La pasión según Ayuso, Resines recuperado y Putin pecho de hormigón

La pasión según Ayuso, Resines recuperado y Putin pecho de hormigón Guillermo Serrano Amat

EL BESTIARIO

La pasión según Ayuso, Resines recuperado y Putin pecho de hormigón

Isabel Díaz Ayuso, Antonio Resines, Vladímir Putin y Pablo Urdangarin; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas. 

20 febrero, 2022 02:26

Vladímir Putin 

Guillermo Serrano Amat

Los políticos son especímenes raros que suelen caer mal a todo el mundo. Ahí tenemos a Vladímir Putin, un ejemplar que se pasea por el mundo ofreciendo lo peor de sí mismo. No hay más que examinar las líneas de su rostro o la calidad de su torva mirada. Un tipo sucinto y rudo que luce pecho de hormigón y tiene los ojos como diminutas canicas.

Nació en el seno de una familia humilde (su padre era capataz en una fábrica). Cuando supo leer y escribir quiso ser espía, y lo fue. Empezó espiando a sus vecinos y terminó mandando en la KGB. Ahora amaga con invadir Ucrania, como ya hizo con Crimea en 2014. Se cree el primo de Zumosol y juega a meter miedo.

Días atrás recibió en el Kremlin a Macron y lo sentó a su mesa de fabricación española (made in Alcàsser). Seis metros de larga. A un extremo él y al otro Macron. Fue una jugada del ruso ante la negativa del francés a hacerse una PCR. Muchos se preguntaban cómo lograrían comunicarse. Yo lo acerté: por walkie-talkie.

Putin es un tipo rudo, prepotente y engreído. Si fuera español diríamos que parece un chuloputas o un ligón de playa. Le gusta montar a caballo, pilotar aviones y conducir coches de Fórmula 1. También es buen judoka, se castiga los músculos en el gimnasio y presume de torso desnudo. Entre sus aficiones está la pesca. Un día salió en un periódico con un lucio de 21 kg en las manos. Los medios mostraron su incredulidad ante el tamaño del bicho, que parecía un tiburón, pero lo dieron por válido.

No solo de caza y pesca vive Putin. Un día dijo que era aficionado a la arqueología y organizó una peregrinación al yacimiento submarino de Phanagoria, frente a la península de Crimea. Nada más ponerse el traje de buzo, descendió y encontró dos ánforas tan colocaditas que parecían de exposición. Putin dijo a quien quiso oírlo que de todas partes del mundo llegarían turistas a Crimea. No eran tontos, no, los asesores presidenciales. Se las habían puesto (las ánforas) como a Fernando VII. Y el gran líder creyó haber descubierto la Atlántida rusa.

La vida de Putin ha estado jalonada de actos de chulería. Los más sonados fueron sus dos candidaturas al Premio Nobel de la Paz (2014 y 2021), presentadas ambas por el escritor ruso Sergei Komkov. Para compensar, no se le ocurrió otra cosa que presentar también la candidatura de Trump.

Con el Premio Nobel de la Paz no ganamos para sustos. Candidatos han sido, en el siglo XX y lo que va de XXI, los siguientes nombres: Mussolini, Stalin, Hitler y Trump. Menuda panda de angelitos. Serguei Komkov, el promotor de estas estrafalarias candidaturas logró el aplauso en Oslo por apoyar la paz en el mundo y además incluir la palabra Dios en la Constitución de su país.

Y hasta aquí la vida y milagros de Vladímir Putin, machista recalcitrante y domador de fieras varias. Su esposa Liumidla no era una fiera y sin embargo le dio el pasaporte tras 30 años de matrimonio.

Amante de las artes marciales y de la guerra de Chechenia, Putin ha hecho famosos los “putinismos” (frases disparatadas y escatológicas con las que obsequia a los participantes en las ruedas de prensa). La palabra retrete es una de las que más repite. Debería presentarse a unos juegos florales.

Antonio Resines 

Guillermo Serrano Amat

Lo primero fue el miedo, aunque quizás no fuera miedo sino desconcierto. Pero pasaban los días y a mí me parecía que las esquelas de los periódicos se multiplicaban. Perdón: no es que me lo pareciera. Realmente era así: se multiplicaban. Ahora mismo podría escribir el nombre de diez personas conocidas (famosas, como dicen en la vida y en la calle) que se han ido al otro mundo sin despedirse. Actores, periodistas, empresarios, políticos, abogados, cantantes, médicos.

En la tele salieron algunos narrando su peripecia hospitalaria. Recuerdo el caso del exalcalde Trías, el periodista Ernesto Ekaizer, la abogada feminista Magda Oranich, la periodista Marta Romagosa y alguno más, como José María Calleja, que no lo pudo contar porque murió a mitad de camino. Asimismo, recuerdo los nombres del actor de series Jordi Sánchez, el periodista Carles Francino, etc.

El último, Antonio Resines, ha estado 36 días ingresado en la UCI del Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Lo dejamos haciendo spots publicitarios en la tele y lo recuperamos en El Hormiguero, donde confesó su dificultad para superar la pesadilla: "Vengo de un mundo paralelo", dijo el cántabro... "Creía que habían pasado 5 días y resulta que han pasado 36". "Me cuesta mucho recordar, lo único que tengo claro es que me muevo con un andador y tengo una atrofia muscular del 80%. Mi mujer dice que he estado peor de lo que yo pensaba".

