Tanto cuando se presentó en Moncloa con el lazo amarillo, como cuando logró arrancarle la bochornosa declaración de Pedralbes, los encuentros de Quim Torra con Sánchez estuvieron rodeados de la grandilocuencia de la bilateralidad entre entidades presuntamente equiparables. También del aire trágico del martirio ante el Estado opresor que blandía sobre él la espada de Damocles de la condena por desobediencia y la subsiguiente inhabilitación.

Javier Muñoz

Lo que nunca trascendió es el tema recurrente de las confidencias que el presidente de la Generalitat hacía al del Gobierno una vez que se apagaban los focos y la cordialidad reinaba entre ellos: para Torra era sencillamente incomprensible haber llegado a ocupar su cargo. Según una de las personas que prepararon sus encuentros, Torra llegó a confesar a Sánchez que, tumbado en la cama, junto a su mujer y sus dos hijas, se preguntaba en voz alta si era verdad que eso le estaba pasando a él.

La escena, seguro que la incluye en sus memorias, parece extraída de una de las viñetas filosóficas del tejado de Snoopy. Y desde luego no tiene otro precedente conocido que la del catedrático de cristalografía de Salamanca Julio Rodríguez Martínez al que Franco nombró ministro de Educación por error. Le confundió con el casi homónimo rector de su universidad, Julio Rodríguez Villanueva, y el propio agraciado contaba cómo por las noches despertaba atónito a su esposa: "¡Que soy ministro Mari Perta!".

Pero lo relevante hoy no es que el deterioro del escalafón 'indepe', combinado con la selección a la inversa del dedazo de Puigdemont produjera una situación extravagante, muy en línea también con el Bienvenido Mister Chance de Peter Sellers. Lo que de verdad a mi me llama la atención es el estupor con que, según esa fuente cualificada, Sánchez recibía y comentaba tales confidencias, desde una perspectiva y una visión del poder situada exactamente en las antípodas. O, mejor dicho, en otra galaxia: ¿cómo podía alguien no entender haber llegado a la cumbre?

Mientras todavía hay muchos españoles que se frotan los ojos y siguen sin asimilar que alguien a quien no consideran ni respetan ocupe la Moncloa, para él lo único sorprendente es que le costara más de lo previsto alcanzar la cima y que haya quien dude de su determinación y aptitudes para mantenerse en ella.

Esos dos interregnos entre su destitución por el Comité Federal en 2016 y su revancha en las primarias de 2017 y entre el éxito provisional de la moción de censura en 2018 y la segunda investidura de enero de 2020, pusieron sobradamente a prueba su estámina, su resiliencia, su aguante para vivir imperturbable al filo de lo imposible.

Esa disposición al movimiento impasible ha quedado revalidada durante la pandemia, cuando se produjo el asalto masivo a la verja de Ceuta, tras la abrupta caída de Kabul o con motivo de la erupción del volcán de La Palma. Las crisis son el hábitat natural de Sánchez pues agrandan los espacios que él se apresura a ocupar. Ahora que hemos descubierto que 'Ivan Redondo' era el más utilizado de sus heterónimos, más vale advertir que sólo quien entienda al personaje podrá algún día destruirlo.

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Hay que remontarse a Adolfo Suárez para encontrar un presidente tan imbuido del convencimiento de estar predestinado para gobernar. En el "¡coño, ya era hora!" con que Suárez reaccionó cuando el Rey le dijo en 1976 que era el designado, encontramos el antecedente de la percepción autosuficiente de Sánchez de haber sido elegido para la gloria.

Las diferencias abismales surgen, claro está, cuando vemos qué es lo que cada uno quería hacer con el poder: Suárez, dignificarlo, distribuirlo y autoinmolarse para preservar su legado de una España mejor; Sánchez, adquirirlo, consolidarlo y perpetuarse, a costa de asumir el riesgo de dejarnos una España peor.

Como si al haber cumplido este año los 49, hubiera subido ya esos mismos peldaños que componen la escalera hacia la sabiduría prescrita por el Talmud, Sánchez ha empezado a jugar astutamente todas sus bazas para la reelección. Solo lleva tres años y tres meses en el poder y ya cuenta con triplicar la marca, manteniéndose una década en la Moncloa. Si no fuera porque gobernó con 85 escaños y ahora lo hace con 120, parecería una quimera.

