¿A dónde vas, Pedro Sánchez, embarcándote en unos indultos contrarios al Código Ético de tu partido, a tus propias promesas electorales y a la opinión de la inmensa mayoría de los españoles -incluidos los votantes socialistas-, sin recabar apoyos políticos y sociales, sin escuchar a los discrepantes; sin tan siquiera convocar un debate a fondo en el Parlamento para justificar la muy dudosa utilidad de ese perdón?

Quo vadis, Pedro? Quo vadis, Pablo?

Quo vadis, Pedro? Quo vadis, Pablo? Javier Muñóz

¿A dónde vas, Pablo Casado, precipitándote a una manifestación preventiva contra tales indultos, convocada por una señora que alivia su fracaso con diatribas radiofónicas trufadas de insultos atroces y en compañía de esa extrema derecha de la que tan brillantemente te desmarcaste, sin concederle el beneficio de la buena voluntad al Gobierno; sin siquiera haber debatido sobre los previsibles efectos de la medida de gracia o las estrategias alternativas más convenientes para Cataluña? 

No añadiré ningún quousque tándem porque no pretendo emplazar al presidente del Gobierno y al líder de la oposición ante una ardiente pero volátil catilinaria. Uno y otro tienen, en realidad, derecho a “abusar de nuestra paciencia” tantas veces como lo dicte su inclinación política. ¿Hasta cuándo? Pues hasta que concluyan sus mandatos democráticos como representantes electos y líderes de sus partidos. 

Pero que puedan hacerlo, no significa que acierten haciéndolo. De hecho, yo veo en sus respectivos empecinamientos una grave abdicación de las responsabilidades que tienen contraídas como legatarios de un sistema político trenzado por y para los pactos de Estado. Y advierto que, a medida que transcurra el tiempo sin que cambien simultáneamente de actitud, crecerá el riesgo de que el género declamatorio que nos toque entonar un día sea el de las jeremíadas, pues estaremos ante el ruinoso muro de las lamentaciones por las oportunidades perdidas.

Coincido con Aznar en que podemos estar acercándonos a “una invitación a la debilidad del Estado y al suicidio político de la Nación española”. Pero no porque se vayan a plantear los indultos, como alega él, sino porque vaya a hacerse desde un gobierno del PSOE, sin tan siquiera buscar el apoyo del PP ni en conversaciones discretas ni en el, en todo caso imprescindible, debate parlamentario.

Afrontamos una opción política embridada por requisitos tan vagos como las “razones de justicia, equidad o utilidad publica”

El indulto es una facultad discrecional del Gobierno, aunque siempre quepa un control de legalidad. Sinceramente no creo que la Sala Tercera vaya a asimilar el perdón a líderes de partidos a los que coloquialmente se denomina “socios” del Gobierno, con el “autoindulto” prohibido por la ley. Entre otras razones porque Sánchez ha ganado votaciones teniendo a Esquerra y Junts en contra y su supervivencia ya no depende de ellos, pues siempre podría recurrir a la prórroga del presupuesto para cumplir su meta de agotar la legislatura.

Tampoco me parece que, por muy cínica que sea la añagaza de decir que el Código Ético del PSOE cataloga los “delitos graves” de forma diferente que el Código Penal, los indultos vayan a encallar en el acantilado de la disciplina interna del partido gubernamental.

Lo que afrontamos es lisa y llanamente una opción política, embridada sólo por requisitos tan vagos como las “razones de justicia, equidad o utilidad publica” que establece la ley. Requisitos vagos, pero evaluables. Y el hecho de que tanto la Fiscalía como el tribunal sentenciador, por unanimidad, no los hayan apreciado ni por asomo en este caso, refuerza la obligación del Gobierno de asumir la carga de la prueba. 

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Este es un asunto en el que a Sánchez le será imposible vencer sin convencer. Ya lo decía el exministro socialista Virgilio Zapatero en su brillante y ponderado artículo de EL ESPAÑOL: “Sin buenas razones públicas que podamos compartir los españoles, la decisión será considerada arbitraria y no servirá para cerrar este largo conflicto”. 

