Una siente simpatía histórica por el gañán español, como concepto, mucho antes de las clases magistrales de La Hora Chanante, porque ese espectro diurno de barra de bar a menudo es puro, torpe y campechano, bruto, cómico y sentimental, porque respira instintos básicos, pasiones bajas y populares, y porque cree de corazón que lo que él no conoce, directamente no existe.

Él es terco y de brocha gorda, el mundo es pequeño y sencillo. Aquí un hombre cargado de prejuicios para ordenar las cosas. Para simplificarlas. Le entiendo. Quién no quiere resolver este entuerto existencial con dos frases hechas o con una contundente anécdota que a sus ojos equivalga a investigación de campo. 

Pero, por lo que sea, quizá una de los representantes políticos espera algo más. Una mínima sofisticación en la mirada social. Un análisis más vanguardista. Qué sé yo: seré núbil. Cuando este miércoles Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, agarró el micro en modo sobremesa, en modo padrino de boda, le vi enseguida en los ojos el regustillo de la fanfarria. El poder de la verbena. La vocación silenciosa de la conga. Estaba sembrao. Se molaba. 

Necesitaba escucharse, como los chavales que oyen su propio audio enviado a un amigo, sonriéndose, o los que miran a sus compadres en las tabernas y se dicen "tenemos que hacer un podcast" (quiero decir, toda España). Uno habla, sobre todo, para sí mismo. Los demás son un daño colateral.

Si uno hace una pausa dramática es por el fantasma de Shakespeare, no por el hipotético público. La prueba es que nadie necesita respuesta para seguir hablando. Por eso hoy la peña paga tanto psicólogo: para charlar sin culpa, sin interrupciones. Y sobre todo, sin tener que escuchar la vida del otro de vuelta. 

Por eso, en dos minutos de soliloquio interior, a Page le dio tiempo a deslizar ocho gañanadas mágicas: porque su interlocutor favorito era él mismo. Usó su lenguaje. Su intimidad. Sus reflexiones pueriles. Viene Page y nos cuenta, abierto en canal como en el programa de Bertín, pornografía emocional televisada, que él habla de muchas cosas con sus hijos, pero… 

1. "De la vida sentimental no. Si es que lo llaman así, sentimental, que creo que ahora la cosa es más directa, menos sentimental y más otra cosa, pero bueno". 

Pequeña pedradita iniciática, como avisando del nivel del orador. Como de pasarse los estudios sociológicos por el testiculario, sin mirar atrás. ¿Qué quiso decir Page? ¿Que los jóvenes de hoy no se aman (no nos amamos)? ¿Que sólo tenemos sexo? ¿Que nuestros mayores eran más… románticos? ¡Pero si el buen hombre tenía 20 años a finales de los 80! ¿Qué estaba haciendo? ¿Enamorarse en largas sesiones en un sótano contemplando en una revista clandestina el tobillo de una actriz? Creía que eso había quedado pasadito, pero quién sabe. Soy feminista, y, por tanto, mojigata. 

La verdad es que los estudios dicen que las generaciones jóvenes tienen menos sexo que las anteriores, y esto es porque vivimos en una sociedad muy chunga, tecnológica y pornificada, con tantos estímulos sexuales y tantos desnudos por todas partes que se nos han quitado las ganas de buscar intimidad real. Nunca hubo tantas disfunciones. Nunca hubo tanto vacío. Nunca hubo tanto sexo virtual. El impulso de arriesgarse a un cuerpo real (con todas sus complejidades) a los chicos les da vértigo. Una lástima. 

2. "Todavía a mi hijo sí [le pregunto], porque es de esos de raza… A mi chica no le pregunto yo". 

Interesante. Papá ve en su hijo a un fiera, porque de casta le viene al galgo. Page observa a su chaval y se ve a sí mismo de mozuelo, y entonces se frota las manos y ríe para sí. Sus propias andanzas le regresan a la memoria como una película de fotograma rápido, la típica que te televisa el cerebro antes de morir. "Ay, si yo volviera. En esa época no dejaba yo títere con cabeza", parece decir, subrepticiamente. Fueron años felices, años lúbricos, años luminosos. Luego, el consuelo: "El que tuvo, retuvo". Pues bueno. 

Uno fue el terror de las nenas y ahora su muchacho coge el legado. La herencia, sobre todo, es sexual. No conocemos al hijo de Page, no sabemos en qué nota su padre exactamente su hirviente virilidad, pero le creemos. Por qué no vamos a hacerlo. Los caballeros tienen estas proyecciones legítimas, estas ficciones poéticas. Uno tiene que hacer las paces con el chavalote que fue. Uno tiene que cerrar el círculo en su cabeza. 

Sin embargo, su chica no es "de raza". Su niña es virginal, como todas las niñas a ojos de sus padres. Su niña morirá siendo casta, como todas moriremos, aunque acabemos teniendo diez hijos, porque desde hace siglos venimos siendo fecundadas por una paloma en un pesebre. Tenemos ese superpoder bíblico. 

