Las negociaciones para el rescate financiero de España han conseguido el milagro laico de que cientos de miles de socialistas patrios hayan recordado de repente el nombre de su nación. Durante cuatro largos días, todos esos ciudadanos que hasta hace poco se referían a España como "este país", es de suponer que para ahorrar en virgulillas, han recuperado no sólo el orgullo de ser españoles, sino también el de odiar al holandés. 

No ha hecho falta mucho más que la perspectiva de unas cuantas decenas de miles de millones de euros a fondo perdido arrancados del bolsillo de algún primavera frugal del norte para que el socialismo español se haya colocado a la derecha de los tercios de Flandes. En las redes sociales se ha visto incluso a algún socialdemócrata reprocharle a los votantes de Vox ¡andar escasos de fervor patriótico! La cosa ha sido sicalíptica.

En este país sólo hace falta una ayuda a fondo perdido pagada por algún ministerio estrambótico de boinas y birretes igualitarios para que el español medio intercambie fluidos con la patria en posturas que serían censuradas en Pornhub. Si el holandés llega a resistir 24 horas más, alguno habría escalado con las muelas el mástil de Colón para frotarse con la bandera al grito de "¡dámelo todo, Rutte!". 

Tras el orgasmo financiero del pedigüeño llega, sin embargo, la bajona. El progresismo español se despertará hoy al lado de una extraña llamada España y oleadas de autodesprecio recorrerán su espalda. El progresista se subirá los pantalones y se despedirá a la francesa de su amante. En cuanto ponga el pie en la calle, Suecia y Dinamarca volverán a ser el amor de su vida, como lo eran hasta hace unos días.

Hace sólo una semana, la posibilidad de un rescate sujeto a condiciones era considerado intolerable por Pedro Sánchez. "Ni hombres de negro ni vetos", decía entonces el presidente. Hoy se sabe que habrá ambos. Los primeros, en forma de Comité Económico y Financiero. Los segundos, en forma de "solicitud al presidente del Consejo Europeo en caso de graves desviaciones de los hitos y objetivos". 

Ayer, el presidente fue recibido en Moncloa entre los aplausos de sus ministros en una escenificación destinada al consumo televisivo de los suyos. Alguno se acordó del 20 de septiembre de 2012, cuando Artur Mas fue recibido por una multitud en la plaza San Jaime de Barcelona tras obtener el no de Mariano Rajoy a su petición de un nuevo pacto fiscal para Cataluña. Al menos Sánchez ha vuelto con algo. 

Resulta difícil, en cualquier caso, saber qué aplaudían los ministros. ¿El hecho de que el Gobierno haya tenido que pedir un rescate a Bruselas que salve la economía española de la ruina? ¿La constatación de que España no es autosuficiente? ¿O la suerte de que Angela Merkel haya decidido implicarse personalmente en ese rescate al verlo como parte del legado que dejará tras su inminente retirada de la política?

"Me resulta imposible saber si el rescate es bueno o malo para los españoles", decía ayer alguien en Twitter frente a la avalancha de aplausos por un lado y el tsunami de escepticismo por el otro. ¿Es bueno que te concedan un préstamo? Depende. ¿Es de consumo o productivo? ¿Lo necesitas para pagar deudas de juego o para arrancar un negocio con futuro? ¿Cuáles son las condiciones de ese préstamo?

A veces basta con fijarse en algún detalle.

Sánchez aparecía en una de las fotografías distribuidas durante la cumbre europea del pasado fin de semana bolígrafo en mano, pero sin papeles a la vista, como si fuera a tomar notas en la palma.

Otra le mostraba en segunda fila, oteando por encima del hombro de Emmanuel Macron mientras el presidente francés y Angela Merkel parecían debatir sobre un documento de trabajo.

En otra, Mark Rutte, el primer ministro holandés, le señalaba con dedo acusador, como un padre que sermonea a su hijo derrochador. 

Cualquier periodista sabe que muy pocas de las fotografías que parecen revelar una verdad profunda son en realidad sinceras. Un ejemplo de ello es la fotografía de José Bauluz del inmigrante ahogado en una playa de Tarifa. El fotógrafo lleva ahí toda la ventaja sobre el espectador: sólo tiene que sacar fuera del encuadre el elemento que desmonta el relato y dejar que los prejuicios del público hagan el resto.  

Así que mejor tomarse con escepticismo las fotos de Pedro Sánchez y sus golosos simbolismos. Algo habrá hecho el presidente en la cumbre, en fin, más allá de husmear por encima del hombro de Macron, recibir reprimendas de Rutte o jugar con el bolígrafo mientras los mayores decidían el monto del rescate de España.  

Pero luego lees la crónica de la negociación europea publicada por el diario El País y te encuentras con que es el mismo Pedro Sánchez el que ha definido su papel en la cumbre europea del pasado fin de semana como "estabilizador", que vete tú a saber qué quiere decir eso. En los años 60, a los "estabilizadores" del guateque los ponían a pinchar discos para que no molestasen más de lo necesario.  

También ha dicho Sánchez que durante las negociaciones que debían salvar la economía española de la ruina optó por la "escucha activa", como en el chiste del loro que en realidad era un búho: "Hablar no habla, pero se fija mucho".

No hace falta un máster en psicología para deducir que en esta negociación Sánchez no ha decidido nada y que los verdaderos negociadores han sido Mark Rutte, en representación de los frugales; Angela Merkel, en representación de su legado político; y Emmanuel Macron, en representación de sí mismo como candidato oficial a presidente oficioso de la UE tras la jubilación de la canciller alemana.

Si el resultado es bueno o malo para España será como daño colateral de intereses ajenos a los de los ciudadanos españoles. Al menos hemos oído al socialismo pronunciar durante cuatro días la palabra "España". Ahora ya sabemos que lo suyo no es un defecto en las cuerdas vocales, sino puro tocapelotismo.