En el debate del pasado miércoles 30 de junio en el Congreso de los Diputados, la frase de Pablo Casado acerca de las dos Españas enfrentadas en 1936 permitió a un Pedro Sánchez acosado incluso por sus socios parlamentarios desviar la cuestión y derivarla hacia las causas y responsabilidades de la Guerra Civil.

Lo mejor del debate de aquel día fue la centralidad del Salón de Sesiones del Congreso. El Congreso demostró ser el ámbito de la expresión política. El lugar del uso de la palabra ordenada y en libertad de los diputados ante el conjunto de la opinión pública.

España padece una crisis política gestada por los nacionalistas periféricos y agravada por un Poder Ejecutivo dominante. Algo que ha degenerado en una crisis de convivencia y en enfrentamientos entre millones de españoles.

Estamos a la espera de un proyecto político reformador que consiga reencauzar la convivencia y el equilibrio de poderes, y que devuelva su prestigio a las instituciones. Ahí es nada. No es soportable, de modo permanente, una nación con brotes de odio y violencia social entre vecinos, examigos y familiares.

En 1978 creímos alcanzada la deseada reconciliación nacional. El periodista y editor Javier Pradera, hijo y nieto de fusilados por milicianos del Frente Popular, llamó la atención en 2012, durante una entrevista en La 2, sobre la diferencia entre la actitud de los protagonistas de la Guerra Civil con la de los nietos de los derrotados e impulsores de la mal llamada memoria histórica:

Hay partes del pasado con las que no se ha hecho justicia. Yo creo que tienen que reflexionar sobre esto. No se recuperarán las vidas de los fusilados, los encarcelados no recuperarán los años en la cárcel, ni los exiliados las oportunidades perdidas. Lo que ocurre es que en 1977 los encarcelados y los exiliados dijeron “sí, nos compensa la Transición”. ¡Esto es lo paradójico de la situación!

En algún momento, los nietos de los que perdieron la Guerra Civil y los denominados por Javier Pradera “observadores identificados con los derrotados de la Guerra Civil” deberían seguir el ejemplo de sus abuelos: convivir en libertad, mirar hacia adelante y ceder el relato y el debate de los hechos del pasado a los historiadores.

Es interesante resaltar que, en los años 80 del pasado siglo, liderando la derecha Adolfo Suárez y Manuel Fraga Iribarne, ni el PSOE ni el PCE pusieron en la agenda política la Guerra Civil o el franquismo.

Ningún historiador, sea de izquierdas o derechas, puede negar que el inicio de la Guerra Civil se produjo con un golpe de Estado que, al fracasar en Madrid, Barcelona, Levante y otras capitales de provincia, derivó, de modo inmediato, en un inesperado e indeseado conflicto.

Desde 1808 y hasta 1936, y dejando aparte las guerras carlistas de origen dinástico, la inestabilidad política española se expresó a través de decenas de intentos de golpe de Estado por parte de militares progresistas y moderados (unos fallidos, otros exitosos) e insurrecciones radicales de izquierdas. Pero ninguno de ellos provocó una guerra civil hasta 1936.

¿Por qué sí en 1936?

Por una responsabilidad compartida. Las elites políticas españolas, desde la dictadura de Primo de Rivera en 1923 hasta la república democrática en 1936, fueron incapaces de construir un sistema democrático y parlamentario inclusivo y estable para todos los españoles. Por ello, la sociedad española padeció un largo periodo de enfrentamientos, entre 1931 y 1936, que fue la causa profunda de la Guerra Civil.

La gran crisis y la decadencia europea entre 1914 y 1945 fue también responsabilidad compartida de sus elites. Elites nacionalistas, conservadoras, liberales y socialistas en el inicio de la guerra de 1914. Después, elites fascistas, nazis y comunistas en el periodo de los años 30 hasta 1945.

El escritor ruso Vasili Grossman, testigo de las barbaridades de Iósif Stalin Adolf Hitler, definió la responsabilidad compartida de aquella época con una frase: “Todos son culpables”.

Dado que la presencia y vigencia de Francisco Franco en la agenda política española es un elemento de división que no impide a la derecha ganar elecciones, mejor haría el PSOE en centrarse en los problemas reales de los españoles y gestionar la cosa pública de modo eficiente y atento a los grandes retos de la globalización del siglo XXI.

En 1936, después de múltiples golpes de Estado de izquierdas, separatistas y de derechas, media España se enfrentó a la otra media. Si la historia es maestra de la vida, como decía Cicerón, la clase política en su conjunto (y, sobre todo, la centrista y moderada) debería evitar separar a los españoles e intentar reducir la polarización que tan graves consecuencias produjo en los años 30 del pasado siglo.