No voy a tratar hoy de los indultos, cuando ya me parece fuera de toda razón que el Estado y la sedición separatista compartan asiento en las mismas asambleas e instituciones.

Digo, pues, que en el libro V de La República, Platón platea, a propósito de la educación de los guardianes, una cuestión fundamental que ha pasado bastante desapercibida entre los comentaristas modernos. No así entre los antiguos, desde el propio Aristóteles hasta Averroes. La de si en la formación musical y gimnástica (las dos disciplinas en las que están contenidas todas las demás: geometría, armonía, astronomía, lógica), deben participar también las mujeres.

Así, dice Platón:

¿Creemos que las hembras de los perros guardianes deben vigilar igual que los machos y cazar junto con ellos y hacer todo lo demás en común, o han de quedarse en casa, incapacitadas por los partos y las crianzas de los cachorros, mientras los otros trabajan y tienen todo el cuidado de los rebaños?  

–Harán todo en común –dijo.

–¿Y es posible –dije yo– emplear a un animal en las mismas tareas si no le das también la misma crianza y educación?

–No es posible.

–Por tanto, si empleamos a las mujeres en las mismas tareas que a los hombres, menester será darles las mismas enseñanzas.  

La respuesta de Platón, como vemos, es terminante. Sí, harán todo en común y no permanecerán confinadas en el ámbito del hogar con la pata quebrada. Israel ha seguido este modelo platónico para constituir su ejército.

No hay ninguna razón que justifique, razonará Platón enseguida, la exclusión de la mujer del desempeño de cualquier cargo o profesión en igualdad de condiciones con respecto al hombre. Sus naturalezas diferentes (el dimorfismo sexual, diríamos en términos modernos) no justifica para nada un comportamiento social, político o profesional diferente. Y, por lo tanto, la educación ha de ser la misma para mujeres y varones.

Sólo si hubiera alguna diferencia patente en su distinta naturaleza que obligase a reconocer una división sexual del trabajo hablaríamos, entonces, de una distribución de tareas distinta por sexo. Pero esto, por lo menos respecto a los cargos políticos, de dirección (gobernantes) y defensa (guardianes) del Estado, no ocurre: 

–Por consiguiente, –dije– del mismo modo, si los sexos de los hombres y de las mujeres se nos muestran sobresalientes en relación con su aptitud para algún arte u otra ocupación, reconoceremos que es necesario asignar a cada cual las suyas. Pero si aparece que solamente difieren en que las mujeres paren y los hombres engendran, de ningún modo admitiremos como cosa demostrada que la mujer difiera del hombre con relación a aquello de que hablábamos. Antes bien, seguiremos pensando que es necesario que nuestros guardianes y sus mujeres se dediquen a las mismas ocupaciones.

No hay razón, en definitiva, para excluir a la mujer de su integración en ese plan de estudios a través del cual se busca la regeneración del Estado. Sólo desde el punto de vista del dimorfismo sexual la naturaleza de la mujer es algo más débil en corpulencia, hablando en general. Pero ello no implicaría, ni mucho menos su exclusión del cursus honorum. Sería ello tan arbitrario como excluir a los calvos o a los de ojos azules.

Por tanto, amigo, no existe en el regimiento de la ciudad ninguna ocupación que sea propia de la mujer ni del varón como tal varón, sino que las dotes naturales están diseminadas indistintamente en unos y en otros seres, de modo que la mujer tiene acceso por su naturaleza a todas las labores y el hombre también a todas. Únicamente que la mujer es algo más débil que el hombre.

No creo, si se me permite, que las discusiones sobre este asunto hayan dado un paso más allá de lo afirmado por este feminismo platónico y que Platón obtiene probablemente por influencia lacedemonia o espartana. Una discusión, la que aparece en el libro V de La República, que zanja la cuestión sin que se haya dicho nada nuevo, ni mejor, hasta ahora.

No hay controversia posible. Si la hay es porque ya se mueve en un terreno completamente ideológico, deformando el planteamiento.

Platón dijo la primera palabra al respecto, pero también la última.