Nayib Bukele, presidente de El Salvador, se acaba de autodesignar en su biografía de Twitter como “el dictador más cool del mundo mundial”. Así estamos en términos de calidad institucional en América Latina, ¡vaya seriedad!

Por otra parte, Bukele acaba de anunciar en su cuenta de Facebook lo siguiente: “He decidido, para que no quede ninguna duda, no proponer ningún tipo de reforma a ningún artículo que tenga que ver con el derecho a la vida (desde el momento de la concepción), con el matrimonio (manteniendo únicamente el diseño original, un hombre y una mujer) o con la eutanasia”. Un poco más del condimento conservador para Centroamérica. 

Mientras tanto, vemos a Santiago Abascal paseándose por México, juntando firmas del PAN, partido conservador y de derechas mexicano, para su Carta de Madrid. Una carta que busca “frenar el crecimiento del comunismo” y aglomerar a la derecha global de corte nacionalpopulista al más perfecto estilo de Vox.

Y corresponde hacer una clara identificación sobre dicho partido, celebrado por algunos libertarios (en realidad, falsos libertarios, porque ningún libertario o liberal abraza el nacionalismo, la homofobia, la xenofobia, el racismo, el proteccionismo económico o la imposición de determinados lineamientos morales a través del Estado). Los liberales y los libertarios no defendemos estas medidas.

El liberalismo está en las antípodas de lo que proponen movimientos como el de Santiago Abascal, Marine Le Pen, Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán o Giorgia Meloni. El liberalismo busca que tú seas el único dueño de tu propia vida, que nadie más decida por ti. Mientras tanto, estos movimientos de derechas buscan, abiertamente, imponer un modo único de vida basado en su moral religiosa perfectamente adecuada a su modelo de revista de los años cincuenta.

Cabe hacer esta distinción, debido a que son los políticos de derechas los que nos llaman liberprogres a los liberales (o incluso marxistas culturales), y son los políticos de izquierdas los que nos llaman neoliberales. Ninguno de los dos tiene la menor idea de lo que significa ser liberal.

La gran épica de esta derecha es dar una batalla cultural (concepto gramsciano de la hegemonía cultural, utilizado históricamente por la izquierda y ahora, evidentemente, también por la derecha). Pero ¿qué es esto de la batalla cultural? Pues un concepto al que debemos ponerle el ojo con atención, ya que busca a través de dicha narrativa justificar la imposición de ciertos elementos que se ajustan a la moral arcaica de quien lo utiliza. Si hay una batalla quiere decir que hay bandos, lo que supone que hay culturas que luchan por imponerse sobre la otra.

A fin de cuentas, pareciera ser que aquella llamada batalla cultural resulta entre ideologías autoritarias (entre la izquierda y la derecha). Este concepto ignora la esencia de la cultura, que es el orden espontáneo: la cultura sólo se puede desarrollar de forma espontánea y siempre necesita libertad. Por lo tanto, la expresión y el concepto de batalla cultural es una contradicción en términos. La cultura la desarrollan los individuos de manera voluntaria y libre, y evoluciona a partir de cientos y millones de decisiones individuales a lo largo de la historia, representando un claro ejemplo de orden espontáneo.

Las culturas evolucionan, crecen y se desarrollan cuando las personas pueden sintetizar valores en maneras nuevas, con discusiones abiertas, en una sociedad libre y sin coacción. El uso de términos bélicos o militares para hacer referencia a la evolución de la cultura es algo totalmente incorrecto. La cultura no se desarrolla combatiendo a los que piensan distinto, como muchos de la izquierda y la derecha, los socialistas, los nacionalistas y los populistas quieren hacer.

Esa batalla cultural es la pelea entre dos expresiones del mismo estatismo que intenta imponerse. Es que para Antonio Gramsci la batalla cultural tenía que ser iniciada por la izquierda como un método para vencer los paradigmas de la derecha. Pero hoy también es una lucha o batalla que invoca la derecha por imponer sus propios paradigmas: las dos expresiones de estatismo pelean por imponer sus modelos o sus propios valores sobre los demás.

Si hay algo que distingue al liberalismo es que jamás ha intentado imponer culturas, sino, más bien, ha permitido el libre desarrollo de las mismas, que son el producto de la interacción libre y voluntaria de millones de individuos a lo largo del tiempo.

Asimismo, otra característica que vale la pena mencionar es el componente que activan estas derechas conservadoras: las emociones, la obsesión con el pasado, los dogmas, la nostalgia y, por supuesto, el amor hacia la guerra y el conflicto.

Estos populismos de derecha movilizan a la tribu por medio del miedo a lo desconocido, el odio a todo aquel que es distinto, el rechazo al cambio, la búsqueda eterna de chivos expiatorios, la obsesión con un mundo enfrentado (motivo por el cual también son reacios al comercio) y la relación amorosa-obsesiva con el occidentalismo, lo que llaman la familia natural o la insistente batalla cultural recién mencionada.

Es en Europa donde actualmente rebrotan estos movimientos: un continente que se encuentra atestado de un renaciente nacionalpopulismo. En España lo vemos con movimientos como Vox. En Francia, con Rassemblement National de Le Pen. En Holanda, con la extrema derecha de Thierry Baudet. En Hungría, con Viktor Orbán. Luego el polaco Jaroslaw Kaczynski y su declarado autoritarismo, también el italiano Matteo Salvini con su Lega y, por otro lado, Giorgia Meloni, la italiana líder del peligroso partido Fratelli d’Italia.

Además están los Demócratas de Suecia, el Partido Popular danés, la Alternativa para Alemania, el FPO de Austria, el UKIP del Reino Unido, los xenófobos del Vlaams Belang de Bélgica, el EKRE de Estonia, el partido Verdaderos Finlandeses de Finlandia e incluso, a lo largo de nuestro continente americano, podemos encontrarla con figuras de este estilo, de la mano de Jair Bolsonaro en Brasil o en personajes como el expresidente norteamericano Donald Trump.

El caso de Vox en España se presenta como un fenómeno que forma parte de este auge de los colectivismos nacionalistas. Este partido detesta todo tipo de libertad: apoya una educación centralizada con un currículo patriótico y confesional, busca la creación de sindicatos propios y la prohibición de partidos, plantea la creación de un “Ministerio de la Familia”, la aprobación de una ley para “proteger” a lo que llaman la “familia natural”, busca otorgar subsidios a las familias numerosas, se opone a la adopción homoparental, del matrimonio igualitario, está en contra de la legalización de las drogas, de la gestación subrogada, en contra de la eutanasia, del aborto y busca promover una España nacionalista, cerrada y en línea con la postura autoritaria de Viktor Orbán o Jaroslaw Kaczynski.

Vox apoya el sistema político autodenominado “democracia iliberal” (Hungría, Polonia) que agrede directamente el consenso liberal-demócrata europeo de los últimos siglos.

Si un liberal español apoya a Vox, o es muy ingenuo o es un cómplice. Vox es cualquier cosa menos liberal.