¿Qué esfuerzo ha hecho hasta ahora el jefe del Gobierno para trasladar esas “buenas razones públicas” a Casado y sus colaboradores, a Arrimadas, a las minorías que no apoyaron su investidura, a los ex presidentes y exministros que tuvieron que afrontar situaciones parecidas, a los penalistas y politólogos de prestigio, a los directores de periódicos, a los analistas especializados en la cuestión catalana, a los intelectuales comprometidos con la defensa de los valores constitucionales o a sus propios barones díscolos? Como, por desgracia, viene siendo habitual en él, ninguno. 

Podrá alegarse que no lo hace porque carece de esas “buenas razones públicas”. Pero, escuchando a las personas de su entorno, resulta que no es así. Que Sánchez está convencido de que el perdón de lo que resta de las penas de cárcel a unos dirigentes que están a punto de cumplir cuatro años en prisión, eliminará en gran medida la aureola del victimismo que les rodea en Cataluña y parte de Europa y contribuirá a reconducir el combate político del separatismo al marco de la legalidad. Yo no lo veo así, pero tampoco me parecen argumentos desdeñables.

Hay mucho que debatir y discutir sobre quién debería ser indultado y quién no, cual debería ser en cada caso el alcance del perdón

Por limitado, cicatero e inveraz que parezca el paso dado por Junqueras, declarando “inviable” la unilateralidad, cabe interpretarlo -siquiera hipotéticamernte- como un primer indicio que corroboraría la tesis de Sánchez. Porque, como me decía un ministro con experiencia personal en la materia, renunciar a la unilateralidad es en la práctica renunciar a la autodeterminación ya que, como todo el mundo sabe, la Constitución no permite la vía escocesa del referéndum pactado que Junqueras invoca como única alternativa. 

Incluso cabría preguntarse por qué Sánchez no fue lo suficientemente hábil para haber esperado al gesto de Junqueras -de alguna u otra manera pactado con el Gobierno- y manifestarse, sólo a continuación, a favor de los indultos. Tan absurdo sería dar por bueno el cambio de escenario como obcecarse en que no se ha movido nada. 

Por supuesto que en el lado escéptico de la balanza hay elementos de tanto peso como que Junqueras sólo es uno de los doce condenados, como que su cambio de actitud puede ser instrumentalmente efímero y decaer cuando logre la libertad o como que, aunque mantenga esa posición formal, es más que probable que, en cuanto se vea en la calle, empiece a conspirar para provocar un nuevo desbordamiento, dentro del estilo del “golpismo posmoderno” practicado en el 17. 

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Hay mucho que debatir y discutir sobre quién debería ser indultado y quién no, cual debería ser en cada caso el alcance del perdón y qué garantías y mecanismos de control tendría el Estado para evitar que los beneficiados por las medidas de gracia volvieran a las andadas. De todo eso se tenía que haber hablado durante horas y horas en Moncloa, pero ya que no ha sido así, que al menos se pongan las cartas sobre la mesa en un pleno extraordinario del Congreso.  

Un debate de esa naturaleza permitirá, entre otras cosas, que conste en acta qué están dispuestos a hacer Esquerra y Junts para propiciar ese “reencuentro”, auspiciado por Illa, que late bajo la intención de los indultos. Seremos todo oídos y sólo después de escuchar lo que digan podremos variar o no de opinión, con conocimiento de causa. 

Porque los indultos son casi lo de menos. O, como mucho, una pieza más. Lo esencial es dar con la fórmula que permita asentar a Cataluña en la España constitucional, combinando flexibilidad y firmeza. Y para ello es imprescindible -repito, imprescindible- presentar un frente unido de los dos grandes partidos que garantice la solidez y continuidad del empeño.  

Claro que hace falta una mesa y no de diálogo sino de negociación con los separatistas

¿A dónde vas por tu cuenta y riesgo, Pedro? En el mejor de los casos a ganar unos meses con la “mesa de diálogo”, hasta topar con unas demandas imposibles de atender -alentadas por la patética pinza que Podemos empieza a formar con Puigdemont- y buscar un resquicio para la ambigüedad, a través de una nueva reforma del Estatut de carácter soberanista que volvería a estrellarse con la sentencia del Tribunal Constitucional. Y todo ello con una erosión galopante de la credibilidad y el apoyo social al Gobierno, que auguraría un vuelco electoral, en el que el castillo de naipes de cualquier acuerdo se desmoronaría. 

