Ilustración: Tomás Serrano

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EL BESTIARIO

La Pardo Bazán, Felipe en la tele y el chasco de Sergio Ramos

Del lenguaje feminista de Carlota Corredera a la ausencia de Sergio Ramos en la Selección; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.

30 mayo, 2021 02:48

Emilia Pardo Bazán

La literatura está plagada de mujeres que nada tienen que envidiar a los hombres más talentosos. Al contrario. A veces se da el caso de que son las mujeres quienes escriben las obras que firman los hombres (¿Recuerdan a María Lejárraga?).

Hoy traigo a Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851), en el primer centenario de su muerte. Es una pena que la “franca” (esposa de Franco, también llamada Carmen “Collares”), quemara el rastro epistolar y las notas manuscritas que la condesa de Pardo Bazán guardaba en los cajones de una cómoda antes de la “okupación” del Pazo de Meirás por la familia del generalísimo.

Autora de obras tan celebradas como Los Pazos de Ulloa, La cuestión palpitante, Insolación, etc., Pardo Bazán pasa por ser la principal representante del naturalismo español, aunque su figura no queda ahí. Como escritora, cultivó todos los géneros. Y como una de las más preclaras intelectuales practicó todas las suertes: catedrática, conferenciante, traductora y directora de la rama literaria del Ateneo. Hablaba inglés, francés y alemán, además del gallego. Era sabia por definición.

A su padre lo hicieron diputado a Cortes y la familia se trasladó a Madrid, donde Emilia no paró de dar bandazos volcada en una vida provechosa y libertina. Antes de abrazar el carlismo y volverse ultramontana, fue feminista de manual y frecuentó las verbenas con la misma naturalidad que las tertulias políticas y los estrenos teatrales.

A Emilia, que era de porte chaparrito y trasero orondo, también le gustaban los señores. El que más, con diferencia, fue Benito Pérez Galdós, con el que tuvo un largo romance. En su apasionado epistolario ella le llamaba “ratonciño mío” y él contestaba con alguna bobada semejante. Un día que los dos andaban enfurruñados se cruzaron en plena calle y ella, sin desviar la mirada susurró: “Adiós, viejo chocho”, a lo que él respondió raudo: “Adiós, chocho viejo”.

La escritura de Pardo Bazán se hizo cada vez más explosiva, hasta que su marido le puso en la tesitura de tener que elegir “o él, o las letras”. Eligió las letras y hubo divorcio, aunque se mantuvo la amistad. Tan amigos eran que juntos viajaron a Inglaterra con el propósito de comprar armas para la causa carlista. Pagaron con doblones de oro que ella guardaba entre las tetas.

Felipe González

Veinticinco años después de abandonar la política, Felipe está en forma. Vamos, que barrería de calle en la odiosa comparación con Joe Biden, que tiene la misma edad y no se parece en nada. Ni en los andares.

Hablando de odiosas comparaciones al margen de la edad, o precisamente por la edad, tampoco comparte nada con Pedro Sánchez. Y menos que nada, los andares. Miento, comparte el carné del PSOE, pero incluso ahí se impone su higiénico desmarque de la clase política en general: “Me siento huérfano de representación”, suele decir.

A lo que voy. Con su paso por El Hormiguero crece la figura de F. G. ante los españoles en general y envenena los sueños de Sánchez en particular. Lo que dijo, y no lo que dicen que dijo (premisa mayor de su doctrina comunicativa), no sirvió para desafiar al antisanchismo, pero marcó distancias con el actual presidente y líder del partido al que Felipe sigue perteneciendo en calidad de militante, que no de simpatizante.

Un mantra compartido con Carlos Solchaga, Nicolás Redondo, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Javier Solana, José Luis Corcuera, y tantas otras figuras socialistas del plan antiguo, sin olvidar a quienes aún con mando en plaza (Page, Lambán, Vara) no marcan el paso de Moncloa.

Por ahí se había alimentado el morbo de un posible pronunciamiento del histórico dirigente sobre las políticas de su sucesor en Moncloa y en Ferraz. Pero se fue del plató y no hubo nada, más allá de una moderada discrepancia sobre los indultos a los condenados del procés: “En estas condiciones, yo no los otorgaría” (aplausos en platea).

De Felipe a muchos nos seduce su elegancia política y personal cuando le preguntan si Sánchez suele acudir a consultarle: “Estoy disponible, pero no voy a decir a nadie lo que tiene que hacer”.

Lo que me ha llamado la atención de su paso por Antena 3 es su cabeza blanca y radiante. Parece tintada con mascarilla de color fosforito. La próxima vez, que repartan viseras para no deslumbrarnos.

