Tantos años de dictadura, de Espriu en la intimidad, de eurovisiones frustradas... dicen que fue la banda sonora de nosotros y ahora, en los bises, ha ido a pegarse el tiro en el pie para media España. A Serrat le pusieron el trapo de Tractoria y entró, gustoso, como un visitador de cárceles que no se ha dado cuenta de que Estremera no es Carabanchel, pero que cualquier celda climatizada con psicólogo y wifi vale para alimentar el relato. En el imaginario de Argentina lo tienen a la izquierda de Maradona, y ya empiezo a comprender muchas cosas sobre Serrat. Y sobre Argentina.

Es significativo que Serrat visite a los golpistas ahora que desde la Neo TVE hablan de regeneración y veo al PSC con los cataplines encima de Ferraz, vendiendo a ERC como socio fiable y a Rufián entonando un cante minero.

Le llamaron fascista -a Serrat- y toda España le dio su solidaridad como prócer sentimental. Acaso porque hay una España machadiana que salta, a veces, con su "espíritu burlón" y con "su alma quieta". Cuando a Serrat lo pusieron a caer del burro catalán, los liberales que quedan fueron a aplaudir su irredentismo musical por el que dicen que llegó la paz y la palabra.

Pero en este tiempo nuevo Joan Manuel visita a los presos; su primo Sabina, entre el ictus y la edad provecta, no le puede cantar con voz de grajo las verdades del barquero, y bien que nos falta ese "caraaajo" sabinero a tiempo. De un plumazo, Serrat se ha ido de Las Ventas a Estremera, de Concha Piquer al supremacismo, en esa inopia y fascinación de los guitarreros por los lacitos colgones del becario de @KRLS.

El 9 de julio (festividad de San Audaz de Velino), Sánchez irá a restañar heridas y a bailarle el agua a Torra; tal día, tras las simpatías vistas en los juegos florales del sorayato en Tarragona, Sánchez irá a sacrificar un pulmón y un cordero patrio a ese independentismo que parece que nos perdona la vida a los que venimos de Badajoz y a nuestros abuelos, que construyeron el metro entre tarantas. En la ‘medioEspaña’ que ha dejado el Estafermo, las convicciones duran un suspiro.

Serrat es el pedrosanchismo cantado, y le va quedando bien el traje de Llach; un Llach con trankimazín, con anabelenes y larga estela de quien un día musicó a Miguel Hernández y tiene patente de corso para la senilidad.

Veo una foto de Serrat con Juanito Valderrama, y comprendo que entre el mito y el reguetón no hay más que mercadotecnia discográfica. Huérfanos de Serrat, nos escuecen el alma y la cara de tontos.

‘Paraules d'amor’, siempre. Derechos de autor y acercamiento de presos.