenuidad. Ha cometido el error de tener una confianza desmedida en que Estados Unidos sería ad infinitum el valedor de su seguridad. Año tras año, conforme la paz se seguía manteniendo en el bloque Occidental, los países europeos han permitido que la capacidad de sus fuerzas armadas fuese disminuyendo.
Alemania, por ejemplo, redujo desde el final de la Guerra Fría su Bundeswehr a una cuarta parte. Total, ahí ha estado siempre el gran hermano Estados Unidos para salvar la papeleta.
Hasta el momento en el que decide que ya no quiere estar.
Entonces, pillados con el pie cambiado, todo son llamadas y reuniones y carreras por los pasillos de Bruselas para formar un plan de acción.
El pánico y las prisas son malos compañeros en cualquier toma de decisiones, pero esta es una asignatura pendiente que Europa ha ido dejando para septiembre durante demasiado tiempo: qué capacidad de defensa tenemos.
Hay que llamar a las cosas por lo que son y "rearme" no es una palabra que debiera dar miedo a los políticos ni a los ciudadanos. Un rearme adecuado es necesario para garantizar el statu quo. Todos estamos de acuerdo en que lo ideal sería no tener ningún tipo de armamento. No tener nunca un misil listo para ser disparado o cazas a punto para proteger el espacio aéreo.
Lo ideal sería que todos viviésemos en paz y armonía sin tener que mantener ningún tipo de disuasión lista para entrar en acción.
Pero ese no es el mundo real. O, por lo menos, no es el actual.
Nadie en su sano juicio quiere la guerra. Nadie en su sano juicio quiere invertir en defensa para empezar a lanzar bombas y pegar tiros. El mayor éxito de un sistema de armas es precisamente llegar a la obsolescencia sin haber sido nunca utilizado para lo que fue concebido.
En 2018, las Fuerzas Armadas noruegas compraron cincuenta y dos nuevos aviones de combate. Y nuevos submarinos. Y aviones de vigilancia. Modernizaron los vehículos de combate y también anunciaron que pretendían invertir más en defensa aérea. Con el título de ¿Qué queremos que pase? publicaron un anuncio en el que explicaban el porqué de esta inversión. El porqué de este gasto.
"¿Qué queremos que pase?", preguntaba la voz en off del vídeo. "¿Todo esto para qué?".
"Para que no pase nada. Absolutamente nada".