“¡Gachó, qué temperatura!”. Eso es lo primero que se escucha al levantarse el telón.

Por el escenario circulan maleantes, pero lo que vemos no es la situación creada tras la difusión de la bien fundada sentencia contra el fiscal general, las detenciones de Leire Díez, Vicente Fernández, ‘Antxon´ Alonso y la cúpula de Plus Ultra, la confirmación del procesamiento de Ábalos, —despojado ya de sus derechos como diputado—, los registros de la SEPI, Correos o Forestalia y el aluvión de denuncias por acoso sexual y encubrimiento que está abriendo en canal al PSOE.

O tal vez sí. Menudos cinco días.

Pero ocurrió que en la hercúlea conferencia que el rector de la UCJC, Jaime Olmedo, levantó el martes a pulso, fascinándonos con dos siglos de derrapes de la cultura, se refirió a una obra estrenada en Madrid en 1900 con el título de “La Golfemia”.

Con ese nombre no pude resistir la tentación de buscarla, encontrarla y leerla.

Se trata, obviamente, de una parodia de “La Bohemia” de Puccini —rubricada por el prolífico Salvador M. Granés—, con sus pertinentes referencias iniciales a la gélida buhardilla de los protagonistas: “¡Recontra, aquí Dios se hiela!”

Ilustración de la fontanera del PSOE, Leire Díez, junto a otros investigados y Pedro Sánchez.

Ilustración de la fontanera del PSOE, Leire Díez, junto a otros investigados y Pedro Sánchez. Javier Muñoz

Merecería la pena reflexionar sobre la coincidencia metafórica entre el frío y el calor extremos, como expresiones de la agonía y muerte de Mimí que, tomada a broma, se convierte en “la Gilí”.

Y otro tanto podría decirse de cualquier periodo crepuscular como el de la política española actual, porque todo sucede siempre entre los sofocos del corazón y el yermo de las almas.

Pero no fue eso lo que me sedujo de “La Golfemia”, sino el nombre, actividad, filiación y pretensiones del enamorado de “la Gilí”.

El trasunto del poeta Rodolfo, se llama —cómo no— ‘Sogolfo’ y en la escena quinta hace su autorretrato: “Pues yo soy periodista, es decir vendo Heraldos por la calle”.

O sea, igual de periodista que ‘la Fontanera’.

Y enseguida añade: “Tengo mi credencial de socialista para el día en que estalle el cataclismo y mientras que triunfamos, se va uno trabajando la peseta”.

Es cierto que ser “socialista” hace 125 años suponía significarse como apóstol de la subversión y la quiebra del orden social. Y que, hoy por hoy, aunque los símbolos perduren, la tragedia de la Historia sólo se repite como farsa.

De hecho, abundan las fotos de Pedro Sánchez y demás dirigentes del PSOE coreando La Internacional con el puño en alto, sin que en el público falten algunos ingenuos honrados entre los Koldos, las Leires y demás ‘sogolfos’ de turno.

Ese idealismo impostado de quienes reivindican junto a su jefe estar “en el lado correcto de la Historia” es el disfraz que viene sirviendo de coartada tanto a la bohemia transgresora como al oportunismo voraz para transformarse en golfemia organizada.

Así es si así os parece. Ya va siendo hora de que, en la puerta del despacho de Ferraz que ocuparon Ábalos y Cerdán y hacia el que se encaminaba Paco Salazar cuando se le desabrochó casualmente la bragueta, alguien escriba ese lema de la lucha por la emancipación humana proclamado por ‘Sogolfo’:

“Mientras que triunfamos, se va uno trabajando la peseta”.

O el millón de euros.

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Tuvieron que pasar veinte años más para que aquellos primeros esbozos de la golfemia sedimentaran en la gran dramaturgia premonitoria de la putrefacción de la política actual.

