Desde hace unos meses España vive inmersa en el yolandismo, última enfermedad infantil del izquierdismo.

DIAZ SANCHEZ CASADO

DIAZ SANCHEZ CASADO Javier Muñoz

Yolanda encabeza el ranking de líderes del CIS, pese a que ni siquiera debería figurar en la tabla pues no dirige ningún partido. Yolanda emerge como promotora de la plataforma de la sororidad que nos ofrece la eficiencia de Ada Colau y la ética de Mónica Oltra como pautas de actuación. De repente Yolanda es, según la eutrapélica apuesta de Iván Redondo -válgame el cielo- la mujer mejor posicionada para convertirse en la primera española que llegue a la presidencia del Gobierno.

Hubo un tiempo en que la única Yolanda de la política española era Yolanda Barcina, valiente y brillante presidenta del gobierno de Navarra, víctima de sucesivas campañas de acoso y derribo en las que ya comenzaba a atisbarse la actual entente del PSOE con la izquierda abertzale.

Yolanda es hoy Yolanda Díaz, la comunista de mano de hierro en melena de seda que, desde su vicepresidencia, está condicionando al Gobierno de Sánchez mucho más de lo que lo hacía Pablo Iglesias, pues está ganando todas las batallas, en el frente de la opinión pública, que él sistemáticamente perdía.

De ahí que las expectativas de un giro al centro del PSOE, alentadas por la reivindicación de la “socialdemocracia” en el congreso de Valencia y por el creciente protagonismo del presidente en una política europea inexorablemente centrípeta, se estén viendo defraudadas por la fuerza de los hechos.

Es Yolanda la que marca el tono del debate. La que con su simpatía y engañosa flexibilidad está logrando apropiarse de conceptos superficiales y vacíos como la “recuperación justa” o la “salida social de la crisis”.

Mientras sus homólogas Nadia Calviño y Teresa Ribera pechan con la impopularidad aneja a la carestía de la vida, el coste de la luz, la decepcionante tasa de crecimiento o la escasez de determinados productos, Yolanda aparece como la artífice de medidas tan populistas y populares como la subida del Salario Mínimo, el control de alquileres, la revalorización de las pensiones con el IPC o la derogación de la reforma laboral en marcha.

Yolanda aparece como la artífice de medidas tan populistas y populares como la subida del Salario Mínimo o la derogación de la reforma laboral en marcha 

Da igual que en algunos de esos asuntos ni siquiera haya intervenido. La mercadotecnia de la comunicación política viralizada está otorgando a Yolanda el papel de protectora de los desfavorecidos, cual Evita Perón del siglo XXI.

De igual manera que Falstaff era ingenioso por sí mismo y por el ingenio que suscitaba en los demás, Yolanda es nociva para la recuperación económica tanto por lo que ella hace como por lo que induce a hacer a los demás.

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Sólo en este contexto de yolandización de la política española se entiende que un economista ortodoxo, es decir riguroso en relación al funcionamiento del mercado, como José Luis Escrivá vaya cediendo una y otra vez a las pretensiones sindicales, reniegue de sus propias propuestas de alargar el periodo de cálculo de las pensiones y termine abjurando de la bajada de cotizaciones que propugnaba desde el entorno de Rajoy, antes de ser presidente de la AIREF, para imponer una subida unilateral a las empresas.

Qué fácil es pactar con el dinero de los demás. Escrivá mejor que nadie sabe que cualquier subida de los costes laborales va en detrimento del empleo y que la única salida de una economía tan endeudada como la nuestra -sostenibilidad de las pensiones incluida- pasa por la creación masiva de puestos de trabajo.

¿Cómo vamos a conseguir los quinientos mil millones de inversión privada que Sánchez aspira a captar como factor multiplicador de los fondos europeos si cada mañana  las empresas se despiertan con un nuevo lastre -grande o pequeño- para su  competitividad?

Es muy importante que en estos diez días clave que restan para la negociación de la contrarreforma laboral -llamemos a las cosas por su nombre- Garamendi y el resto de su equipo negociador no se dejen engullir por el yolandismo mediático dominante.

Precisamente en este momento el Gobierno necesita a la CEOE más de lo que la CEOE necesita al Gobierno. Si después de lo ocurrido con el salario mínimo y las cotizaciones, Sánchez presenta esa contrarreforma sin la anuencia de los empresarios, puede encontrarse con la primera tarjeta roja de Bruselas, en un contexto de credibilidad menguante por el desajuste ya crónico entre sus previsiones y la realidad.

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El yolandismo es también el marco mental en el que se produce la confluencia entre el Gobierno de coalición y sus aliados más radicales. Casi podríamos decir que Yolanda es el gozne entre el PSOE y Esquerra Republicana y Bildu. Se ha demostrado en la negociación del Presupuesto y se está demostrando ahora con la nefasta justificación de las enmiendas a la ley de Memoria Democrática.

El yolandismo es también el marco mental en el que se produce la confluencia entre el Gobierno de coalición y sus aliados más radicales

Una cosa es que la interpretación de la Ley de Amnistía del 77 tenga que ser acorde a los límites del Derecho Internacional y otra que pueda incurrirse en la frivolidad de presentar los gobiernos de UCD como una prolongación inercial del franquismo, convirtiendo la mayoría absoluta de González en octubre del 82, y no la promulgación de la Constitución, cuatro años antes, en el hito fundacional de la democracia.

