Chungo chunguísimo cuando a uno le acusan de llamar “negro de mierda” a un jugador rival y su única defensa consiste en sentenciar que lo que se dice en un campo de fútbol allí se debe quedar… para a continuación afirmar que realmente no lo dijo; vamos, que seguro que lo escupió. Más chungo todavía cuando alguien trata de perdonar o minimizar una agresión sexual, incluso una violación en toda regla, echando mano de que la falda que vestía la víctima era demasiado corta, que parecía que no llevaba sujetador, que bailaba de una forma demasiado provocativa, que parecía que lo iba buscando… incluso hay quien va más allá y pregunta en voz alta si la hipotética víctima cerró las piernas con la fuerza suficiente, o si se negó con la contundencia necesaria.

En la sociedad española habita un racismo latente. Y un machismo igual de latente. Somos así. Potencialmente racistas, potencialmente machistas. No quiere decir esto que seamos lo uno y/o lo otro, pero sí que, por desgracia, quizá podemos serlo en cualquier momento. Es como si padeciéramos una de esas enfermedades dormidas que pueden no despertar nunca, y todos tan felices, o hacerlo mañana mismo y convertirnos en animales.

Me contaba un amigo que, como yo, tiene una hija nacida en la India que cuando la fue a buscar un compañero de trabajo, buena gente él, le dijo que eligiera bien, que no se notara mucho que fuera india, que la cogiera lo más blanquita posible.

Un policía con el que hablo de vez en cuando me reconocía abiertamente no hace mucho que a determinadas personas siempre las mira dos veces, siempre, que no puede evitarlo, que lo siente de verdad pero que es así. Le sucede con gente de color, gitanos, árabes, con algunos blancos también, pero mucho menos. Me sale solo, dice.

Sale solo. En la sociedad española sale fácil y gratis poner en el punto de mira a los diferentes, a los que no son como uno. También sale solo ser un poco machista. O muy machista. Se ve todos los días, todas las horas, aquí y allá, en el trabajo, en la calle y hasta en casa. Y también sale solo. Un chiste, un comentario jocoso, una insinuación gratuita, una mirada de más, un pensamiento de menos… Y tan brutal es el tema que en no pocas ocasiones hasta algunas mujeres participan en ese machismo destructor, fruto seguramente de demasiados años de sometimiento.

¡Cuántas hostias habrán quedado en el olvido! ¡Cuántas agresiones sexuales! ¡Cuántas violaciones! ¡Cuántos simples toqueteos obligatoriamente olvidados! ¡Cuánto acoso diario y continuado! ¡Cuánta insinuación! ¡Cuánto intento malsano de culpabilizar a las víctimas! ¡Cuánto y cuánto silencio para sobrevivir!

El historial de la Manada, la biografía del asesino confeso de Diana Quer, las preguntas de determinados magistrados, la sombra de duda que algunos abogados –en legítima defensa de su cliente– dejan caer sobre las víctimas además de someterlas a vigilancia para comprobar si son ligeras de cascos, las denuncias de decenas de mujeres que se han atrevido por fin a hablar del acoso sufrido durante años en su puesto de trabajo; quién olvida la palmadita en el culo con la que ese coronel del Ejército recibía día tras día a una subordinada. La mano del pobre hombre, como la de otros pobres desdichados, tenía vida propia y salía sol, siempre sola.

Y aunque el tema no es para tomárselo a chirigota no tengo más remedio que rendirme ante Las Irrepetibles de Cádiz y sus versos de pie quebrado en honor a la víctima de san Fermín:

Hoy me confieso sabiendo que habrá gente que no entienda.

Hoy me confieso que no soy una monja ni estoy muerta.

Porque llega el jueves y voy sonriéndole al fin de semana.

Un chaleco mono, los labios rojos y una minifalda.

Dejo atrás el uniforme

y despertar de madrugada.

Si es por trabajar a nadie le importa

que salga de noche y en falda corta.

Pero si me arreglo para ir de fiesta,

para ir de fiesta soy una golfa.

Dos me tomé dos copas después del cine,

cena con amigos y luego fuimos a bailar,

bailar y no paré de reírme.

No, no soy yo quien merece que me condenen,

me encierren y me vigilen.

Yo se lo firmo, si usted lo pide,

no necesita más detectives.

Que aquel día pensaba que me moría

y después de esquivar las cornadas de aquella manada,

salgo y celebro cada semana

que sigo viva.

Seguir viva. Lea y relea. Esto si que debería salir solo.