Bajan turbias las aguas de la Casa Blanca. Todo apunta a que Joe Biden hace bullying a su vicepresidenta para que renuncie al cargo electo. Sólo así se explica que el entorno mediático del presidente haga filtraciones a la prensa en las que sugiere que “dan a Harris por perdida”, y que incluso se mencione el nombre de un posible sustituto de la vicepresidenta, Pete Buttigieg, actual secretario de Transporte.

Los sondeos indican que sólo el 28% de los estadounidenses aprueba el trabajo de Harris. Es el peor dato de un vicepresidente en los últimos cincuenta años. ¿Cómo se explica? A mi juicio, la respuesta está en que en la elección de Biden del ticket electoral primó la identidad antes que la aptitud.

Biden había decidido elegir a una mujer no blanca como vicepresidenta. Al reducir posibles candidatos, limitó e incluso anuló a candidatos más idóneos. En la cultura americana está instalado el principio de identidad para múltiples posiciones profesionales, universitarias y políticas. Pero elegir al segundo cargo más importante del mundo por un principio identitario de género y color está preocupando, incluso, a quien tomó la decisión y a sus votantes.

Harris no está muy dotada para la gestión ni para la comunicación política. No ha querido ser una vicepresidenta florero y se ha encargado del espinoso tema de la inmigración. El resultado ha sido un cierre absoluto de las fronteras de Texas y California. En el año fiscal 2021, que terminó el 30 de septiembre, se registraron 1.040.220 expulsiones por el Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza. Su segundo encargo era promover una nueva ley electoral y no ha conseguido pasar el filtro del Senado.

Cuando ha tenido que contestar sobre asuntos complejos, más allá de las entrevistas alfombra, Kamala Harris ha resultado ser un desastre. En Guatemala, en relación con la riada de emigrantes hacia los EEUU, exclamó ante los medios de comunicación: “No vengáis, no vengáis”, para enfado de sus colegas demócratas.

Enviada a París para mitigar la irritación de los franceses por el asunto de la venta de submarinos que Francia tenía comprometidos con Australia, se permitió decir en rueda de prensa que “las relaciones entre Francia y EEUU no están garantizadas”. Por lo insólito, Macron y los medios de comunicación franceses no dieron crédito.

Los americanos no saben lo que piensa Harris sobre los importantes asuntos nacionales e internacionales a los que, eventualmente, habrá de enfrentarse en el supuesto nada improbable de que tenga que asumir la presidencia de la Unión.

En una larga entrevista concedida junto a su esposo a la periodista Jane Pauley, de la CBS, se extendió sobre el noviazgo con el que es su segundo marido. Y se detuvo en su afición por el calzado suave y cómodo de la marca Chuck Taylor, reconociendo que “siempre” ha usado “Chucks”. De modo que los americanos saben todo sobre los zapatos de la vicepresidenta, pero nada de lo que piensa sobre la retirada de Afganistán, por poner un ejemplo.

Entre tanto, los republicanos van ganando posiciones ante las próximas elecciones para el Congreso y el Senado, donde los sondeos vaticinan que van a recuperar la mayoría. En ese caso, las posibilidades de impeachment por incapacidad de la eventual presidenta sustituta de un Biden desconcertado por la edad es más que probable.

Por su parte, Trump amenaza con resurgir de las cenizas. Lo cual genera división en el seno del partido republicano, cada vez más partidario de un candidato de perfiles no tan marcados como el del expresidente. Además, Trump puede producir un efecto de movilización y unidad entre los demócratas que los republicanos quieren evitar. La carrera de candidatos para las primarias de los republicanos ha comenzado, y cobran fuerza nombres como Ron DeSantis, gobernador de la Florida.

Tiempo de incertidumbre sobre la continuidad de Biden, aunque él anuncie que va a presentarse a la reelección en 2024, y sobre una posible renuncia de la vicepresidencia de Kamala Harris. Las turbias aguas de la Casa Blanca bajan revueltas.