La semana pasada, el preso Kenneth Smith fue ejecutado por inhalación de nitrógeno en Alabama, Estados Unidos.  

Smith llevaba 23 años en la cárcel tras haber participado en un asesinato por encargo. El primer intento de ejecutarlo había fracasado porque no se le pudo colocar la vía intravenosa. 

Alabama se comprometió después, como parte de un acuerdo, a no volver a intentar este método. Todo un detalle.

Pero el procedimiento es el que es y el show debe continuar.

Así que "adelante con el gas nitrógeno", que nunca antes se había probado. Pero si sirve para los animales ¿por qué no para Smith? Además, las farmacéuticas ya no quieren proporcionar insumos para la inyección letal. ¡Mira que son poco colaborativas!

A Smith, por supuesto, se le dejó pedir su comida favorita antes de la ejecución. Y cuando todo terminó, el director del Departamento Correccional de Alabama, John Hamm, aseguró que todo había ido "según lo esperado".

Todos tranquilos, no ha habido sobresaltos. 

Esto no es la crónica de una ejecución. Es la crónica de cómo el Estado ha burocratizado la muerte y ha querido disfrazar con trámites administrativos la aberración que supone terminar con la vida de un ser humano.

Un Estado que se convierte en administrador de la muerte es un Estado incapaz de cumplir su misión más fundamental: la protección de la vida humana. 

Si a Smith le hubieran asaltado en su celda de la cárcel mientras dormía y le hubiesen asesinado ahí mismo, muchos de los que defienden su ejecución se habrían llevado las manos a la cabeza. "Así no se hacen las cosas".

Ante todo, se deben guardar las formas. Hay una manera correcta de pagar impuestos, una manera correcta de cruzar la calle y una manera correcta de matar a un ser humano.

Es todo de un cinismo que asusta.

Es el mismo cinismo de quienes utilizan las pensiones para sacar rédito electoral mientras dejan a los ancianos sin cuidados paliativos y les abren la puerta de la eutanasia.

Es el mismo cinismo de quien elimina la palabra 'disminuido' de la Constitución porque es ofensiva, sin importar que cada vez nazcan menos niños a los que llamar 'personas con discapacidad'

Eutanasia, aborto y pena de muerte consagran la intervención del Estado en la muerte como si fuese una política pública más de servicio al bien común. "Erradicaremos a los niños, a los discapacitados, a los ancianos y a los delincuentes".

Tenemos Seguridad Social, tenemos carreteras asfaltadas, tenemos colegios públicos y tenemos muerte. ¿De qué se queja usted? 

Además, se trata de una muerte con todas las garantías administrativas. Es decir, una muerte como Dios manda. Democrática y garante de derechos. "Eficaz y humana", que es como describió la muerte de Smith el fiscal general de Alabama, Steve Marshall

Esto no merece más que una condena rotunda y sin matices. Lo único que revela la ejecución de Smith es una depreciación del valor de la vida, independientemente de cómo se haya hecho uso de ella. 

La muerte no puede formar parte del catálogo de soluciones en sociedades con largas trayectorias humanistas, filosóficas y religiosas. Smith merecía morir, dirán muchos. Pero otros muchos decimos que no nos merecemos su muerte.

Nuestras sociedades deberían ser capaces de responder a los delincuentes con justicia y reparación, y a los inocentes con protección.

Jamás con su eliminación.