La infame ley que Isabel Celaá nos dejó antes de ir a lucir sus moarés y sus mantillas al Vaticano está siendo como una bomba de racimo llena de artefactos que a su vez van explotando uno tras otro, a cada cual más letal. Con su impacto indiscriminado, no es difícil imaginarse hasta qué punto el conocimiento y el espíritu crítico de nuestros niños y jóvenes quedará destruido a conciencia. Como un erial.

El rey Felipe V, retratado por Miguel Jacinto Meléndez.

El rey Felipe V, retratado por Miguel Jacinto Meléndez. Wikimedia Commons

Hoy toca la historia. Me da igual lo que se perpetra en el currículo de la ESO o en el de Bachiller. Porque no se puede apreciar la gravedad de lo uno sin entender la de lo anterior.

Dicen que la ley ha sido cosa de pedagogos y de profesores, meros teóricos de una labor que no conocen. Que lo que buscan es perseguir el esfuerzo y premiar la mediocridad.

Que su intención primera es que nadie se frustre por no ser capaz de aprender, incluso de entender, unos contenidos cada vez más menguantes.

Que memorizar es perverso y racionalizar lo memorizado, todavía más.

Y que lo importante no es que los jóvenes salgan de la escuela bien formados, sino bien adiestrados.

Pero en el caso de la historia no es sólo eso. Sin necesidad de cambios en el currículo y a pesar de que los contenidos de las asignaturas troncales (e Historia lo es) los fija el Estado, hace ya bastante tiempo que en algunas comunidades autónomas han hecho de su capa un sayo y han puesto esta asignatura al servicio del ideario del gobierno de turno, sobre todo si ese gobierno es nacionalista.

Por poner sólo un ejemplo que conozco bien, en las islas Baleares viene estudiándose una historia de España en la que las líneas argumentales son tan burdas que sólo los ignorantes, los frívolos o los muy ideologizados no las ven.

La primera, el relato de una Cataluña bimilenaria, más avanzada y próspera que el resto de territorios peninsulares, agraviada con maldad y sin descanso, desde su nacimiento mítico, por una Castilla atrasada e inculta.

Una Castilla que, no importa de qué momento de la historia se trate, engloba el resto de los territorios de España, a excepción de los que conforman los Países Catalanes (por cierto, que el hecho de intentar acreditar ese constructo mítico, junto con la desidia de la derecha, es lo que justifica que en Baleares se estudie Historia con los libros redactados y editados en Cataluña).

Por supuesto, se niega la existencia de la monarquía hispánica y se entiende la unión dinástica de los reyes católicos como un mero aglutinante de territorios diversos. La Guerra de Sucesión se convierte en Guerra de Secesión (con el Decreto de Nueva Planta como la apoteosis de los agravios a Cataluña).

En cuanto a la invasión napoleónica, es llamada Guerra del Francés porque lo de Guerra de la Independencia se deja para los delirios de consumo interno. De la leyenda negra (de la que sólo Castilla es protagonista) para qué hablar.

La segunda línea argumental es una tensión derecha versus izquierda prolongada a lo largo de la historia y sin importar que el concepto resulte anacrónico para todo lo anterior a la Revolución francesa (y en España, ni eso). Una tensión en la que la izquierda es indefectiblemente buena y conveniente para los españoles, y la derecha, mala. Sin matices.

Isabel Celaá en la presentación de credenciales al Papa como embajadora de España ante la Santa Sede.

Isabel Celaá en la presentación de credenciales al Papa como embajadora de España ante la Santa Sede.

Si todo lo anterior les parece adoctrinamiento, ahora imagínenselo sin necesidad de un marco temporal, sin el corsé de la cronología, sin tener que justificar un hecho en relación con otros anteriores ni tener que ajustarse a contexto alguno.

Los hechos históricos flotando en un éter, sin un hilo argumental que les dé coherencia, sin un porqué y sin un sentido. Sin edades, sin una línea del tiempo. Eso es lo que supone eliminar la cronología de la historia en la ESO.

Y si antes era fácil utilizar la historia para construir un relato y para adoctrinar, piensen lo sencillo que puede ser a partir de ahora inventarse hechos que nunca ocurrieron y silenciar todos los que incomoden, mientras se trufa cada acontecimiento, real o imaginario, de ideología.

El sueño de cualquiera de los muchos que utilizan la historia sólo para que les dé la razón y que ahora podrán moverse sin limitación alguna en las mentes de nuestros hijos.

O todo un curso de Bachillerato centrado en los hechos posteriores a 1812 habiendo hurtado a los alumnos el contexto de todo lo que precedió a esa fecha. Ignorantes, para empezar, de por qué hubo una serie de personas distinguidas (trescientas, de ellas sesenta venidas de América) que se reunieron en una ciudad sitiada (¿por quién y por qué había americanos?) para redactar una Constitución que apenas estuvo vigente debido a la oposición de un rey surgido de la nada.

¿El resto de la historia de España? "Memoria democrática".