“La que has liado, Isabel”. Eso ha dicho Ignacio Aguado, el exvicepresidente de la Comunidad de Madrid, al enterarse de que Pablo Iglesias se baja del Gobierno de la Nación y reta a todos en los comicios autonómicos del próximo 4 de mayo.

Parece imposible que el líder de Unidas Podemos gane las elecciones. Pero no lo es tanto que pueda gobernar. La última pirueta del coletas es un terremoto en toda regla que deja en paños menores al de la semana pasada. Al líder morado siempre le ha gustado destacar. Por golpes de efecto, que no quede. No le falta ego a Iglesias. Tampoco ambición.

¿La ha liado Isabel? No tiene tanta razón el dirigente de Ciudadanos. Aunque Isabel Díaz Ayuso guste de provocar estremecimientos innecesarios (“si nos llaman fascistas es que algo estamos haciendo bien”), la mayor parte de la responsabilidad de este nuevo ciclón político recae, más bien, en el propio partido naranja.

Porque con la destrucción de Ciudadanos se destruye también, en alguna medida, al propio ciudadano. Al tipo que sólo quiere que le gobiernen lo mejor posible. Al que desea que haya una buena sanidad, la mejor educación, buenas carreteras. Al votante que quiere pagar impuestos y que con estos se generen excelentes servicios públicos.

Al ciudadano de ideas centristas, con un eje un tanto flexible, pero eficaz y responsable, ese que tiene un posicionamiento dinámico, en el mejor de los sentidos. Al que tiene en su ánimo acabar, para siempre, con las dos Españas que se niegan a desaparecer.

Con la defunción de la formación naranja que ha propiciado Inés Arrimadas y el propio Aguado se derrumba, en fin, el partido que podía liderar el país hacia un lugar en el que anidaran de forma simultánea la prosperidad económica y el progreso social.

Pero lo que vamos a ver en las elecciones madrileñas es precisamente lo contrario. Una pelea entre opciones opuestas que, por rechazo visceral al rival, se esquinan con toda violencia en el lateral más controvertido de su espectro político.

Puede que Isabel la haya liado. Pero no es culpa suya. Albert Rivera primero, e Inés Arrimadas después, tuvieron su oportunidad para defender un país progresista que no tuviera que hacer frente a la disyuntiva actual. Esa en la que Unidas Podemos o Vox tendrán una voz reforzada.

Los dos políticos estuvieron a un paso de convertirse en esenciales para la nación. El primero, cuando se encontró a un veto de distancia de gobernar con Pedro Sánchez. Entre los dos partidos sumaban 180 escaños. Si Albert hubiera estado listo, nos habríamos ahorrado todo este tiempo perdido, todos estos larguísimos meses que ahondan en la decadencia económica y en las concesiones a nacionalistas cuyo objetivo no es la prosperidad de España.

Pero, quizá por una vez, no anduvo listo el político catalán, y su desplome retumbó en los cimientos de la sede de Alcalá como pocos cataclismos políticos lo han hecho hasta la fecha.

Rivera vetó a Pedro Sánchez y eso lo llevó de una vicepresidencia potencial a la calle. Es verdad que fue coherente. En política nadie asume sus errores, y él lo hizo. Pero si Sánchez ha sido capaz de gobernar con el vicepresidente al que consideró un problema para conciliar el sueño, ¿cómo es posible que el exlíder naranja no tuviera suficiente visión y mano izquierda para sostener un gobierno centrista? Le hubiera ido mucho mejor a Ciudadanos e, igualmente, al país.

Arrimadas venció con claridad en las penúltimas elecciones catalanas. Es verdad que le faltó geometría. O álgebra, más bien. Al final, ya lo estamos viendo, no se trata de ganar elecciones, de obtener más votos que los rivales, sino de poder alcanzar pactos para gobernar. Ese partido, el que logra manejar esa situación, es el que de verdad las gana.

La victoria de Inés acabó convirtiéndose en una anécdota que se derrumba ahora, junto a su liderazgo nacional y, especialmente, en Madrid.

Pedro Sánchez se frota las manos. Él ya ha ganado. Se va su incómodo vicepresidente a un lugar que, o bien significará su final político o, si no es así, dará más poder a Sánchez en la Comunidad de Madrid.

Pero no se debe infravalorar a Iglesias, ya que es precisamente en este espacio (en la sorpresa, en el riesgo, en la ambición) donde resulta más astuto. Ahí es, precisamente, donde más daño puede hacer.

No es tanto, señor Aguado, que la haya liado Isabel como que Ciudadanos, en una situación que nunca debió darse, y que probablemente supondrá su triste final, ha provocado esta última gran pirueta del coletas. La más peligrosa de todas.