Eméritos y agustos, tan a gustito que por ambos se puede ir cerrando el régimen del 78 y todo ese tiempo en que vivimos por encima de nuestras posibilidades. De Juan Carlos I a Pablo Manuel corre la Historia más canalla de la Transición: si al Emérito hasta hace unos meses lo veíamos como un Gambardella que cenaba en Lucio, a Iglesias lo veíamos como un producto televisivo y mediático, la excrecencia bien hablada de aquel sueño tuerto que fue el 15-M.

En Galapagar hay un virrey y en Suiza hubo un Borbón comisionista; entre tanto fuimos enterrando a Suárez con lágrimas y los batasunos fueron convertidos en gente normal y Otegi era un anuncio de compresas y nubes.

Iglesias y Juan Carlos incurrieron en las bajas pasiones, que todo españolito, con sangre azul o del Alcampo, lo que sueña es con un harén, con un columpio, con ese Mediterráneo moral de las piscinas en forma de riñón. Quien diga que no, miente.

Iglesias ataca a los periodistas del mismo modo que Juan Carlos los regaba de pellizcos cariñosos y cortesanos. El juancarlismo fue el primer populismo que conoció esta tierra, si bien después la cosa pasó a Jesulín y sus corridas con algarabía de bragas que, error de la Historia, nunca se celebraron en la Vistalegre machirula.

Dina y Corinna son nombres de pasión, está claro. Pero de una donación y un macutazo con los moros a una tarjeta SIM martilleada hay diferencias sustanciales: acaso los jazmines de Villa Giralda, la soledad del Borbón frente a esa facultad reventona de politógos, sobacos y pasquines.

Corinna y Dina, tan diferentes, nos representan en este verano como un culebrón en el que nos falta Carlos Mata, que es Sánchez pero que está volatilizado en las tierras del Norte, quién sabe si por vergüenza torera o porque, como clamaba Camus, ya no quedan playas. Playas para su Meyba marcador de sombra y sueño...

Las elecciones vascogallegas le han dicho a Iglesias -como a Alfonso XIII- que "ya no cuenta con el amor de su pueblo". Pero Iglesias no se irá a Roma a morir entre penachos de carabinieris de luto, sino que se sentará en el CNI y en el palacete de Galapagar.

Las monarquías se acaban, y los cuatro gatos de juancarlismo están hoy, como la mayoría de los españoles, con esa escocedura retrospectiva de cuando te la han colado entre Marivent y La Meca.

Lo que levantó un mujeriego lo puede sepultar otro: la Historia, ay, que se repite como caricatura populista. Y nosotros, que la contamos en un estado civil inconveniente.