Estimado presidente Sánchez:

Si te soy sincero, nunca imaginé que gobernarías este país. Imagino que tú tampoco. Por lo menos tan pronto. Me permito el tuteo porque así lo quisiste antes de que la pelota naranja empezara a botar aquella mañana de noviembre de 2015. Cómo ha llovido desde entonces. Casi te ahogas un par de veces… y ahí estás. Que te quiten lo bailao.

Además de las cámaras, nuestro partido de ping pong -llamarlo tenis de mesa sería excesivo- reunió a más de la mitad de la redacción de este periódico. Incluido su director, la consejera delegada y los jefes de sección. Los dos fuimos novatos. Tú, como candidato; y yo, como entrevistador de lo que luego sería un presidente del Gobierno.

Imagino que el resultado fue para ti más puño que rosa. Sin desvelar el marcador, pero empleando el argot tenístico, diré que te llevaste “un rosco” o “una bicicleta”.

Justo antes de empezar, envalentonado y sonriente tras haberte zafado bien de la entrevista convencional, alzaste la voz en mitad de la oficina: “¿Dónde está mi próxima víctima?”. Para más inri, mi compañero Daniel Basteiro me había revelado la semana anterior la conversación que mantuvo con algunos miembros de tu equipo: “Nuestro secretario general va a ganar, aprendió a jugar en Irlanda”. Ojiplático y desconocedor del potencial pingponero de ese país, me puse en guardia. Recuerdo telegráficamente el inicio del partido. Te tomé el pelo porque fuiste el único de los tres candidatos -Rajoy no se atrevió a venir- que entró en la pista con corbata. Estábamos calentando, pero me lanzaste un derechón -en la pista tienes poco de socialista- y ganaste lo que ni siquiera era un punto. “¡Conmigo no te metas!”, gritaste. Ya eran varios los ingredientes de provocación, Pedro… Y pasó lo que pasó.

El ping pong de Pedro Sánchez E.E

También conviene reseñar que otro Pedro, el fundador de este diario, sabía que mi victoria suponía la obtención de un nuevo suscriptor -esa es la apuesta que pactamos antes de sortear el saque-. Imagínate, presidente, sugerir a mi director un titular y recibir a cambio una reprimenda por no haber girado bien las muñecas en el revés...

Total que se me fue de las manos. Lo reconozco. Pero si no hubieras provocado, quizá las cosas hubieran sido de otra manera. Al final, aquello se convirtió en la diplomacia del ping pong al revés. En lugar de afianzar mis relaciones con el nuevo PSOE que comenzabas a fraguar, las fusilé ipso facto. Mi amigo Luisma, pocos minutos después de tu juramento, me envió este mensaje: “Dani, vete al exilio. ¿Y si no se le ha olvidado?”. Hubo alguno que me gritó cuando ya habías franqueado la puerta: “¿Te has vuelto loco?”.

Efectivamente, presidente, creo que no has olvidado la derrota. Tampoco lo ha hecho Albert Rivera. La última vez que nos cruzamos, en la cabecera de una manifestación, el que antes fue tu aliado gesticuló como si llevara una pala en la mano y me pidió la revancha. Nuestra despedida, Pedro, fue gélida, pero correcta. No hay nada peor que perder de forma apabullante contra alguien y notar que se deja un poco para maquillar el resultado. Tú eres deportista y aquello no te hubiera gustado nada. “Madre mía… Ya verás como repetís el partido, es muy competitivo”, me susurró tu jefa de prensa.

Poco antes de la hora de comer, presidente, nos estrechamos la mano y nos emplazamos a la revancha. Bromeamos y sugerimos jugarla en Moncloa. Como los dos somos gente de palabra -el papel lo sostiene todo, lo digo por mí, no pienses mal- deberíamos quedar un día de estos. Avisa en el control de seguridad de que llevaré una red portátil y un par de palas. Esta vez, tú pones las pelotas, que la última vez me tocó a mí. Ah, el sábado no puedo, tengo una boda. El resto de días de esta semana y la próxima, cuando quieras. Bienvenido, Pedro. Te deseo lo mejor para el Gobierno y sólo un poco más de suerte para nuestro partido que la última vez.