El director de EL ESPAÑOL tiene ahora mismo en sus manos el número 280 de la revista ESPAÑA, correspondiente al 11 de septiembre de 1920. Había sido fundada un lustro antes por Ortega y su sucesor, Luis Araquistaín, íntimo de Largo Caballero, ocupaba la portada con un artículo de fondo en pro de “la alianza obrera”.

Ese idealismo impostado de quienes reivindican junto a su jefe estar “en el lado correcto de la Historia” es el disfraz que viene sirviendo de coartadas.

Seguían un texto de Azaña sobre Romanones y un reportaje de Álvarez del Vayo sobre la “república de soviets” abortada en Baviera. Cerrando el número, dos páginas con la sexta entrega de “Luces de Bohemia” de Ramón del Valle Inclán, subtitulada semana tras semana con una palabra que nadie había promocionado hasta entonces: “Esperpento”.

En esa sexta entrega es en la que el poeta ciego Max Estrella va a quejarse del mal trato policial a su viejo correligionario el innominado ‘Ministro’, quien sale del apuro con una subvención ‘sobrecogedora’: “Todos los meses te llevarán el haber a tu casa”.

Entonces, Max traspasa sin vacilar la frontera entre bohemia y golfemia: “Conste que me das dinero y que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme de este mundo sin haber tocado alguna vez el fondo de los reptiles”.

La descripción previa dice que en la estancia “hay malos cuadros, lujo aparente y provinciano”, pero no aclara si la escena tiene lugar en Fomento, Industria, Transición Ecológica o en la propia Moncloa.

Y queda para nuestra imaginación la alternativa de si en realidad no era ‘Max Aldama’, ‘Max Antxon’ o ‘Max Fontanera Díez’ quien, invirtiendo los roles, le llevaba el sobre correspondiente a Su Excelencia.

De parte de sus clientes de las mascarillas, los hidrocarburos o las renovables.

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En la famosa disertación final sobre el callejón del Gato, el propio Max Estrella se refiere sin saberlo a Pedro Sánchez: “Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento… con una estética sistemáticamente deformada”.

En eso es en lo que va quedando, semana tras semana, el héroe del Peugeot, el héroe del “no es no”, el héroe de la reconquista del poder, el héroe de la moción de censura, el titán de la resistencia.

Helo ahí, distorsionado, hecho una esperpéntica piltrafa en su palacio de hielo, tras haberse paseado por el callejón del Gato, de arriba abajo, de abajo arriba, mentira tras mentira, hipocresía tras hipocresía, espejo tras espejo.

Fijémonos sólo en tres hitos de su recorrido. Veámoslo ante el primer espejo cóncavo. Dijo “traeré de vuelta a Puigdemont” preso y pronto trocó su investidura por esa amnistía que, según él, era contraria a la Constitución.

Fue un trayecto en el que hasta la ley y la justicia constitucional quedaron convertidas en dos personajes más del esperpento. Los que anteayer eran graves delitos contra la integridad y seguridad del Estado hoy siguen blanqueados como meros efectos coyunturales de un hondo “conflicto político no resuelto”.

La segunda deformación ante el cristal está siendo aparatosa donde las haya. Hablaba una y otra vez de feminismo —aprendido tal vez, como dice Feijóo, en los burdeles de su suegro— y ahora lo que podemos ver es una reverberación de denuncias por acoso con epicentros en la Moncloa, Ferraz y otras sucursales.

Lo que da de sí el callejón del Gato. Hemos viajado del borrado de las mujeres por exigencia de Podemos al encubrimiento de Salazar y sus émulos, pasando por el romance político, con su correspondiente recaída, entre “el Guapo” y “el Putero”.

En “Luces de Bohemia” Madama Collet y Claudinita son mujeres inteligentes y sensatas sin posibilidad de medrar en el espacio público, “víctimas colaterales” de la golfemia masculina. Figuras decorativas en un mundo machirulo como lo son hoy algunas de las socialistas más valiosas.

Hemos viajado del borrado de las mujeres por exigencia de Podemos al encubrimiento de Salazar y sus émulos, pasando por el romance político, con su correspondiente recaída, entre “el Guapo” y “el Putero”.