¿A dónde vas por tu cuenta y riesgo, Pablo? En el mejor de los casos a entrar en la Moncloa dentro de dos años de la mano de Vox, al cabo de una campaña interminable de recogidas de firmas, reiteradas plazas de Colón e intransigente oposición a cualquier demanda del nacionalismo. Y todo ello con la perspectiva de tener que cumplir promesas electorales que implicarían represión y mano dura, con sólo tres escaños en el parlamento catalán. O sea, la coartada perfecta para una nueva intentona golpista, sólo que esta vez yendo a por todas.

Aunque estas dos preguntas simétricas tengan destinatario concreto, también tienen una común respuesta coral, fruto de nuestra trágica perspectiva histórica. Y no puede ser otra que la misma del libro apócrifo “Los hechos de Pedro” que inspiró la famosa superproducción cinematógrafica. Quo vadis, Domine? (¿A dónde vas, Señor?) Romam vado iterum crucifigi (“Voy a Roma a ser crucificado de nuevo”). En Cataluña, por recurrir a la palabra de moda, la “concordia” ya ha sido crucificada unas cuantas veces. 

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Claro que hace falta una mesa y no de diálogo sino de negociación con los separatistas. Coincido con Illa en que, por razones de simetría, sería mejor que fuera de partidos y no de gobiernos. Pero para configurarla es condición sine qua non que el PSOE y el PP se pongan previamente de acuerdo en lo que se les puede ofrecer y lo que se les debe exigir a Esquerra y Junts. 

Es decir, en los límites de la aplicación de la legalidad -incluida una posible reforma de la Constitución que no atente contra la libertad e igualdad de los españoles- y en la respuesta conjunta a un presunto nuevo desbordamiento. No hace mucho un ministro sugería que la reincidencia debería desembocar en “un 155 de verdad”, con las fuerzas constitucionales gobernando en Cataluña durante al menos dos años y tomando, por supuesto, el control de TV3.

Ni Sánchez es un psicópata traidor, dispuesto a destruir España; ni Casado un cobarde intransigente que no admite la legitimidad del Gobierno

Con el frente común de un Pacto de Estado entre Sánchez y Casado sobre Cataluña, una u otra solución, por las buenas o por las malas, o incluso una mezcla de ambas, estaría a nuestro alcance. Tendríamos un horizonte, unas metas compartidas, un marco constante, compatible con que hoy gobierne uno y mañana lo haga otro. De momento, la cuestión catalana dejaría de emponzoñar la convivencia en el conjunto de España. A medio plazo, se atisbaría una salida razonable que dispararía nuestra prosperidad. 

Cuando los equipos de Carmen Calvo y Juan Carlos Campo están escribiendo los borradores de los indultos y Félix Bolaños afila ya su tersa pluma cartesiana para entrar en la redacción final con altura de miras; y cuando la Plaza de Colón empieza a llenarse de españoles igualmente bienintencionados con sus pancartas y banderas, hoy podría parecer el día más inadecuado para una propuesta como esta. 

Pero no sólo insisto en ella, sino que advierto que no hay ninguna barrera infranqueable que impida materializarla. Porque ni Sánchez es un psicópata traidor, dispuesto a destruir España con tal de seguir en el poder, como se huele la derecha; ni Casado un cobarde intransigente que no admite la legitimidad del Gobierno y juega al cuanto peor mejor, como husmea siempre la izquierda. En uno y otro caso, se trata de alucinaciones olfativas. Es la patología de quienes siempre detectan olor a podrido, aunque caminen entre rosas y jazmines. Se llama ‘fantosmia’, como derivado de fantasma. Y, claro, el arte de la política sólo es noble, la función social del periodismo sólo es útil, cuando combate la fantasmagoría autoinducida por el sectarismo.