Si el agua del pasado no mueve molino y el futuro no existe, teniendo en cuenta que el presente es efímero e inaprensible, me cisco en todos los filósofos que teorizaron sesudas reflexiones sobre cada uno de los tiempos vitales.

Tan imprevisibles como las viejas carabinas amartilladas con pólvora y una pelotita de plomo eran las cámaras analógicas en las que, no hace tanto, acumulábamos recuerdos en diferido. La película no se revelaba hasta el fin de las vacaciones. Y hoy no sólo emitimos en directo nuestro chapuzón, sino que lo viñeteamos y le subimos los tonos a un recuerdo que aún no ha llegado siquiera a serlo.

Recordamos en directo. Y con filtros.

Tuve jazmines en mi terraza, pero su olor no me transporta al hogar recién estrenado donde crié a mis niñas, sino al jardín de mis abuelos en Marbella; sin remedio. Lo revisité décadas después, para mostrárselo a ellas. No era tan grande ni frondoso, no le vieron la magia.

Ayer fue el día de los abuelos.

Las mañanas laborables durante el curso son siempre el mismo día de la marmota hasta que vemos a Monday en su semáforo. El nigeriano de eterna sonrisa cada día nos repite lo mismo, pero con cariño renovado. Y nos cuela unos kleenex por la ventanilla que queremos rechazar, porque ya nos sobran. Le da igual.

Cuando a David ben Gurion le preguntaron en qué se basaba para confiar en un proyecto tan alocado como fundar un Estado judío en Palestina, en un cacho de solar seco y rodeado de enemigos, su respuesta resonó tanto en los oídos de los incrédulos como hoy flagela a los listillos: "Todos los expertos son expertos en lo que pasó y no en lo que pasará. Por eso el futuro necesita personas que crean y no expertos".

Escuché esta frase en labios del presidente Rivlin, que citó a su antecesor al tomar posesión en Jerusalén. Y entendí dos cosas: la primera, por qué los judíos son el pueblo más antiguo de la humanidad. Después de todo, no se maquillan ni ponen filtros a su imagen ante el mundo. Siempre resurgen de sus cenizas, aunque éstas no sean una metáfora sino reales por millones.

Y la segunda -que es la misma, pero para mí-, que el secreto no está en aprender del pasado, construir un futuro o cuidar del presente, sino dentro de uno. Antes, ahora y luego.

Los proyectos pendientes -"hay que trabajar duro para ser feliz" me dijo mi abuelo sonriendo desde la cama en que murió- son la única máquina del tiempo. Escarbar en las gentes, las ideas, los sentimientos y los planes para lanzarlos al océano incierto del porvenir, a ver si pican.

Os leo a todos. Os escucho y os pregunto. Debato vuestras normas, leyes y verdades. Pero, entre indiferente y cínico, os diré que importa un pito. Que yo no lo sabía, pero uno se queda con lo que le valga, y brinda por las pocas cosas pero sólidas: la amistad, los valores europeos, la cerveza fría y la gente que crea. De crear y de creer.