Pagaría por ver las imágenes originales del debate del pasado domingo entre Inés Arrimadas y Marta Rovira en La Sexta. Imagino que el material sin editar debe de ser aún más sangriento para la republicana de lo que lo fue tras el maquillaje de los responsables del programa. Porque si esa somanta de palos dialécticos es la versión comercial autorizada por Jordi Évole y Jaume Roures, ¿cómo debe de ser la del Blu-ray con extras para fans y coleccionistas?


La versión que se vio en televisión sirve en cualquier caso como metáfora de los últimos cuarenta años de régimen nacionalista en Cataluña. Una funcionaria del independentismo con evidentes fronteras comunicativas e idiomáticas, acostumbrada a la flacidez del periodismo regional, a esa zona de confort en la que el escepticismo está peor visto que el canibalismo y en la que jamás se cuestiona el marco mental impuesto por los caciques locales, es invitada a debatir con un elemento extraño, subversivo y desobediente, una alienígena medio jerezana y medio catalana, y el resultado es un Chernobyl nacionalista capaz de convertir al más hiperventilado de los tractoristas catalanes en un devoto de Juan Belmonte. Para los nacionalistas, cualquier muestra de talante democrático suficientemente avanzado es indistinguible de la magia y de ahí el pasmo de la republicana, similar al de un conejo paralizado por los faros del coche que le va a arrollar en la autopista.


Pero cuando eso ocurre en Cataluña, cuando el nacionalismo queda expuesto a la intemperie de su propia insolidaridad y el ridículo es ya inevitable, es cuando aparece al rescate El Equidistante. Ese animalillo que descansa amodorrado a la orilla de la charca tibia del nacionalismo hasta que es llamado a filas por sus amos. Y así es como el anunciado debate entre Inés Arrimadas y Marta Rovira moderado por Jordi Évole se acabó convirtiendo en un debate entre Inés Arrimadas y Jordi Évole moderado por Marta Rovira. “Es gente que sólo quería votar” decía Évole, con gran profundidad de análisis, de unos individuos que hacían cola para privar a sus vecinos de sus derechos constitucionales. Es de suponer que a Évole también le parecería exquisitamente legítimo y democrático que unos cuantos cientos de miles de españoles, apoyados por el Gobierno del país, guardaran pacífico turno para privarle a él de su derecho a la integridad física y moral (artículo 15 de la Constitución) o a comunicar libremente información veraz por cualquier medio de difusión (artículo 20.1.d). 


El equidistante, que entre La Manada y el derecho a la libertad sexual es partidario de un exquisito punto medio consistente en que te violen sólo dos tipejos y medio en vez de cinco, es quien ha legitimado moral e intelectualmente al nacionalismo durante los últimos cuarenta años de democracia. Fue el PSC el que en 2005 creó un problema allí donde antes había una solución promulgando un estatuto de autonomía que ningún catalán pedía en aquel momento. Es Podemos quien ha convertido una ideología populista de ultraderecha como el nacionalismo en su nuevo fetiche revolucionario con la esperanza de que sirva como ariete contra la democracia, la libertad y la igualdad de todos los españoles.


Es el PSC actual el que pretende que los españoles le paguen a los catalanes los 50.000 millones que estos le deben al FLA (Iceta lo llama “condonar” la deuda) y que, por si eso no fuera suficiente, también les reconozcan lo muy especiales y singulares, es decir mejores, que son. Pero no con un diploma, sino con privilegios fiscales y espacios de impunidad nacionalista en TV3 y Catalunya Ràdio, en el sistema educativo y en la policía local. Las tres patas de cualquier taburete totalitario. Es el PSC de Iceta, en fin, el que puestos a “tender puentes” los ha tendido con la derecha beatilla de UDC, esos carlistas de misa diaria y discurso curil que pretenden cobrarse su renuncia a la independencia unilateral pidiendo el derecho de pernada lingüístico, fiscal y policial sobre los catalanes no nacionalistas.


¿Qué sería del nacionalismo sin la legitimación moral y los capotes que los Évoles, las Colaus, los Zapateros, los Icetas y los Iglesias le echan cuando este se encuentra al borde de su derrota definitiva? Nada. Poco más que una superstición montaraz local.