Pablo Motos le ayudó a recordar el vacío de la UCI, pero no lo consiguió y se quedó flotando en ese mundo paralelo donde todo está quieto y los enfermos sienten que ya se han ido al otro barrio.

A Resines le recuerdan que estamos en la sexta ola, circunstancia que él se repite a sí mismo una y otra vez para evitar que la memoria le resbale.

Lo que Antonio no olvidará jamás es que en la UCI había 97 enfermos ingresados y han sobrevivido 80, entre ellos él. Ahora, Antonio es consciente de que toca sonreír, no en vano el tiempo ha vuelto a empezar.

Pablo Urdangarin

Pablo Urdangarín

Pablo Urdangarín Guillermo Serrano Amat

Pablo es el segundo hijo de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. Jugador de balonmano como su padre y joven modélico como su madre. Para Point de Vue, soltero de oro, y según las páginas deportivas de los periódicos, promesa del olimpismo español. En sus horas libres ejerce de tik toker.

Así han definido muchos a Pablo Nicolás Urdangarin, incluidos los periodistas que han tenido la oportunidad de arrancarle un par de declaraciones con la alcachofa. Precisamente los medios de comunicación han sido los que más han elogiado sus virtudes familiares, sus habilidades deportivas y su noble espíritu familiar.

He visto a Pablo detenerse cuando un periodista lo requirió para saber de su madre o de la amiga de su padre. Nunca imaginé que su educación le llevaría al extremo de responder incluso a ciertas preguntas indiscretas. Lo hace siempre con amabilidad y sin perder la compostura: "Esto lo gestionaremos en familia". Me complace saber que en casa de los Urdangarin Borbón ventilan sus conflictos alrededor de una mesa. Eso no pasa ni en las mejores familias.

Pablo se estrenó en el balonmano en el Liceo Francés, pero enseguida dio el salto al TSV Hannover y al HBC Nantes, donde mejoró su finura deportiva. Si no corre, vuela. En el 2021 ficho por el Barça y se trasladó a la Masía, que a los efectos de un chaval de 21 años es como vivir en un Chateau Relais de las Bahamas.

Para entonces ya medía 1,94 y usaba cama especial. Vivir en Barcelona le ha servido para ampliar horizontes. Aparte de jugar al balonmano, Pablo estudia Ciencias Empresariales en la European University, una escuela de negocios privada.

Papá Urdangarin se ha implicado en la formación deportiva de Pablo y tutelará su carrera, pues el chico vale el esfuerzo. En cuando a la escuela de negocios, no creo que el grado de implicación de Iñaki llegue a tanto. Con la experiencia del Instituto Nóos ya ha tenido suficiente.

El fin de semana pasado, Iñaki, la infanta Cristina (cada día más delgada), Pablo e Irene, disfrutaron juntos de su estancia en la ciudad condal. Puede que siguieran las instrucciones del abogado Mario Pascual Vives, que aventuraba una reconciliación cuando prescriba el cese temporal de la convivencia que, al parecer, ha sentado bien a las dos parejas. Y eso explica que aparecieran simultáneamente fotografías de Ainhoa Armentia con su marido y sus hijos en Vitoria, y de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin con alguno de los suyos (por ej.: Irene) en Barcelona. Casualidades.

Isabel Díaz Ayuso 

Guillermo Serrano Amat

En Madrid se está representando la pasión según Díaz Ayuso. Anteayer, sin ir más lejos, fue el viernes de dolor.

Un caso sin precedentes. El enfrentamiento se dirime públicamente entre el gran jefe del PP, Pablo Casado, y la presidenta de la Comunidad de Madrid. Trifulca retransmitida en directo por los medios de comunicación, que es el cuadrilátero adecuado para solventar asuntos de celos (celos políticos, se entiende).

Díaz Ayuso está nerviosa y se le nota. En Madrid la aplauden por la calle, pero los dardos de Casado (acusaciones de corrupción) se le han enquistado en el alma y no la dejan vivir. Casado, por su parte, arremete con todo contra su rival, aunque las pruebas de sus acusaciones no le dan para emprender el camino de los juzgados.

Ayuso presume de haber acabado con Iglesias en las arenas electorales de Madrid. Un buen alimento para sus ínfulas. Pero antes de seguir adelante le gustaría resolver su problemita con Teodoro.

El secretario general es la encarnación del mal, algo parecido a lo que Ayuso siempre dijo de Sánchez y Sánchez nunca le perdonó: socialismo o libertad. O mejor: libertad o caos. Mientras trata de meter a Teodoro en la ecuación, está haciendo buena a Cayetana, soplando en las velas de Vox y alegrando los días venideros de Sánchez.

Ha terminado la semana y las acusaciones de corrupción no acaban de tener un fundamento claro. El discurso de Casado es frágil y las pruebas no resultan concluyentes. Claro que tampoco son concluyentes las razones sobre las que galopan las ansias de salvación de la familia Ayuso. De momento solo se impone la premisa mayor: la familia que reza unida permanece unida. En cuanto a la operación de compra de las mascarillas, habrá que preguntar en otro negociado que no sea el de la calle Génova ni el de la Puerta del Sol.

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