El foco de lo esperpéntico se desplaza hacia “La Lunares”, “Enriqueta la Pisa Bien” o “la Vieja”. Las izas y rabizas del momento. Mujeres prostituidas para saciar apetitos primarios. Cien años después se habla de ellas como “Vanderleia Aparecida”, “Ofelia Stoica” o “la Carlota que se enrolla que te cagas”.

Mujeres reducidas a su cuerpo, situadas en la marginalidad, convertidas en objetos para uso de los hombres, en la agenda del asesor del Ministro. ¿Vivimos en el siglo XXI bajo un gobierno que se dice ‘progresista’?

El tercer plano secuencia nos muestra a Sánchez mirando a cada español a los ojos en medio de la oscuridad. Él es un “político limpio” que lidera “un partido ejemplar” y no sabía nada de esos “pocos casos puntuales” de corrupción que no “pueden manchar al resto”.

Poco a poco se van encendiendo los espejos que le rodean y en cada uno de ellos —a este paso llegaremos a los 357 de la famosa galería de Versalles— su rostro se transforma en un nuevo ministro, alto cargo o dirigente socialista imputado, investigado o bajo fundada sospecha.

¿Acaso no se cumple hoy fielmente que, como escribió Valle en esa misma escena, “España es una deformación grotesca de la civilización europea”?

Al menos la España de Pedro Sánchez.

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Repasemos algunas citas más de “Luces de Bohemia”, en homenaje a mi gran amigo Ignacio Amestoy, impulsor desde hace un cuarto de siglo de esa peregrinación laica que es “la noche de Max Estrella”.

“En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo”.

Aparquemos de momento lo de los ladrones, pues a lo mejor se quedan en 40, y fijémonos en el casting de Alí Babá. Si revisamos la composición del Consejo de Ministros y las ejecutivas del PSOE, desde que Sánchez llegó al poder, la mediocridad y la desvergüenza han sido, salvo honrosas excepciones, el rasero dominante.

“Para medrar hay que ser agradador… En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero”.

Estos son, hoy más que nunca, los dos baremos en vigor.

En primer lugar, si Tezanos no le diera al PSOE nueve puntos de ventaja en intención de voto, cuando el promedio de los demás sondeos lleva camino del pronóstico inverso, no seguiría al frente del CIS. ¿Y qué decir de lo que ocurre en RTVE?

Por otra parte, si quienes todos sabemos no hubieran sobornado a Ábalos y probablemente a alguien más con acceso al presidente, el salvavidas del dinero público no les habría llegado a tiempo. Por eso los billetes volaron raudos en sobres y bolsas de plástico.

Si quienes todos sabemos no hubieran sobornado a Ábalos y probablemente a alguien más con acceso al presidente, el salvavidas del dinero público no les habría llegado a tiempo.

“Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza”.

El sentimiento trágico de la vida, la sensación de que hay cosas muy graves que no tienen remedio, vuelve a dominar la escena española.

Sólo queda anhelar que en nuestra era la justicia poética la ejerzan las urnas a tiempo. Al menos, a tiempo de impedir que el cínico don Latino le robe de nuevo el número premiado de la lotería a Max Estrella —Max España— mientras agoniza en una noche helada como estas, bajo el cielo de Madrid.

Con ese pálpito, el periodista de hoy repasa en sentido inverso la colección de la revista ESPAÑA. El editorial que abre el número 279 se titula “Síntomas de Corrupción”.

Sus primeras líneas dicen: “La política española se agita de algún tiempo a este día bajo la amenaza de perniciosas constelaciones”.

Y las últimas concluyen: “El retablo político español, desde lo más alto hasta lo más ínfimo, acentúa un matiz de impudor que es indicio grave de rápida descomposición

A unas pocas páginas de distancia el diagnóstico se vuelve pronóstico: “La crisis política está planteada. Los liberales se preparan a conquistar el poder”.

Que así sea esta vez.