No sé lo que es una mujer "de raza". ¿Significa tener pechos voluptuosos? ¿Caderas? ¿Culo? ¿Es algo que va en la mirada (la de los 1.000 metros, la de la propuesta libidinosa, la gatuna)? ¿Es una actitud, un perfume algo barroco? ¿Labios carnosos, quizá? Ser una mujer de raza, yo creo, significa, a ojos de muchos hombres, ser una puta. A las mujeres se nos dieron esas dos grandes opciones a la hora de tejer nuestro propio relato: o la virgen, o la puta. Tú sabrás, guapa. Son arquetipos literarios. No te los quitas ni con agua caliente. 

Pero el hombre machista se caracteriza por decir que no es machista, "porque tiene madre y tiene hijas". La esposa puede ser puta también, sobre todo si acaban divorciándose. Si no, se denomina popularmente "la santa" y se la cose a cuernos. La hija nunca es puta. La madre nunca es puta. Son misterios de la condición humana. Ellas nunca cataron varón, porque nuestros chicos no soportarían que otros hombres pudiesen hacerles a esas mujeres (a las que aman y respetan) lo que ellos mismos le han hecho a otras que encontraron en la calle. Eso les daría miedo, ¿verdad? 

3. "Mi hija decidió estudiar antes que… en fin, empezó por las clases teóricas". 

Otra reflexión gloriosa. El socialista no cree en la conciliación intelecto-placer. Su hija eligió estudiar en vez de hacer el amor. Entendemos, entonces, que su hijo ha tenido que dejar la carrera o que no empezarla nunca porque estaba lanzado a los placeres de la carne. Pero una mujer, ya saben ustedes: tiene que dignificarse con el estudio primero. Para ser valiosa. Para ser amada y no usada. Para ser respetada. Por la dote que venga. O algo así. 

4. "Le digo a mi hija 'tú estudias el cuerpo humano en Medicina, pero las prácticas las hace tu hermano". 

Este chiste no tiene desperdicio. Lo mismo la hija de Page se está poniendo las botas mientras es una crack estudiando Medicina, pero su padre ha decidido castrarla. Es una princesita. Ella no desea. No conoce varón. Será salvada por uno cuando llegue el momento. Mientras, en silencio, vamos regando la flor. 

Page jamás hubiese podido pronunciar esa frase al revés. Jamás hubiese dicho en público que su cría está haciendo prácticas en el cuerpo humano, mientras que su hijo se aprende la teoría. Eso le avergonzaría. Eso le parecería un insulto para ella. 

5. "Yo quiero que mi hija se eche un novio buena gente, uno del que se pueda fiar toda la vida". 

El político, otra cosa no, pero es coherente. Admite así que el hombre, a menudo, es peligroso, un crápula, un pillo, un gamberro erótico. Admite que el futuro yerno se la puede tramar a su joyita, que algún día será, como Mónica García, "médica y madre". Page querría arrancarle la cabeza al pinfloi si ella llorase, si ella sufriese por un pichabrava. Por eso se pone la venda antes que el golpe y sueña en voz alta: que a mi niña no le hagan lo que sé que hacen los hombres, lo que puede hacer mi propio hijo a otras chicas, lo que quizá yo mismo hice en el pasado. Entendido. Diáfano. 

6. "Que llegue a casa". 

Este punto me divierte sobremanera. Page sueña con un yerno que vuelva a la casa familiar a dormir. Que no pase la noche toledana fuera. Que venga a la hora que quiera, pero que venga. Que no sea Tito Berni. Que no acampe en puticlubs. Que cuando termine la faena, se coloque el cinturón, se meta un chicle en la boca y regrese al hogar. Qué menos. La mujer del césar tiene que ser decente y parecerlo. El hombre basta con que lo parezca. 

7. "Yo dormiría tranquilo, estaría encantado de la vida" [si su hija estuviese con un hombre como Pablo García Bellido]. 

La niña de Page debe tener más años ya que un ñu, pero su padre aún siente que puede hacer recomendaciones básicas sobre sus elecciones sentimentales y sexuales. Page te aconseja que te vayas con el buen chico. Con el inofensivo. Es menos gracioso que él, pero… 

8. "Yo le diría a García Bellido en una sobremesa: ¿qué tal se porta mi hija?". 

Jajá. La chanza final. Como en cualquier chiste, el ribete último debe funcionar por contraste, por contradicción, si no es que no te ríes. Si no la anécdota nace muerta, sin sorpresa. Ahora su hija es "la mala" comparada con el pedazo de pan de García Bellido, ese auténtico sol de primavera, ese eunuco, ese yerno impoluto. Ahora su hija tiene tela.

Page la mira desde el futuro: la chica se fue, siguiendo sus indicaciones, con el tipo bonachón. Es una suerte, porque así puede hacer bromas machirulitas con él. "La parienta". "La contraria". "Hoy duermes en el sofá". "Que no se entere tu mujer". Jajá. Es gracioso porque es verdad. Page seguirá controlando a esa doctora en Medicina que será un día su hija. Y, por qué no, porque el gañanismo no muere, en alguna nochebuena le preguntará a su marido: "¿Qué tal se porta?". La hija de un gañán nunca deja de tener cinco años.