Queridos amigos de Ciudadanos, queridos amigos centristas, queridos amigos liberales. Se que no pasáis como partido por vuestro mejor momento. Que habéis sufrido reveses electorales. Y decepciones personales. Que estáis remando contra el viento, de igual manera que no hace mucho lo llevabais en las velas.

Pero ni entonces, cuando celebrabais triunfos inimaginables, erais Jasón y los argonautas llegando con el vellocino naranja a las puertas de la Moncloa, perdonadme por la broma; ni ahora que los mejores esfuerzos parecen vanos, sois una especie en vía de extinción.

Cuando me invitó Inés Arrimadas a participar en vuestra Convención acepté de inmediato pensando que alguien que viera las cosas con un poco de distancia debía explicaros lo importantes que sois para millones de españoles. Aunque muchos no sean aún conscientes de ello.

No me refiero sólo a vuestros votantes, ni siquiera a vuestros exvotantes que dudarán si volver a votaros o no, sino a esa gran mayoría que se beneficia, sin notarlo, de la existencia de un partido liberal que ocupa el centro del espacio político.

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Alcanzar el poder solo o en compañía de otros puede parecer el fin natural de todo partido político. Pero hay algo a medio y largo plazo más importante que el poder. Y ese algo que parece emanar de una varita mágica se llama influencia. Sirve para los periodistas, pero todavía más para los políticos.

Fijaos en Adolfo Suárez. Gobernó menos de cinco años. O sea, bastante menos que Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy. Y probablemente, siento tener que pronosticarlo, menos de lo que gobierne Sánchez.

Pero nadie dudará de que Adolfo Suárez ha sido el político más influyente del último medio siglo. Y no tanto por lo mucho que hizo en poco tiempo para transformar la dictadura en democracia, sino sobre todo por los valores que encarnó y las ideas que nos ha legado.

Suárez se presentó a cinco elecciones generales y en todas ellas abrió una nueva morada vital para la sociedad española

Los libros de historia le recuerdan a través de las imágenes de sus intervenciones en televisión –“Puedo prometer y prometo”, Dimito para que la democracia no sea una vez más un paréntesis en la historia de España”- o plantando cara a los golpistas.

A menudo, cuando suena el timbre de mi casa y abro la puerta ensimismado, yo le sigo viendo ahí, como tantas veces en los 80 y los 90, con su tez tostada, bajo una chaqueta abullonada de color mostaza y tres palabras en la boca que empiezan por la misma letra: Constitución, concordia, centrismo.

Suárez se presentó a cinco elecciones generales: ganó dos desde el poder y perdió tres, con resultados que oscilaron entre los 2 y los 19 escaños. Pero en todas ellas abrió una nueva morada vital para la sociedad española, en la que construyó el centro como opción política.

Esa fue una de las grandes claves de la Transición: la Unión de Centro Democrático y su remake, el Centro Democrático y Social. Y para que no quedara ninguna duda de cuál era la ideología de esa tercera España, Suárez se afilió a la Internacional Liberal y Progresista, valga la redundancia, de la que llegó a ser elegido presidente.

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Suárez recogía así el testigo de los liberales del siglo XIX en sus distintas variedades, de los reformistas de Melquíades Álvarez o de los radicales de Lerroux. Las voces de Ortega, Unamuno y Marañón resonaban a sus espaldas.

Ninguno de ellos lo tuvo nunca fácil. Por algo elegí el titulo de La desventura de la libertad para mi libro sobre un periodo apellidado como nosotros: el Trienio Liberal.

Y lo mismo podría decirse de quienes vinieron después. El Partido Reformista de la llamada Operación Roca, en la que participaron ilustres liberales, obtuvo 190.000 votos en toda España y cero escaños. UPyD a lo más que llegó fue a 5 escaños y sólo vosotros, Ciudadanos, llegasteis a 57 y aún os parecían pocos.

Todos sabéis mi opinión sobre lo que ocurrió entonces, cuando, como si fuera el anciano Simeón, creía ya haber alcanzado el apogeo de mis vivencias liberales y de mis labios sólo salía una palabra: “¡Suman, suman, por fin suman!. Una palabra, cinco letras, heladas al final como un carámbano.

