La apuesta del PP para este domingo en Madrid era arriesgada, porque su escenografía resultaba comprometida desde el principio. Y bien que lo aprovechó la prensa afecta a Moncloa, siempre presta a dar cobertura argumental a la lucha de Sánchez por la supervivencia política.

Ciertamente, la convocatoria de la plaza Felipe II implicaba protestar contra una ley aún inexistente, y en vísperas de la tentativa de investidura de Feijóo. Esto era tanto como asumir una oposición precoz, trasladando el mensaje de que dan por perdida la Moncloa antes de acudir hoy martes a solicitar la confianza para ocuparla.

Al problema del timing se le sumó la incertidumbre inicial sobre la autoría de la convocatoria, que también explotaron los glosadores filosanchistas para trasladar la consigna de que el liderazgo de Feijóo está sometido al eje Aznar-Ayuso. Por no hablar de la confusión en torno al formato del evento, sin saberse bien si hablábamos de una manifestación, de un acto sólo para suscriptores o de un funeral de Estado por el régimen del 78.

Y pese a todo, cabe decir que al PP le salió razonablemente bien la jugada, en la medida en que congregó a una muchedumbre que se veía compacta desde el helicóptero. 

Es de lamentar, eso sí, que para esquivar los espectros de Colón, el PP no plantease la protesta como una concentración apartidista, como también lo es la causa que defiende. Aunque hay que reconocer que también se ha demostrado un acierto estratégico, precisamente, el hecho de haberla organizado como un acto de partido. Porque ha podido leerse como un mitin sin precedentes históricos en cuanto a afluencia.

Ante la desazonadora evidencia numérica, a los destinatarios de la protesta sólo les ha quedado restarle trascendencia a la movilización. Y a sus íncubos digitales, mofarse de la tipología de los asistentes al acto con burlas ad hominem.

Es un recurso habitual de las guerrillas tuiteras cada vez que la derecha le arrebata el monopolio de la protesta a los hijos de la Ilustración. Sondear la muchedumbre a la caza de los perfiles más estrafalarios y risibles. Porque ya se sabe que a las manifestaciones diestras sólo acuden replicantes de Martínez el Facha para reivindicar la perpetuación de sus privilegios.

En la de este domingo encontraron buen material. Pancartas con el nombre de Feijóo mal escrito ("cómo van a saber qué votan si no saben ni escribir"), mensajes tildando a Sánchez de "sicópata" (sic), mensajes contra la "amistía" y los habituales personajes pintorescos.

Incluso los más finos pudieron avizorar al tipo enarbolando la bandera del aguilucho, que si se busca con tesón y fe siempre acaba apareciendo.

No puede pedírsele a una ideología marcada por el racionalismo político la sensibilidad para apreciar que el conservadurismo no es sinónimo de barbarie aborigen. Pero sí que moderen sus demandas de racionalidad hacia quienes son incapaces de concebir como disidentes, sino sólo como atrasados (o retrasados) sumidos en el error.

En su incorregible cartesianismo, la izquierda tiende a confundir la arena política con una facultad de Ciencias Políticas. Con su deje universitario, se empeñan en concebir los problemas políticos abstrayéndolos del contexto en el que se plantean, como si esto fuera posible. Tal es el caso de la discusión sobre la oficialidad de las lenguas regionales o sobre el encaje jurídico y moral de la amnistía.

Y tiene guasa que el progresismo se arrogue la vitola de la racionalidad, cuando asistimos a una suerte de catarsis entre la intelligentsia orgánica que sólo se produce cuando el PSOE marca la agenda. "Pensándolo bien", comenzaba hoy una ilustre columnista del oficialismo. Las minorías parlamentarias del PSOE como apertura de las condiciones de posibilidad para el pensamiento de los opinadores izquierdistas. El sanchismo como catalizador iluminista de la recapacitación y la mutación del sentido común.

Naturalmente, la caricaturización de las protestas de la derecha forma parte del juego político ordinario, donde la verdad no juega ningún papel. Todo cuanto hay detrás es una pataleta (muy poco racional) motivada por la contestación a su concepción patrimonial de la calle (y del poder). Late en las cámaras de eco progresistas aquella vieja cantinela de las algaradas independentistas: Els carrers seran sempre nostres.