Gerard Piqué llegó este domingo en helicóptero al Camp Nou en calidad de presidente de la Kings League. Allí, 92.522 personas esperaban para ver la final de la liguilla de fútbol 7 fundada por el exfutbolista del Barça junto al streamer Ibai Llanos.

La final de la Kings League, que no se retransmite en la televisión convencional, fue seguida por más de dos millones de personas en YouTube y Twitch. Los periódicos se han hecho eco con cierta estupefacción de estas cifras, auténtico hito que en apenas cuatro meses de vida ya ha logrado mucha más audiencia que la gran mayoría de los partidos de LaLiga.

Ibai Llanos y Gerard Piqué, este domingo en el Camp Nou durante la F4 de la Kings League.

Ibai Llanos y Gerard Piqué, este domingo en el Camp Nou durante la F4 de la Kings League. Kings League

Para hacer entender el fenómeno a los carcas, los entusiastas de este híbrido entre "entretenimiento y fútbol" explican que a las nuevas generaciones les cuesta cada vez más conectar con el fútbol tradicional. La Kings League busca "hacer el producto más atractivo" para los jóvenes nativos del streaming y de la oferta inagotable de ocio.

En la competición de Piqué e Ibai, el calendario de partidos se reduce al mínimo, se introducen cambios sorpresivos en cada jornada y los encuentros son más breves. Así, el público de la época de la atención secuestrada no pierde el interés.

Porque los adolescentes de la era de la sobreestimulación, para no aburrirse con los interminables Elche-Getafe, necesitan una variante del fútbol más rápida, más intensa. Con elementos innovadores que mantengan alimentada la emoción, la excitación constante, que enganchen. Una sintomática expresión de estos tiempos dopamínicos en los que las dinámicas adictivas no nos permiten ver un partido de 90 minutos seguidos o una película de dos horas, pero sí darnos un atracón de una serie que triplica la duración de la película o ver un partido de streamers de ¡siete horas de duración!

Algunos sostienen que el invento de Ibai y Piqué es una vuelta a los orígenes del fútbol popular, a la idea del equipo de barrio amateur con gente normal. Y es cierto que la Kings League no se entiende sin la deriva del fútbol de élite contemporáneo, en el que una brecha insalvable separa a los ídolos de sus fanáticos. Que ha sustituido al aficionado por el cliente y al hincha por el espectador.

Es bien sabido que la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas y el negocio de los derechos televisivos instalaron una dinámica empresarial en el fútbol que, al consagrar la rentabilidad y la lógica comercial, ya no pone en el centro al aficionado.

El deporte rey se convirtió en una lucrativa industria en la que el crecimiento de los ingresos exigió un proceso de deslocalización (como el que afecta también a la vivienda o al comercio tradicional) para poder integrarse en el mercado global.

Así, los equipos históricos han quedado degradados a meros instrumentos de especulación para las grandes fortunas. Esto es lo que explica que muchos clubes estén en manos extranjeras o que se hayan llevado algunas competiciones a países de nula tradición futbolística.

Este proceso de desterritorialización, que hace que los equipos ya no dependan de su entorno más cercano, supone el fin de la conexión entre el club y su ciudad. El modelo de explotación basado en el nudo beneficio no entiende de tradiciones. El escudo y la camiseta dejan de contar como patrimonio social y cultural, como legado familiar y como factor vertebrador del tejido social.

[Las 5 claves que explican el éxito de la Kings League, la liga creada por Piqué, streamers y exfutbolistas]

Esto, sumado a unas entradas de precios prohibitivos y a unas plataformas de suscripción por cable con tarifas abusivas, han impulsado una mutación del balompié que ha pasado a entender al aficionado como un simple consumidor. Y que ha desnaturalizado un fenómeno social más emparentado con la experiencia religiosa colectiva que con el espectáculo y el pasatiempo.

La atomización y el desarraigo del fútbol mercantilizado y gentrificado, en fin, es lo que explica la reacción de los "creadores de contenido", que con ingenios como la Kings League quieren recuperar la proximidad primigenia entre el hincha y su equipo. Una identificación que se produce a través de la interacción directa, pudiendo los seguidores diseñar mediante votación popular en las redes sociales el reglamento de la competición (a la manera de esas series en las que el espectador puede elegir el final).

Pero, en realidad, eventos como la Kings League no subsanan los vicios del fútbol profesional. Porque es cierto que los aficionados recuperan la capacidad de influir en la marcha de su club. Pero esta falsa democratización podrá, a lo sumo, generar un sucedáneo del sentimiento de pertenencia y de adhesión incondicional que se establece con los equipos históricos.

Al fin y al cabo, internet también es un no-lugar que no permite la creación de auténticas comunidades (que en sentido estricto son grupos con un sustrato geográfico cuyos vínculos no se establecen sobre afinidades electivas) en las que vivir experiencias compartidas reales, más allá de las que siente el viewer solitario a través de su pantalla doméstica.

Y, sobre todo, la Kings League no revierte, sino que agrava, la espectacularización del fútbol. Con sus pachangas de famosos televisadas y sus clubes presididos por streamers celebérrimos y estrellas retiradas, la liga de Piqué e Ibai no se diferencia mucho, en realidad, del espíritu del polémico formato de la Superliga Europea.

Ni unos ni otros entienden que un campo de fútbol se asemeja más a una plaza de toros o a una parroquia que a un circo. Animar al propio equipo no va de aburrirse o de divertirse, sino de participar de una emoción colectiva y de adherirse a algo más grande que uno.

Con una claudicante mentalidad acomodaticia, entregada a la tiranía de los "hábitos de consumo", hay quien piensa (como Piqué) que el fútbol sólo se salvará si lo transfiguramos en un videojuego trepidante con normas estrafalarias. Pero, como ha explicado Alejandro Requeijo, "despojado de su hábitat, el fútbol se convierte en un simulacro desvirtuado y sin futuro".

Porque, compitiendo como un espectáculo más, el fútbol siempre "vivirá bajo la amenaza de ser superado por modas y espectáculos más intensos, más rápidos, más interesantes y también más baratos".

Cuando un fenómeno social, histórico y tradicional adopta el lenguaje de la moda, siempre llevará las de perder.