Tan acomplejada vive la izquierda en España, tan obvia es su derrota cultural, que el apoyo de Ciudadanos a una reforma laboral que esa misma izquierda ha vendido como la nueva toma del Palacio de Invierno hace temblar sus convicciones como no lo hace siquiera el fracaso económico del socialismo (fracaso superior al del comunismo, que al menos logró poner una perra en órbita).

No puede haber peor noticia para Yolanda Díaz que la aprobación de la reforma laboral, SU reforma laboral, con el apoyo de Ciudadanos. No ya con el de PP o Vox, encantados en secreto de que la reforma de la ministra de Trabajo sea una fotocopia de la de Mariano Rajoy con el añadido de un par de leves retoques cosméticos. Sino con el de Ciudadanos. En el pantagruélico complejo de inferioridad de la izquierda, la reforma de Yolanda 'cosas chulísimas' Díaz es la Santa Biblia de las relaciones laborales del siglo XXI si consigue el voto a favor del partido de Mikel Antza, pero un texto del que avergonzarse si es apoyado por Inés Arrimadas.

Tengo algún amigo que me quiere tanto en privado como me rehúye en público. En redes sociales, su pánico alcanza cotas de escándalo. "Que no me vean mis colegas progresistas compadrear con el jefe de Opinión de Pedro J. Ramírez". Cada vez que le retuiteo le provoco tal catarata de sudores fríos entre oreja y oreja que acabo borrando el retuit por miedo a que le dé un parraque. No ocurre la cosa al contrario. Y no porque yo considere que la izquierda es superior, sino por todo lo contrario. Por supuesto, hablo de ideologías, no de personas. Pero a mí el vermut me sabe igual en privado y en público, y a él se le indigesta en el segundo caso. Sobre todo si le avista un tercero.

Es ya un tópico que pocas ideologías son tan intolerantes como esa izquierda a la que no se le cae la tolerancia de la boca. "¿Serías amigo de alguien de derechas?" pregunta obsesivamente en las redes sociales ese progresismo que dedica su tiempo a escribir pasquines de envidia africana contra Ana Iris Simón. La respuesta, invariablemente, es "no". Sólo les falta preguntar, como en La vida de Brian, "¿qué han hecho los capitalistas por nosotros?". Como esos niños que piden a su madre que les deje a 100 metros del colegio para que no le vean llegar con ella, la izquierda vegeta en un sistema que finge despreciar mientras apura sus placeres hasta el tuétano.  

La tolerancia de la izquierda, ya se ve, es descomunal de arriba abajo, inexistente hacia arriba y despótica hacia los lados. Sobre todo hacia los lados. Y esa es la viva definición de un tirano con complejos: el que busca la compañía de "los humillados", tan sumisos y dependientes como un chucho abandonado, pero que se siente fuera de lugar con aquellos a los que no puede comprar con dinero. Cuando un progresista habla de "tolerancia" sólo está hablando de "dependencia". 

Y por eso el apoyo de Ciudadanos, que aprobará la reforma laboral sin pedir a cambio ningún retoque, chiringuito o donativo para amigos, amantes y mantenidos, descoloca tanto a Yolanda Díaz. Porque su cosmovisión se basa en la compraventa de voluntades y apenas contempla la posibilidad no ya del pacto por interés táctico (el caso de Ciudadanos), sino del mero obrar en pos de un bien mayor.  

Lo repito. En la mente de Yolanda Díaz, que hace sólo unas horas se paseaba entusiasmada con Ada Colau por los barrios de Barcelona que ostentan el récord nacional de navajazos, delincuencia tcharmil y okupaciones, la amistad de los que organizan homenajes a asesinos de ETA es más deseable que la de Inés Arrimadas. Valga como prueba la evidencia de que si la reforma laboral sale adelante será por el trabajo de Félix Bolaños, el ministro socialista de la Presidencia. De haber dependido de Díaz, la reforma laboral seguiría en el limbo, a la espera de que Moncloa le prometiera a los nacionalistas catalanes algunas docenas de millones para el espionaje de niños en las escuelas de la región.

Yolanda Díaz comparte problema con Vox. Un partido tan adolescente que nada le puede dañar más entre su público que la mera apariencia de roce con el enemigo. Por eso Vox se siente tan incómodo con la crisis en Ucrania a pesar de que su cariño está, y no hace falta ser un lince para verlo, con Vladímir Putin y la gran Rusia, de la que Ucrania es parte tan inseparable como lo es Cataluña para España.

Pero ¿cómo manifestarlo sin posicionarse en contra de esos países del este de Europa que aborrecen tanto a los rusos como al liberalismo globalista? ¿En contra de la extrema derecha ucraniana? ¿A favor de las reclamaciones de Marruecos sobre el Sáhara, Ceuta y Melilla? ¿En contra de los soldados españoles desplazados a la zona de conflicto? ¿A favor del renacimiento de la vieja esfera de influencia comunista?

El problema se solucionaría apelando a ese viejo realismo geopolítico que reconoce tanto los intereses propios como los del enemigo para llegar a un equilibrio de poder que evite los mares de sangre que provoca el idealismo naif de los defensores caiga-quien-caiga de la democracia liberal (véase Afganistán, Irak o Siria). Pero ¿cómo pedirle realismo a un partido que ha hecho del idealismo su razón de ser? El paraíso que Vox le vende a sus acólitos no es menos verde que el que le vende Podemos a los suyos. 

Yolanda Díaz, tan leve intelectualmente como un sorbete de pepino, vendió a los españoles una nueva Revolución de Octubre que iba a convertir a los trabajadores españoles en propietarios de los medios de producción y ha acabado pariendo un ratón apoyado por la CEOE y por Ciudadanos, el partido de Arcadi Espada y Luis Garicano. Ni siquiera el apoyo de los sindicatos la puede consolar puesto que no queda un solo español en España que no sepa ya que estos aprobarían hasta el derecho de pernada si llegara de la mano del PSOE y su eterna Happy Hour presupuestaria.

El PSOE no tocará una sola coma de la reforma laboral. Primero, porque si lo hace perderá el apoyo de la CEOE, es decir, el de Bruselas (la mano que abre y cierra el grifo de los fondos del rescate europeo). En segundo lugar, porque al PSOE le interesa desmarcarse paulatinamente de ERC, EH Bildu y de Yolemos, el partido que sustituirá a Unidas Podemos, con vistas a las próximas elecciones generales. Elecciones donde Pedro Sánchez se venderá, como ya hizo en 2019, como un centrista de toda la vida.

No es todavía imposible que ERC, EH Bildu, BNG y la CUP den marcha atrás y faciliten la aprobación de la reforma laboral: las subastas progresistas suelen durar hasta el último minuto de la prórroga. Pero Yolanda Díaz compite por el voto extremista en Cataluña, el País Vasco y Galicia, y la aprobación de la reforma con los votos de nacionalistas y populistas la convertiría en la madre de todas las buenas noticias que dé la tasa de ocupación a partir de ahora. Y eso es demasiada ventaja: mejor dejar que la compañía de Ciudadanos afee su hasta ahora inmaculada imagen entre la izquierda radical.