Andan nerviosos los chavales ibéricos por si el PSOE prohíbe el porno, y yo les entiendo. En él han basado toda su educación erótica desde que eran niños, desde que aprendieron a follar tan mal como lo hacen hoy, clickando compulsivamente en títulos como "madre muy guarra se tira a su hijo después de cazarle espiándola", o "cerdas tragando semen", o "gordas gorditas putas", o "violación brutal en grupo" (todos son nombres reales).

Fotograma de Don Jon, donde el protagonista es adicto al porno para superar sus problemas íntimos.

Fotograma de Don Jon, donde el protagonista es adicto al porno para superar sus problemas íntimos.

Cómo no van a extrañar esos tremendos rótulos derivados de la mejor literatura universal misógina. ¡Los chicos sólo quieren cultura! Dejadles camelar como ellos camelan, que diría papá El Fary.

No son culpables, al cabo. Uno come de lo que se le pone en la mesa. Se les mostró una puerta y la abrieron. Era la curiosidad, la búsqueda bronca de la propia virilidad, la exploración no tanto del deseo como de la satisfacción.

Y desde los once años (la edad media iniciática en la que los críos empiezan a consumir porno hoy, según los datos) se construyen un imaginario tosco de penes inmensos (impracticables) que admiran y a la vez les acomplejan, o de mujeres que gritan como condenadas cuando se les muerde un pezón (ya les digo yo que nunca hubo para tanto), o de situaciones harto ridículas donde el fontanero siempre llama dos veces.

Yo me descojono. Ya no es que el porno me agreda. Es que he llorado de risa con su autoparodia. Son vídeos rodados por hombres que no tienen ni idea de lo que es una mujer, o que han sido incapaces de complacerlas en toda su vida. Nunca habrían recibido de ellas esas gestualidades ni esas reacciones si no hubiera habido chequera de por medio: tristes.

Tampoco han entendido lo esencial. La diferencia fundamental entre el sexo machista y el feminista no tiene nada que ver con lo sucio o lo violento, tampoco con una exigencia de romanticismo ni de suavidad, sino con algo que a menudo se les escapa. El relato. Lo mejor del sexo nunca es el sexo, sino lo que lo rodea

La frustración adolescente se vuelve infinita cuando tocan un pecho real y asumen la complejidad sensual de una mujer. ¿Por qué no parecen disfrutar tanto como las chicas de los vídeos? ¿Por qué el sexo no es blanco y en botella? (me perdonen). ¿Por qué no están dispuestas a todo y abiertas 24 horas, como una febril farmacia de guardia?

Es más, ¿por qué tienen voluntad? ¿Cómo es que nadie les había contado que tenían libido propia?

Obvio no se les pasa por la cabeza las condiciones en las que trabajan las nenas teatralmente insaciables de los vídeos. Probablemente si lo supieran el castillo de naipes se les vendría abajo. Obvio que creen que están gozando de verdad (¿cómo no van a gozar con un hombre, si el falo es poco menos que una espada láser?).

Obvio que no piensan en que la imagen de esas chicas pervivirá en internet, incontrolable y llena de estigma, porque los tipos de Pornhub son unos máquinas y ellas unas zorras, y así son leídas por un mundo testosterónico y pringoso. Quien diga que no, miente.

De hecho, me contó la actriz porno Anneke Necro que las mujeres de los vídeos cobran más que los hombres porque el precio que pagan al exponerse es más alto. Su cuerpo se llena para siempre de una vergüenza social inolvidable. Me resulta aterrador.

Si todas mis amigas han fingido orgasmos, sin excepción (la ciencia avala), es porque las hembras de cualquier especie llevan escrito en su código genético una verdad terrible. Los gemidos hacen que el macho eyacule antes, les excita, y mira, así podemos terminar rápido con este circo.

Eso nosotras no lo aprendimos del porno, chicos. Lo aprendimos siendo mujeres.

Estoy cansada de escribir acerca de por qué el porno es deshumanizante, de por qué se nutre de conductas pedófilas en el presente o de por qué está relacionado estrechamente con el capitalismo.

Mejor lean a Rosa Cobo en esta entrevista acerca de su obra Pornografía. El placer del poder. O a Analía Iglesias y Martha Zein en esta sobre Lo que esconde el agujero. O a mí misma en este artículo desmontando OnlyFans, apoyándome en los brillantes argumentos de la filósofa Ana de Miguel. Está todo expuesto. Quien no lo ha querido entender ya, no querrá entenderlo nunca.

Lo que en realidad me apetece plantear en esta columna es ¿qué perderíamos como sociedad si perdemos el porno? Maticemos, el artículo 187 de la Ley abolicionista del PSOE reza lo siguiente: "El hecho de convenir la práctica de actos de naturaleza sexual a cambio de dinero u otro tipo de prestación de contenido económico será castigado con multa de doce a veinticuatro meses".

Esto es importantísimo, porque el problema nunca ha sido el sexo explícito, sino el dinero que lo media. No estamos hablando de destruir la pornografía en su sentido profundo, sino de regular la industria pornográfica, que es algo bien distinto, y que hoy supone un monstruo cíclope que campa a sus anchas.

No somos mojigatas, caballero, suéltenos del brazo. Somos feministas y queremos que las nuestras tengan sexo no sólo con consentimiento, sino con deseo, ambas empresas irrealizables en libertad si la pasta media.

Los caballeros están a dos cafés de denunciar que vamos a dejarles a dos velas, que les vamos a montar un Lisístrata, una huelguita sexual, así, de moderneo. Jajá. De hecho, no. ¡Nos gusta el sexo, prometido! Es más, nos gusta tanto y hemos analizado tan detalladamente sus fraudes mercantilistas que sabemos que el porno que conocemos es una fábrica de incels, o de tipos tristes, o de machistas, o de chavales que, acomplejados por la presión, acaban padeciendo disfunciones eréctiles.

Lamentamos que los hombres hayan consumido porno estilo aspiracional, como las mujeres de clase media-baja que leen el Hola! para admirar la vida de lujos que no van a tener. Lamentamos su estrechez de miras, su falta de imaginación, su pasión por lo obvio. Lamentamos que si el porno cae, tengan que buscarse por fin un hobby.

O algo aún peor, algo más agotador. Relacionarse con mujeres de verdad, ya saben ustedes, las de carne y hueso, con todas sus molestias y sus peticiones, de esas que no dicen que "sí" a todo con la boquita complaciente. Ese es un trabajo que les puede llevar toda la vida. Que se pongan a ello ya para centrarnos en lo importante. Nosotras sólo queremos pasarlo bien.