Yolanda Ramos la ha montado en los Premios Feroz: por lo visto, la misma mañana de la gala informó a los guionistas de que rechazaba su guion y que no pensaba mentarlo. Lo adaptaron con ella. Los pobres pensaron que habían neutralizado al carro en llamas que es Yolanda. Pero no. La actriz se presentó en el escenario y soltó a caraperro que sus líneas no le gustaban, y que ella lo ha hecho saber porque es una "chuleta", y que "el máximo respeto a un equipo de guionistas que hay en este concurso" a los que les dijo "si no me dejan cambiar, no presento, ellos mismos", que han sido "súper generosos", y que le parece que esto es "trabajar en equipo".
Dani Guzmán, que la acompañaba, no sabía dónde meterse. Normal. Yo también sentí que un día de estos, paradójicamente, me moriré de vergüenza ajena. Lo hermoso fue que la humillación de Yolanda a los guionistas volvió como un bumerán: al final quedó ella guillotinada por su faltada a ojos de casi todos.
Esta señora no ha entendido todavía, en tantos años de profesión, que la única manera de que la crueldad sea divertida es que sea muy sofisticada. No es su caso. Su estilo es otro: verborreico, genial, disparatado, vomitón, vanguardista, burbujeante, despotenciado. Es lúdica. No hace música clásica. Es un sonajero, y cómo mola.
Yolanda Ramos.
Yolanda es una criatura fantástica, qué duda cabe. Nos cae tan bien porque está rota y desde sus piezas separadas nos abraza. Va deslavazada, es la antimoralina. La amamos porque en el fondo le intuimos una ternura gigantesca, un dolor colmaíto de picante. Porque no hay, o creíamos que no había, soberbia ni divismo detrás de su adorable desastre.
Escribo guion desde hace un par de años y me consta que en la industria hay mucho actor fatuo que se queja del texto o que lucha por modificarlo de arriba abajo. Dicen que su personaje "no diría eso", ¡y es bello este solapamiento entre el actor y el papel...!, realmente me parece enigmático y conmovedor, pero también resulta desconsiderado que olviden que su personaje no lo han construido ellos, sino un equipo de escritores. Durante horas y horas. Durante días y días.
Son ellos los que conocen las últimas charcas empantanadas de su alma y no como si le hubieran parido: le conocen porque le han parido. A ratos, con sudor y sangre. Con los años el personaje se hace un poco mayor, se desarrolla críticamente y se va de casa, deja de llamarte los domingos y te deja envejecer (siempre más rápido que él) con cara de gilipollas; y a veces te telefonea para pedirte dinero o favores o para recordar quién es o para limpiar su conciencia, pero eso es sólo si todo va bien.
Los actores le prestan el cuerpo, la voz y el gesto. Lo hacen posible, sí, pero sin guionistas su personaje sería una carcasa vacía. La única forma de existir realmente, de demostrar al mundo quién es uno, es, primero, a través de la palabra. Después, a través de la acción. Esto lo creo así porque lo que uno dice tiene más matices que lo que hace. La acción es limitada y el discurso es infinito, permanentemente renovable.
Sin eso, somos maniquíes. Sin eso, y les viene bien recordarlo, los actores son maniquíes, a no ser que siempre hagan de sí mismos, que es otra cosa muy baratuna y muy común. En general siento que no soportan ser una imagen (¿tendrá eso algo de denigrante para ellos?). Necesitan, por pelotas, ser intelectuales, pero, mi vida... no todo el mundo es José Luis Gómez, Phoebe Waller-Bridge, Woody Allen, Fernando Fernán Gómez o Clint Eastwood. Hay que espabilar.
Claro que el proceso creativo es un órgano vivo y que las aportaciones inteligentes al guion (y al servicio del guion y no del yo-yo-yo) son siempre bienvenidas. Juntos pensamos mejor. Yo hablo de otra cosa: hablo de la invasión, desde el ego, al trabajo de los otros. Esto es porque lo que uno no escribe siempre es mejor que lo que otro ha escrito. Hay una sensación generalizada, muy española y muy palurda, muy de hombre ibérico que juega una pachanga semanal gritándole a la pantalla de fútbol "eso lo meto yo": la gente a menudo ve algo ya escrito y piensa "eso lo escribo yo", sólo porque manejamos un vocabulario común, un acervillo. Lo que yo digo es: escríbelo. Hazlo. Y luego nos lo pasas, que lo leamos todos.
Dijo Yolanda Ramos antes de su desbarre que "esto es lo más verdadero que habéis visto en mucho tiempo". Hombre, vamos a ver... verdadero también es poner la cámara dentro de un váter y rodar lo que cae.
Pero ese comentario sí me hizo reír. Primero, porque la autenticidad nos ha colado mucha basura. "Yo digo lo que pienso, yo soy auténtica". No, cariño, a lo mejor tú eres una desubicada.
Y segundo, porque lo "verdadero" como sinónimo de "espontáneo" y, por tanto, de "mejor", es totalmente una falacia. Existen los destellos de brillantez. Existen las personas rápidas, ocurrentes, burbujeantes. Pero, en general, todo el mundo tiene derecho a cansarse o a repetirse o a tener un día de pájaros negros.
La única verdad es que, para que una fecha concreta como la de unos premios salga bien, la genialidad tiene que prepararse. El humor se prepara. La alegría se prepara. Las fiestas se preparan. Las citas se preparan. Y ninguna de esas cosas es peor por haber sido deseada y pensada con feliz intención.
Hay algo emocionante en colocar las miguitas de pan para encontrar el camino de vuelta a casa cuando sea de noche. Hay algo honesto y respetuoso con los demás en intentar dar lo mejor de uno mismo, una versión más madura y más pulida. Hay algo romántico en querer sorprender al de enfrente con la frase más bestialmente apropiada. Una frase puede mover del piso a un ser humano. Hay algo vulnerable en pensar las cosas que te quiero preguntar mañana...
Qué sé yo, no vivimos solos, ni trabajamos solos, ni escribimos solos. Tampoco lo hace Yolanda Ramos. Muchas de las mejores intervenciones de su carrera no las escribió ella. Tampoco las cosas que decimos son sólo nuestras, sino del mundo que nos rodea, y de nuestros amigos y nuestros amantes y nuestra familia y nuestros chicos favoritos, todos juntos en papilla. Tú me llevaste de la mano a una idea: gracias. Lo mejor es rodearse de esa gente que te hace listo (algo cada vez más infrecuente). Lo mejor es recordar que solos, gritones y crueles, siempre, siempre haremos el ridículo.