El caso es que, con tan modesto patrimonio de partida, ya tiene en el bote su segundo Presupuesto y eso al menos le garantiza acabar la legislatura. Todo se labró, es cierto, cuando contribuyó al acuerdo providencial de los Fondos Next Generation, primera mutualización de deuda en la historia de la UE. Si antes se tiraba con pólvora del Rey, ahora se hace con pólvora de Bruselas. Así es más fácil pagar las fantasías de Podemos y comprar las voluntades de Esquerra.

El sepukku ritual de ese inestable volatinero que resultó ser Pablo Iglesias toda una antinomia de Sánchez ha facilitado las cosas en el gobierno de coalición, aunque haya que ocultar a Bruselas que la simpatía de Yolanda Díaz no bastó para convencer a la CEOE de la subida del Salario Mínimo. Y en cuanto a Cataluña, resulta que el presidente se nos ha vuelto orteguiano y ya juega resignadamente a la conllevanza, pero números mandan a una conllevanza contante y sonante.

Para decepción de la ultraderecha política y periodística, Sánchez nunca aceptará ningún tipo de referéndum que implique fragmentación de la soberanía. Lo de España como “nación de naciones” es pura retórica del PSOE para adaptarse camaleónicamente al territorio. En cambio, la lluvia de inversiones a través del Presupuesto llegará al bolsillo de los catalanes, con un plus de regocijo por el maltrato que simultáneamente se depara a Madrid.

Para decepción de la ultraderecha política y periodística, Sánchez nunca aceptará ningún tipo de referéndum que implique fragmentación de la soberanía

Habrá quien piense que al incurrir en esta injusticia y castigar a la comunidad de Díaz Ayuso como si se tratara de una "provincia traidora", Sánchez se ha pasado de frenada. Pero él sabe que nada hay tan útil para mantener unida una coalición heterogénea como identificar un enemigo común.

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Primero fue la corrupción del PP de Rajoy, luego la deslealtad del PP de Casado. Ahora que al fin parece que van a renovarse los órganos constitucionales esperemos que Poder Judicial incluido, el foco vuelve a ponerse en los imaginarios privilegios del Madrid de Ayuso.

Es un resorte que está funcionando especialmente bien en el Congreso del PSOE porque todas las generaciones del partido tienen su ajuste de cuentas pendiente con Madrid. En la capital comenzó la derrota de González, Zapatero siempre recordará el tamayazo y el sanchismo tuvo que ser purgado por el revolcón del 4M. Además, el anfitrión del Congreso, Ximo Puig, ha hecho de esa variante del "Madrid nos roba" que es el "Madrid nos hace dumping fiscal" la base de su estrategia para defender su fortaleza frente al audaz Carlos Mazón.

El gran riesgo que asume Sánchez es que si después de engrandecer a Ayuso al traspasarle la baza del victimismo, Madrid sigue prosperando pese a la menor inversión pública, el resto de los españoles tal vez empiece a ver las ventajas de un modelo de gestión basado en la disminución de impuestos y el aumento de espacios de libertad.

En todo caso la gran batalla del bienio que viene no va a ser esa. El PSOE sale de su Congreso renovado, más unido que nunca. Hasta Felipe, con toda su soberbia, ha tenido que volver al redil de la sumisión al líder, justificándose con cuatro adornos. Sánchez es el amo del partido como lo fueron sus antecesores cuando se asentaron en el poder.

Las declaraciones de hoy de Ábalos a EL ESPAÑOL demuestran hasta qué punto la mística de la izquierda bloquea incluso la capacidad de introspección de los más capaces individuos. El PSOE vuelve a ser la "minoría de cemento" de la Segunda República y pretende incrementar su perímetro tratando de aglutinar el repudio que la mayoría de la sociedad española sigue sintiendo por la extrema derecha.

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Estamos ante el gran debate europeo sobre dos maneras de entender el nacionalismo y la democracia. Aunque Alemania ha salvado el primer match ball dejando a sus ultras excluidos de todas las combinaciones, en la cuneta del 10%, la insumisión legal de Polonia y los manejos de Orban rompiendo desde Hungría a la derecha continental hacen supurar la herida.