Para reivindicar el sentido histórico de esa ley que benefició por igual a represores franquistas y a terroristas de extrema izquierda bastaría dar por reproducido -o enlazado para quienes aun no lo hayan leído- el modélico artículo que el exministro socialista Virgilio Zapatero publicó este viernes en EL ESPAÑOL.

Pero ahondando precisamente en esa Memoria Democrática que se pretende reivindicar, lo cierto es que si algo caracterizó en conjunto a los gobiernos de UCD fue su constricción en el ejercicio del poder.

Fuera por la mala conciencia de algunos de sus miembros en relación a su pasado, fuera por la atenta vigilancia crítica de aquellos otros que procedían de la oposición al régimen difunto, fuera por el nuevo papel que activamente empezó a ejercer la prensa o fuera por el hecho de que ni Suárez ni Calvo Sotelo tuvieron nunca mayoría absoluta, el caso es que aquellos gobiernos se caracterizaron por su escrupuloso respeto a las nuevas reglas del juego y por su afán de asumir parte de las tesis de sus adversarios. Así nacieron la Ley del Divorcio, la Reforma Fiscal, los estatutos de autonomía, los pactos de la Moncloa o, por supuesto, el consenso constitucional.

Fue luego con la mayoría absoluta del PSOE cuando una izquierda sin tradición democrática ni sentido de los límites del poder asumió muchos de los modales del franquismo sociológico e incurrió en abusos que desencadenaron escándalos de la dimensión de Filesa, Ibercorp, el búnker de la Moncloa, las escuchas del Cesid y, por supuesto el reguero de secuestros y asesinatos de los GAL.

Todo eso queda fielmente reflejado en los primeros capítulos de mi libro Palabra de Director. Cualquiera puede encontrar en ellos elementos suficientes para alegar en turno de réplica que los gobiernos de UCD fueron más bien un paréntesis ejemplar, entre dos periodos de caudillismo de muy distinta legitimidad y que tuvo que pasar mucho tiempo más para que los valores democráticos fueran calando de verdad en la sociedad y la clase política.

Fue probablemente durante los gobiernos de Aznar y Zapatero cuando se alcanzó el cénit de esa evolución, a pesar del terrible trauma del 11-M con todos sus enigmas aún abiertos. Los años de Rajoy fueron simplemente una atroz pérdida de tiempo, excepto para los corruptos de su entorno. Los de Sánchez, tan condicionados por su posición de minoría, fruto de la necedad atómica de Albert Rivera, carecen aún de veredicto, pero el auge del yolandismo nos empuja hacia lo peor.

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Lo más grave de los populismos es su carácter contagioso a través de todo tipo de ósmosis sociales. Por eso hay trasvase entre votantes de Podemos y Vox. Por eso el sentido utilitario de la España Vaciada recuerda tanto al de los nacionalismos vascos y catalanes. Por eso resulta tan inquietante encontrar indicios de contaminación por yolandismo no ya en el PSOE sino en el propio Partido Popular, cuando se deja arrastrar por la demagogia electoralista en asuntos trascendentales para el futuro de España.

Lo más grave de los populismos es su carácter contagioso a través de todo tipo de ósmosis sociales

El último gran ejemplo es la oposición de Casado y su equipo al pago por uso o tarificación de las autopistas y autovías que al fin parece decidido a acometer Sánchez. Lo hemos analizado muy a fondo esta semana en el II Simposio de nuestro Observatorio de la Movilidad.

Los argumentos que exponen la nueva ministra Raquel Sánchez y su competente secretaria de Estado Isabel Pardo de Vera son abrumadores. Somos el único país europeo importante en el que los vehículos procedentes del exterior consumen gratuitamente nuestras infraestructuras. Tenemos la mayor red de autopistas y autovías del continente y su digitalización y electrificación las convertiría en el riego sanguíneo del salto definitivo hacia el progreso. Además la tecnología permite ya discriminar al usuario en función del tipo de consumo, hasta el extremo de que, como explicó el CEO de Abertis, José Aljaro, un viajero recurrente que va y viene a diario a su trabajo podría tener una bonificación de hasta el 95%.

En lugar de ayudar a la sociedad a comprender que, a cambio de una cantidad mínima, la gran mayoría de usuarios podría disfrutar de prestaciones extraordinarias que multiplicarían sus oportunidades económicas y su bienestar, el PP se aferra al tópico populista de que, una vez que se pagan impuestos, todo lo demás debe ser gratis, equiparando las autovías no a los aeropuertos o redes ferroviarias -en las que también se pagan tasas- sino a la Educación o la Sanidad que obviamente corresponden a otra dimensión.

La cuestión de fondo es que el PP teme que Sánchez pueda obtener por esta vía recursos extraordinarios adelantados por el sector privado y eso le dé oxígeno para cuadrar sus cuentas. Pero claro si, en este ataque de yolandismo, Casado se aferra a bloquear un proyecto tan estratégico para España, el día que llegue al poder será prisionero de este monumental error.

Alguien puede pensar que no es sino un asunto de debate más con muchos intereses en juego. Pero para mí tiene un grave valor sintomático el que, por una vez que el PSOE parece decidido a hacer lo correcto desde una perspectiva amplia de país, el PP vaya a plantarse en contra. Es el sonido del momento. El lúgubre ronquido de la tuba que advierte que nuestra embarcación se sumerge en la oscuridad.