“La ciudad nace, en mi opinión, por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que necesita de muchas cosas” dice Platón al principio de República, adversus ancap (no somos adanes ni robinsones).

¿Cuál es el tipo de sociedad que se basta a sí misma, autosuficiente en ese sentido? La ciudad, la polis. Lo que hoy llamamos Estado, cuya suficiencia se traduce hoy como soberanía. Así, completa Aristóteles en Política, “la ciudad es la asociación del bienestar y de la virtud, para bien de las familias y de las diversas clases de habitantes, para alcanzar una existencia completa que se baste a sí misma”.

Cierta independencia respecto al exterior, pero dependencia conjunta en el interior de esa comunidad política con miras al bienestar conjunto y la virtud conjunta. Es decir, que no hay comunidad política si no existe ese fin común que compromete a todos los ciudadanos. Si no se mira por el bien común no tenemos ciudadanos, sino idiotas, cada uno interesándose por lo suyo propio y no por lo común (por parafrasear a Félix Ovejero).

Pues bien, señores liberales. Ninguna sociedad puede mantenerse en orden si existe una masa de población en la miseria (no tener suficiente para lo necesario). Y tampoco puede mantenerse con unas diferencias grandes de renta entre ricos y pobres (sobre todo si dicha pobreza conlleva el efecto miseria). Lo que implica, señores conservadores, la necesidad de transformaciones sociales para que esa sociedad no ya prospere, sino sobreviva.

El planteamiento atomista liberal de la iniciativa emprendedora como solución no tiene sentido, por anárquica (es la idiocia del sálvese quien pueda). Y el planteamiento conservador es contradictorio, porque es absurdo conservar lo que no está funcionando, si es que hay grandes desigualdades y miseria. Tratar de mantener espiritualmente, alimentándose de unos abstractos valores tradicionales, lo que no funciona materialmente es una pura ensoñación del tipo del mito de la edad dorada.

La socialización de la riqueza, y esto sólo lo puede hacer el Estado (tributos, infraestructuras, extracción de energía del exterior, ayudas), es absolutamente necesaria para el buen orden social. Es lo que Gustavo Bueno llamó “socialismo genérico”. De esta forma, el Estado es necesariamente socialista, por razones de su propia consistencia interna. Es la única instancia, como sujeto soberano, que cuenta con la fuerza de obligar que es necesaria para movilizar a toda la sociedad y poder atender ese bien común, que pasa por evitar grandes desigualdades y la miseria.

Por acabar con un autor español muy desconocido, pero muy digno de ser revisitado en pleno invierno demográfico nacional español: “Débil es el vigor y la unidad de los ciudadanos en la carestía, mientras que el poder de los enemigos se robustece y se hace audaz. Es fácil ver cómo una sociedad pobre está sembrada de discordias, indefensa y fácil presa de enfermedades internas y externas y presta a rendirse. Y una ciudad es pobre cuando le faltan ciudadanos o alimentos o dinero” (Mateo López Bravo, Del rey y de la razón de gobernar).