La hora de la verdad va a llegar en las presidenciales francesas de abril. Acabamos de pasar unos días en París y el panorama que han descrito nuestros amigos Manuel Valls, Bernard-Henri Lévy y Jean Paul Enthoven no puede ser más inquietante. Es cierto que Macron aguanta a la cabeza de los sondeos, pero asusta el creciente desplazamiento de la intención de voto hacia la extrema derecha y su reverberación en la extrema izquierda. Según Valls, ya hay un 45% de franceses en posiciones antisistema.

La hora de la verdad va a llegar en las presidenciales francesas de abril, donde hay un creciente desplazamiento de la intención de voto hacia la extrema derecha

Por si Marine Le Pen y su Frente Nacional no supusieran una amenaza suficiente, en las últimas semanas se está viviendo la irrupción meteórica del demagogo Eric Zemmour, un periodista de cierta cultura y destreza que ha alcanzado su notoriedad audiovisual a base de remover la islamofobia y el antiglobalismo. Hace unos días Pedro Cuartango escribió una buena columna sobre él en ABC.

Tras una encuesta que encaramaba a Zemmour al segundo puesto, con un 17% de intención de voto, Bernard-Henri Lévy decidió desenmascararle, con el duro artículo publicado simultáneamente el jueves en Le Point y EL ESPAÑOL. BHL lo presentó como "un joven Mussolini" y le acusó de "chapotear en la zona fangosa del fascismo francés" aprovechando su condición de judío nada menos que para blanquear al régimen de Petain.

Con buena parte de la clase política, intelectual y periodística pendiente del debate matinal del canal francés CNews, equivalente a La Sexta, el propio jueves replicó Zemmour y el viernes contrarreplicó BHL. El ultra que aún no se ha presentado oficialmente a las elecciones definió al permanente paladín de las causas liberales como "el traidor a la nación por excelencia" y alegó que "cuando el señor Bernard-Henri Lévy va a salvar a tal o cual pueblo en las pantallas, eso siempre se vuelve contra nosotros y no es a él a quien roban y violan los inmigrantes, no es delante de su casa donde trafican con crack los inmigrantes".

BHL se revolvió indignado ante tal generalización, insistió con gran dignidad en lo preocupante que resulta que "un candidato a la presidencia señale a alguien como un traidor absoluto" y se preguntó si Zemmour tiene ya una lista de traidores y qué piensa hacer con ella.

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¿Es esto lo que nos espera cuando Abascal y los Zemmoures españoles aprieten el acelerador de una campaña electoral? El trípode del discurso del líder de Vox el pasado domingo cerrar mezquitas, expulsar sin papeles, penalizar el aborto coincide con el de sus homólogos transpirenaicos, a pesar de que la tasa de musulmanes es mucho más baja en España que en Francia.

El socialismo francés ni está ni se le espera. La tan admirada entre la izquierda española Anne Hidalgo ha sido proclamada candidata del PSF pero apenas supera el 5% de intención de voto. La derecha democrática, huérfana de los imputados Sarkozy y Fillon, ni siquiera tiene un paladín claro. Tendrá que ser el centro el que resista frente a la irracionalidad y el chauvinismo y eso hace a Macron favorito para la reelección en la segunda vuelta. Será el último bastión de la libertad republicana.

En España, Sánchez va a seguir reforzando su perfil institucional para tratar de canalizar el voto útil del constitucionalismo moderado frente a la dependencia que el PP sigue teniendo de Vox en todas las encuestas. Sus equivalentes pactos con Podemos y los separatistas son un lastre para él, pero no dejan de estar parcialmente amortizados por su paralela mengua.

Quien hoy en día supera el 16% en los sondeos no es Podemos sino Vox. Sobre el papel es muy sencillo seguir diciéndole a Casado que actúe como si Vox no existiera, pero la realidad le va a obligar a definirse más pronto que tarde.

Sobre el papel es muy sencillo seguir diciéndole a Casado que actúe como si Vox no existiera, pero la realidad le va a obligar a definirse más pronto que tarde.

El líder del PP cree que lo que hará caer a Sánchez será la economía, pero 140.000 millones dan mucho de sí para enmascarar durante dos años el agravamiento de los problemas estructurales. Sólo si Casado descarta expresamente cualquier pacto de investidura, cualquier coalición de gobierno y cualquier acuerdo de legislatura con Vox podrá arrebatar a Sánchez su hegemonía transversal sobre ese decisivo filo de lo imposible.