Tengo por sana costumbre convertir algunos cafés en debates científicos o sesiones de trabajo. Hace unos días quedé con Alejandro Martín Quirós, médico internista, urgenciólogo e investigador del IdiPAZ, en una de las cafeterías del hospital donde ambos trabajamos para contarnos nuestros respectivos veranos, mas el encuentro devino intercambio de ideas y planificación de experimentos.

Un radiólogo muestra unos pulmones infectados por Covid-19.

Un radiólogo muestra unos pulmones infectados por Covid-19. Yves Herman Reuters

Él, saliente de guardia en Urgencias, y yo, acabado de llegar al laboratorio, centramos la conversación en especular sobre la evolución de la pandemia tratando de imaginar los posibles escenarios que nos depara la Covid-19.

Con un número comparativamente pequeño de afectados en la actualidad, la séptima ola ya va siendo historia en España. La vacunación repetitiva ha logrado frenar los fallecimientos vistos en los primeros envites y la COVID-19 de hoy poco se parece a lo vivido en 2020.

Sin embargo, no hemos vencido al virus. Las nuevas variantes siguen infectando a unos y otras, provocando molestias notorias en la población joven y complicaciones en los ancianos. Alejandro pronostica que conviviremos con la Covid-19 como lo hacemos con la gripe. “Tendremos que diseñar esquemas de vacunaciones anuales para mitigar los estragos, vigilar las mutaciones y generar mejores tratamientos para los casos de gravedad”, fueron sus palabras.

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Es un hecho que la investigación clínica en este campo se dirige a establecer terapias antirretrovirales aplicables a un espectro ancho de pacientes que presenten complicaciones. Un ejemplo de ello es el Remdesivir, el primer antirretroviral aprobado tanto por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) como por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) para tratar a los enfermos. Sin ser una panacea, se ha comprobado que su aplicación acelera la recuperación en contagiados por el SARS-CoV-2, el coronavirus que provoca la COVID-19.

Sin embargo, un tema queda en el aire. Me refiero a la persistencia de síntomas varios en un número creciente de pacientes una vez superada la infección vírica. Lo que llamamos Covid persistente va cobrando importancia en el día a día de los hospitales, aunque aún no se le presta la atención merecida.

En un estudio publicado por la revista científica Nature Medicine se comprobó que, en una cohorte de 486.149 adultos afectados versus 1.944.580 personas sin evidencia de contagio, 62 síntomas se correlacionaron con la infección por SARS-CoV-2 luego de 12 semanas de haber superado la enfermedad inicial en pacientes que no necesitaron hospitalización al contagiarse.

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Entre estos síntomas destacan: la pérdida del olfato o anosmia, la caída del cabello, los estornudos constantes, la dificultad para eyacular, el dolor de pecho, la fiebre y la disminución significativa de la libido. Con un grado importante de significancia estadística se reportan otros síntomas preocupantes como las lagunas de memoria, fatiga física y mental, ansiedad y depresión. El estudio también concluyó la existencia de una mayor probabilidad de sufrir Covid persistente si eres mujer, perteneces a una minoría étnica, sufres privación socioeconómica, fumas o tienes obesidad.

Muchas han sido las voces científicas que se han elevado desde el principio de la pandemia poniendo el foco en este problema que se nos viene encima. La neurocientífica gallega Sonia Villapol, investigadora del Houston Methodist Research Institute, nos dice que ya se han identificado más de 200 síntomas persistentes y que, desafortunadamente, la población infantil no es una excepción.

De hecho, en niños la Covid persistente tiene un impacto severo, probablemente debido a las características de su sistema inmunológico innato. En ellos, luego superar la infección, se mantienen altos algunos factores involucrados en la defensa que pueden provocar la permanencia de fatiga y dolores de cabeza. Aunque aún en tela de juicio, algunos datos indican una asociación entre la Covid-19 y la aparición de la hepatitis pediátrica de origen desconocido que sigue siendo una incógnita por resolver.

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Como casi siempre ocurre, igual de insoportable que los síntomas persistentes lo son la desidia en abordar un tema desde la administración, las agencias financiadoras de ciencia y las fundaciones que apoyan la investigación biomédica.

La falta de entidad clínica de la Covid persistente desenfoca la atención de quienes tienen el poder de decidir hacia dónde van los fondos para investigación. Una vez resuelto el problema de los fallecimientos diarios y el colapso de la sanidad, es el momento de poner las luces largas y visualizar el futuro.

Se necesita definir con precisión esta enfermedad, encontrar marcadores de evolución, buscar los mediadores que provocan los síntomas, identificar posibles reservorios ocultos del virus y un etcétera, no infinito pero alargado, que implica investigación básico-clínica orientada a resolver un problema que ya es realidad para uno de cada ocho personas que han pasado la Covid-19.