Pero no he venido hoy a invitaros a mirar hacia atrás. Entre otras cosas, porque todos los partidos liberales europeos -y me acuerdo de los liberales alemanes, de François Bayrou o de nuestro amigo Nick Clegg- han pasado por similares avatares. Y sobre todo porque, como dice la canción de Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.

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Miremos hacia adelante. He venido a pediros que no desistáis de dar testimonio, como personas, de vuestra conducta liberal; que no desfallezcáis, como políticos, en vuestro empeño de aplicar propuestas liberales; y que no renunciéis nunca, como intelectuales, a divulgar y expandir la ideología liberal.

Conducta, estrategia, ideología. Talante, acción, pensamiento. Esos son los tres planos del liberalismo que a menudo se confunden y deben superponerse, como capas freáticas, en el partido liberal que necesita España.

Los tres requisitos son necesarios, pero ninguno es suficiente.

Si alguien insulta o vocifera, pasad la página, cambiad de canal, bajad el volumen de la radio. Por mucho que cite a Hayek o a Mario Vargas Llosa, ese no es un liberal.

Si alguien ya tiene decidido lo que va a votar, antes de leer un proyecto de ley o antes de escuchar las razones del otro, desconfiad de él. Por mucho que se dedique a la maquinaria del partido, ese no es un liberal.

Si alguien defiende la libertad de empresa o la libertad de enseñanza, pero se olvida de los derechos humanos, incluidos los sociales y ambientales, será un conservador más o menos razonable, pero ese no es un liberal.

Y si ocurre a la inversa, será un socialista con rostro más o menos humano. Pero ese no es un liberal.

Un liberal es el que defiende la libertad individual, integralmente en todos los frentes, con dos únicos límites: la libertad de los demás y el respeto a la legalidad.

El primer pacto que debemos promover los liberales es el de la buena educación en el espacio público

Pero, atención, a la legalidad de un Estado de Derecho inclusivo, justo, promotor de la igualdad de oportunidades y de la solidaridad con los desfavorecidos.

El liberalismo no se define por lo que repudia. No basta ser antifascista o ser anticomunista para ser liberal.

El liberalismo se define por lo que defiende. Es imposible ser liberal sin defender a la vez el mercado, la libertad de expresión, el derecho a la intimidad, la libertad de cátedra, la libre elección de escuela, la división de poderes, la rendición de cuentas, la libertad sexual, el feminismo, el ecologismo, el derecho de asilo, el europeísmo o la globalización.

Y, ojo, para mí esto es fundamental: el respeto al adversario. Basta ya de puñetazos verbales, de descalificaciones deshumanizadoras, de bestias que hablan, de imputaciones de asesinato a la ligera, de vomitonas digitales sobre el que piensa diferente. El primer pacto que debemos promover los liberales es el de la buena educación en el espacio público.

En suma, es imposible ser liberal sin ser progresista. Y a la luz del desarrollo de la historia de la humanidad, no hay manera más eficaz y auténtica de ser progresista que ser liberal.

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Los liberales no somos equidistantes porque la defensa de la libertad unas veces nos acerca más a la izquierda y otras a la derecha.

Lo que ocurre es que nos atacan desde los dos extremos o, mejor dicho, desde los tres extremos, si se trata de la España actual. Es decir, desde los tres populismos que encarnan la extrema derecha, la extrema izquierda y el separatismo extremo.

Claro que los liberales debemos dar la batalla cultural frente a esos poderosos y agresivos adversarios. Pero no para impulsar el maniqueísmo de la España y la antiEspaña, no para contraponer a una fantasía identitaria otra fantasía identitaria, no para perseguir a los herejes desde la trinchera de una presunta Iglesia verdadera, sino para impulsar el diálogo, el aperturismo, el eclecticismo y la transversalidad desde nuestra perspectiva ideológica.

Eso es lo que hace o, al menos intenta hacer, EL ESPAÑOL, a través del periodismo.

Y, por supuesto, -esta es la convención de un partido con sus diputados, alcaldes y concejales- que los liberales debéis dar la batalla política, serenos en la victoria, desafiantes en la adversidad, para ensanchar vuestro espacio que es el del centro político.

Hoy más que nunca hace falta un partido moderador o reguladorque, como decían en 1822 los liberales afrancesados de El Censor, se agregue en cada discusión a quienes más razón tengan o menos inconvenientes causen.

La regla de tres no falla: cuando el centro se debilita, el debate primero se empobrece y luego se envilece.

