Es una de esas imágenes que explica por sí sola un momento de la Historia. 15 de junio de 2011. Vemos al diputado de Convergència i Unió en el Parlament de Cataluña Gerard Figueras. Tiene 28 años que lucen como doce más. Acude al pleno perfectamente trajeado como entonces aún era costumbre. Cuando intenta acceder al parque de la Ciutadella, es abordado por parte del grupo de “indignados” que ese día se ha propuesto tomar la sede de la soberanía catalana.

Imagen de archivo del asalto al Parlament de 2011.

Imagen de archivo del asalto al Parlament de 2011. EFE

Es el choque entre dos mundos ante los ojos del espectador. Figueras asiste atónito a la agresividad de sus interlocutores accidentales. Teme por su integridad física y no duda en ir gritando “auxilio” por la calle. El equilibrio imposible entre el que intenta ofrecer imagen de control y deja salir de su boca la palabra que demuestra que lo ha perdido.

El poder político catalán toma nota de la desafección. Pero decide encauzarla en vez de atajarla. Es uno de los muchos factores que explica el cúmulo de atropellos legales conocidos como procés que tienen su pistoletazo de salida en la “Diada” del año siguiente. Quizá haya oído hablar de unas criaturas denominadas “los moderados de Convergència”.

Algunos irreductibles siguen afirmando su existencia. Para otros son unos seres mitológicos equiparables a los unicornios. Pese a las numerosas invocaciones de las que han sido objeto en la última década, aún no han hecho acto de presencia. Su intervención se dio por segura en distintos momentos del dislate, como garantía de su punto final. Quizá siga habiendo moderados. De lo que no queda rastro es de Convergència.

Los prolegómenos y el desarrollo de este infausto decenio han transcurrido en paralelo a una profunda crisis electoral del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), referencia de eso que se dio en llamar catalanismo que decidió despreciar a buena parte de su electorado a su paso por el gobierno catalán, entre 2003 y 2010. En 2021 consiguieron ganar las elecciones pero no formar gobierno. El efecto en la vida práctica del ciudadano catalán ha sido perfectamente descriptible.

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El miércoles se produjo otra imagen que quizá adquiera significado histórico. El independentismo parece resuelto a no tocar suelo si se trata de ofrecer un retrato de decadencia moral profunda. El grupo de radicales que se propuso boicotear los actos en memoria de las víctimas de los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils de 2017 iba más allá de los nenúfares en la piscina de Pilar Rahola. Delirios conspiranoicos y griterío sectario por encima del respeto más elemental.

Ha parecido que alguno se caía del guindo. Respeto mucho el trabajo de Jordi Évole, aunque rara vez esté de acuerdo con sus planteamientos. Le vamos a tomar como ejemplo a él por su gran influencia. Resulta particularmente representativo de las contorsiones, dignas de aspirante a formar parte del Circo del Sol, que un sector de la opinión publicada llevó a cabo durante los peores instantes de la ristra de acontecimientos de hace un lustro. Cada frase nacía de un cálculo que ponía pesos en cada lado de la balanza hasta dejarla perfectamente equilibrada. “Los unos y los otros”.

El otro día tuiteaba: “El fanatismo rompiendo un minuto de silencio contra el fanatismo. ¿Qué nos extraña si es lo que se ha sembrado?”. Es precisamente la siembra intelectual del propio Évole durante los peores momentos de hace cinco años la que nos puede dar una pista. El repaso a sus columnas en El Periódico de Catalunya esas semanas resume aquella parálisis que impedía dibujar un panorama en el que la responsabilidad no se repartiera entre los que estaban resueltos a quebrantar la ley y los que cobraban a final de mes por impedirlo.

“La duda me parece la última trinchera”, concluía su artículo “Difamen al equidistante” el tres de septiembre. En él, Jordi Évole lamentaba ser objeto de las críticas de medios independentistas “y de la caverna española” por haberse posicionado en contra de la “politización” y “crispación” tras los antedichos atentados de agosto.

Su descripción del golpe de mano independentista en el Parlament, durante los días seis y siete de septiembre, habla por sí sola:

Hubo un episodio que da para que Cercas escriba 'Anatomía de otro instante'. El abandono de los diputados antes de votar, buscando la foto del hemiciclo medio vacío. La teatral colocación de banderas españolas y catalanas en sus escaños por parte de los del PP. Y la posterior retirada de las españolas por parte de una diputada de CSQEP. Entendiendo su reivindicación republicana, digo yo: ¿que no se habían retratado suficiente los populares con su acción?, ¿qué se hubiese dicho si la bandera retirada hubiese sido la catalana?

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En “¿Good bye Lenin?” (15 de octubre) juega a encontrarse en un coma como el de la película del mismo título.

Si sigo dándole vueltas al tema, creo que en cualquier momento puedo volver al coma. ¿Qué pasará en las horas siguientes? Pues ojalá Puigdemont conteste que no se proclamó la DUI. Porque eso es lo que creo que pasó, porque que yo sepa ni se votó lo que el 'president' anuló. Y ojalá que Rajoy no se coja a un clavo ardiendo para aplicar el 155. Y que se abra un diálogo de verdad, no de boquilla. Un diálogo que evite los vencedores y los vencidos (o los humillados que es peor). 

El 22 de octubre homenajeó a José Agustín Goytisolo copiando la estructura de “Quiero todo esto”. Algunos “quieros”:

Quiero que no haya presos políticos. Quiero volver a desayunar con Jordi Cuixart en la Diagonal. Quiero que no me llamen unionista por no ser independentista. Quiero volver a creer que no han fracturado la sociedad catalana. (…) Quiero que el 155 vuelva a ser un número sin efectos legales. (…) Quiero calles sin banderas. (…) Quiero no pensar que vivo en el mejor país del mundo ni que somos los mejores ni que a por ellos oé (…)

Los tuits de la época siguen la misma senda. El repaso podía haber sido igual de eficaz recordando editoriales de La Vanguardia, por ejemplo. Es normal que el miércoles se helara la sangre en todo ese sector que temía alzar la voz contra el nacionalismo sin necesidad de meter al PP o a Ciudadanos en la frase por el “que no se diga”. Por eso es pertinente un “¿cómo hemos llegado hasta aquí?” de reflexión algo más profunda. Y ahora les dejo. Creo que he visto un unicornio en la ventana. O quizá sea un moderado de Convergència.