“Para cuando tenían que empezar a llegar, ya se habían ido”.

La frase es del periodista José Luis Hornillos. Ilustra a la perfección la sensación que deja el paso por la política de la generación nacida en democracia. Las trayectorias de auge y caída desfilan ante nuestros ojos a velocidad de fast-forward con sintonía de Benny Hill.

Pablo Casado, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias antes de empezar el debate electoral de abril de 2019.

Pablo Casado, Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias antes de empezar el debate electoral de abril de 2019. Juanjo Martín EFE Madrid

Vean, si no, a Macarena Olona. Sólo en 2022 ha pasado de azote parlamentario y jurídico del Gobierno a vicepresidenta andaluza in pectore. De ahí a fusible fundido de su partido y cesante de la política. No es descartable un nuevo giro. Algunos han querido ver aromas de escisión errejonesca en su última reencarnación, indiscutiblemente peregrina.

El cambio de guardia en el PP hace cinco meses es un ejemplo paradigmático. Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra sustituyeron a Pablo Casado y Teodoro García Egea. El segundo aguantará en el Congreso lo que dure esta legislatura.

Las noticias sobre su reciclaje profesional dibujan a una suerte de juguete roto apenas cuatro años después de empezar a ser conocido más allá de la burbuja de políticos y periodistas. Y qué me dicen de su jefe. “Empezar una nueva vida”, “reinventarse”… son clichés que inducen al vómito. Pero parecen excepcionalmente precisos en este caso.

Es difícil no imaginar a Pablo Casado fantaseando con presidir el Gobierno cuando enardecía a los jóvenes de su partido. Si trazó un plan minucioso para conseguirlo, ahora, a los 41, tiene que hacer la digestión de que no llegará. Lo malo de tener las ideas tan claras es la falta de alternativas.

No haremos ya demasiada sangre con Pablo Iglesias. Cada vez que se pone ante el micrófono hace buena la teoría de su trayectoria circular. Tiene hasta un punto tierno intentando resucitar al prescriptor que amaga con saltar a la política de hace una década. Como si un primer salto se pudiera dar dos veces.

Que los aduladores no callen nunca. En el silencio puede aparecer la realidad: que dejó de ser vicepresidente del Gobierno porque quiso cinco minutos de foco presentándose a unas elecciones perdidas de antemano.

Así las cosas, los trece años de trayectoria política de Albert Rivera le asemejan a Giulio Andreotti. Hay incluso algún superviviente.

[Reportaje: Macarena Olona de cerca: "No sirvo para intrigas palaciegas, pero si hay que embestir... soy un miura"]

Íñigo Errejón parece el único producto de la hornada de 2014 con algo más de futuro que pasado. Sería de desear que Gabriel Rufián vuelva a ser diputado en la próxima legislatura. Acentuaría así un perfil que ya en esta ha empezado a cobrar forma.

Hoy Rufián es en el Congreso un souvenir de otro tiempo como lo era Alfonso Guerra en las vísperas de renunciar a su escaño en 2015. Claro que para adquirir esa condición de vestigio Guerra necesitó 38 años ininterrumpidos representando a los sevillanos en la Carrera de San Jerónimo.

A Rufián le han bastado siete representando a los barceloneses. Algo nos dice que en las siguientes Cortes las performances parlamentarias serán como una avioneta pidiendo justicia para Ruiz-Mateos en una playa de hoy, llena de bañistas posando en Instagram. El eco grotesco de otro tiempo.

Las tipologías no ayudan a dibujar elementos comunes más allá de los generacionales. Se han abrasado antes de tiempo desde los mesías de “la gente” hasta las criaturas amantadas en los pechos de las Nuevas Generaciones. Si los políticos no son distintos de la sociedad a la que pertenecen… ¿qué nos está diciendo este paso por la vida pública digno de los hombres-bala? ¿Es el peterpanismo? ¿El ritmo de los tiempos? ¿Hemos impuesto los medios de comunicación, con nuestras escaletas, giros de guión permanentes que piden zooms sobre los protagonistas al mejor estilo del culebrón?

El martes, minutos antes de que Pedro Sánchez arremetiera contra Feijóo a ritmo de prerrogativa, acataron la Constitución los senadores elegidos por el parlamento andaluz. Fueron llamados varios nombres conocidos. Ninguno desde hace tanto como el de Francisco Javier Arenas Bocanegra.

El escaño es una modalidad de asiento sobre la que se aposenta desde 1983. Queda un lustro para que nazca Irene Montero. Bronceado, buen aspecto, sonriente en el saludo a Ander Gil. Una vez sentado, adquirida otra vez la condición plena de senador, representa la viva imagen de la ufanía. Le quedan aún tantas generaciones de políticos por ver pasar.