A medida que avanza la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 que llevaron a la Casa Blanca a Donald Trump, los norteamericanos comienzan a agotar su capacidad para la sorpresa.

Las sospechas de que Rusia estaba detrás de muchas de las noticias falsas que inundaron Facebook durante la campaña electoral no solo se confirman, sino que dan paso a otras maniobras aún más turbias, que la compañía va poniendo en manos del fiscal especial: compra de campañas publicitarias con anuncios enfocados en temas especialmente polémicos e inflamatorios, injerencias en el congreso del partido demócrata e invención de perfiles falsos de supuestos norteamericanos con actitudes especialmente belicosas o provocativas que buscaban exacerbar el enfrentamiento en las que fueron, sin duda, las elecciones más agrias y polarizadas de la historia reciente del país.

Ahora sabemos que una buena parte de toda esa polémica, de esa vuelta al escenario político de cuestiones que se creían casi olvidadas como el supremacismo racial, fueron en realidad provocadas y alimentadas desde fuera del país. El equipo de Barack Obama, uno de los más sofisticados del mundo en el uso de redes sociales en campañas electorales, detectó algunos de estos patrones y trató de que la compañía reaccionase. Ahora, Facebook lo admite y lucha por desarrollar métodos para controlar el fenómeno, pero en aquel momento, minimizó el tema.

Rusia no limitó sus intervenciones a Facebook: aprovechando que cada vez más norteamericanos recurren a las redes sociales para informarse, el gobierno ruso recurrió también a Twitter: la compañía tendrá que comparecer ante el fiscal especial, que investiga cómo desde Rusia no solo se crearon perfiles falsos de norteamericanos, sino todo un amplio ejército de bots destinados a amplificar noticias polémicas. Cuentas ahora suspendidas como Boston Antifa, un supuesto grupo antifascista, operaban desde Vladivostok, y no parecían estar simplemente de viaje de placer. La actitud de Donald Trump en Twitter, que ahora se desgañita acusando a Facebook de jugar en su contra, podría provenir, en realidad, de asesoramiento ruso.

Las campañas electorales son esencialmente procesos destinados a manipular la opinión pública. Sin embargo, hay una gran diferencia entre las campañas que conocemos, en las que cada partido o candidato utiliza sus armas como puede, y un manejo organizado y orquestado desde un gobierno extranjero, destinado a generar una campaña muy polarizada y a beneficiar a uno de los candidatos. 

¿Elecciones norteamericanas? No, fue un reality show, un Gran Hermano producido en Rusia. Y el ganador del concurso fue Donald Trump.