Lo dice Yeats en su famoso poema: “El centro cede y la anarquía se abate sobre el mundo…” porque los mejores no tienen convicción y los peores rebosan de febril intensidad”.

Nuestros tres populismos rezuman esa febril intensidad y la experiencia reciente demuestra cómo la ponzoña crece a nuestro alrededor.

Cuanto menos peso tiene Ciudadanos, menos se dialoga y más se embiste.

Cuanta menos influencia tiene Ciudadanos, menos se transige y más se agrede.

Cuanto menos margen de maniobra tiene Ciudadanos, menos se pacta y más se desune.

Los liberales podemos decir que nuestra utilidad no solo reside en nuestro propio centrismo, sino en el centrismo que insuflamos en los demás

Cada día hay más episodios en los que echamos de menos al catalizador de la concordia, al partido que zurce los rotos e hilvana los descosidos. Falta el don conciliador de Ciudadanos, esa capacidad única que cuando se ejerce, aunque sea desde un rincón, ilumina el conjunto del escenario.

La explicación está en Shakespeare, en la primera parte de Enrique IV, cuando Falstaff dice que su importancia no reside solo en su propio ingenio, sino en el ingenio que induce en los demás”.

Pues bien, los liberales podemos decir que nuestra utilidad no solo reside en nuestro propio centrismo, sino en el centrismo que insuflamos en los demás.

Cuanto más culta y avanzada es una sociedad, mejor se transmiten los anticuerpos del centrismo y más se demanda, mejor se inocula, la vacuna del liberalismo. Por eso decía al principio que sois tan importantes para muchos españoles que todavía no lo han descubierto.

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El centro político siempre es el oscuro objeto de deseo de la derecha y de la izquierda. Por eso se habla de volver al bipartidismo y unos se proclaman liberal conservadores y otros socialistas a fuer de liberales.

Está bien que todos quieran hacer suya la ideología de la libertad. Pero no a costa de diluirla, que es lo que siempre sucede, en sus miedos al cambio o en sus dogmas igualitaristas. En sus simétricas visiones divisivas y excluyentes. Ni los unos ni los otros son liberales.

Los liberales podemos y debemos colaborar con los conservadores y con los socialistas, pero no a costa de perder la identidad. Juntos sí, revueltos a veces, coaligados por qué no, pero nunca engullidos por ellos.

España atraviesa un momento crítico. De sobra lo sabéis. La nación política os necesita más que nunca.

Además de a la C de centrismo, constitución y concordia; además de a la L de luces, liberalismo y libertad, hay otra letra a la que os debéis aferrar: la R de las reformas, la R de la regeneración, la R de la resistencia.

C-L-R: Centrismo, liberalismo, reformismo.

Esas banderas están ahí en medio de una ciudadanía que anhela, consciente o inconscientemente, que haya ciudadanos dispuestos a volver a levantarlas. Esos Ciudadanos sois vosotros.

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Yo nunca militaré en ningún partido, pero siempre acudiré a la llamada de este Club, de este Concilio, de este Comité o, por qué darle más vueltas, de esta Convención.

Estoy seguro de que podréis contar con muchos como yo, a modo de círculo, de capa, de cinturón de apoyo externo. Acuñad este código rojo, perdón, naranja: C-L-R. Y convocadnos, siempre que nos necesitéis, a esta Convención de Liberales Reunidos.

Pero los protagonistas de la reconquista liberal del centro tenéis que ser vosotros: los cargos electos, los cuadros directivos, los entusiastas militantes de Ciudadanos.

Recordad que, como decía Montaigne, es la dificultad lo que da valor a la virtud, como el precio da valor al diamante”.

Si estáis dispuestos a pagar el precio de vuestra determinación, de vuestra constancia, de vuestro afán de perfeccionamiento, de vuestra ataraxia ante las contrariedades y ofensas, estoy seguro de que prevaleceréis. Y de que quienes os dan por muertos, os verán renacer cual ave fénix.

Porque los liberales lleváis una estrella en el bolsillo, que diría León Felipe. Porque los liberales transportáis la simiente que siempre hace germinar la tierra.

Buena suerte. Muchas gracias y un fraternal abrazo a todos.

Intervención del presidente de EL ESPAÑOL ante la Convención de Ciudadanos, este sábado en Madrid.