Sergio Ramos

El fútbol siempre está de actualidad. Ahora más, sobre todo desde que Zizou dejó de ser el mister del Real Madrid y Luis Enrique no incluyó en la lista de la Selección a Sergio Ramos.

Vayamos por partes, como Jack el Destripador. Zidane entró en la historia como jugador de a pie, pero cuando ha dado lo mejor de sí mismo ha sido como mister. Sobrio, silencioso, con la sonrisa fija y los ojillos penetrantes, Zizou forma parte de los colosos del fútbol, a cuyo gremio perteneció Don Alfredo (Di Stéfano) y alguno más que terminó exiliado en Turín, capital de la Fiat.

Zidane tiene pinta de místico y cabeza de benedictino. El día que se despidió de su plantilla, Courtois le dijo: “Ha sido un honor tener de entrenador a una leyenda como tú. Ojalá volvamos a encontrarnos”. Sergio Ramos, el capi, le envió un tuit cargado de amabilidad pero exento de literatura. “Te deseo lo mejor. Te lo has ganado. Merçi, Zidane”.

El carismático defensa central no se anda por las ramas ni recurre a lenguaje protocolario. El sevillano siempre ha ido a la suya. La decisión de Luis Enrique no le ha hecho ninguna gracia, pero se muerde la lengua y confía que el futuro le depare mejor suerte. Ahora hace planes. En tiempo de lesiones no procede ir más allá. El capitán del Real Madrid tiene la cabeza llena de ilusiones. Es taurino. Luce barba hipster. Cambia de peinado cada semana.

Su mujer, Pilar Rubio, es un pibón y ya va por el cuarto niño. Tiene un hermano que es manager de futbolistas y se llama René. A mí me recuerda a las misses andaluzas que se llaman Jennifer blue o Maybi leydis.

Por lo demás, Sergio es carne de meme.

Carlota Corredera

Tengo la impresión de que cuando se reúnen varias feministas a comentar la jugada, todas llevan la lección bien aprendida. Me refiero a la lección de lenguaje. Carlota Corredera, creadora del Carlotismo, sabe lo que digo. La vida, vista desde la orilla de las mujeres, ha puesto en circulación palabras nuevas para hacer frente al androcentrismo, que distorsiona la realidad y necesita que se le eche una manita.

Corredera, una sabia de la sororidad y la violencia vicaria, seguramente fue una de las primeras feministas que metió el dedo en la llaga de las asimetrías de género, ese territorio donde el masculino, que tiene ínfulas de genérico, gana por goleada cuando compite con el femenino, gramaticalmente minusvalorado.

Ignoro en qué enciclopedia quedó establecido que el resultado de sumar un masculino y un femenino tenía que ser masculino por narices. Ahora hay muchas voces que disienten ante los planteamientos de género, y supongo que Carlota está entre ellas. Sin embargo, desconozco en qué momento de la historia, el lenguaje se rebeló y nos puso en la tesitura actual. No me refiero solamente a la cuestión de género, sino al léxico puro y duro.

Vayan por delante estas palabras recientes: sororidad, patriarcado, feminazi cosificación, micromachismos. Que sirvan de ejemplo. Cosificación es la versión objeto de una mujer; feminazi es un insulto y no vale la pena explicarlo: micromachismos son los tics o gestos cotidianos con carga machista, a veces inconsciente... Etcétera.

Carlota Corredera forma parte del grupo de mujeres que han aportado su interpretación feminista a la docuserie sobre Rocío Carrasco y su desgraciado matrimonio con Antonio David Flores, que arruinó la vida a la hija de “la más grande”.

Carlota Corredera ha dado voz y alma a la docuserie, que fue narrada por la propia víctima en primera persona. “Contar toda la verdad para seguir viva”, se decía a modo de subtítulo.

El relato habla de la violencia vicaria, una de las formas más siniestras de la violencia de género, que utiliza al menor para causar más dolor a la madre.

En el caso de Rocío Carrasco, ella fue la principal víctima de un episodio de maltrato por parte de su hija, que a los 16 años le propinó una paliza a la madre. Como consecuencia de este hecho, sufrió instintos suicidas y trató de quitarse de en medio con una ingesta de barbitúricos.

Corredera se pasó con armas y bagajes a la causa de Carrasco. Su solidaridad con ella fue totalizadora, contundente: “Si te llegas a suicidar, te mato”.

Ahora, cada vez que alguien le pregunta a Carlota cómo se encuentra, ella responde: “Con agujetas de tanto luchar contra el patriarcado”.

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