"Todo conocedor evita el exceso, y busca el término medio y lo prefiere", nos dice Aristóteles en su Ética a Nicómaco, aunque abundan hoy quienes no se paran a prestarle oído. Viene a cuento recordar al sabio de Estagira en esta recta final de la campaña por la coincidencia entre la moderación a la que se han pasado líderes que en el pasado reciente o lejano optaron por la pose airada, y la comparecencia en el juicio de juicios de algunos políticos catalanes nacionalistas, que han contribuido a templar y aquilatar con su testimonio el relato de los momentos preparatorios de la insurrección.

A saber: el conseller de Interior y el director general de los Mossos que, cuando la alegre muchachada secesionista se lanzó monte arriba, prefirieron quedarse al pie de la ladera desde donde los vieron ascender, vacilar y despeñarse hasta el fondo del escabroso barranco donde hoy moran.

Y es que algo tiene Aristóteles que siempre vuelve, y que da a quienes lo desoyen motivos para lamentarse y a quienes no lo olvidan del todo razones para estarle agradecidos y acudir a él en momentos de zozobra y tribulación. Alguien ha debido decirle a Pablo Casado que sus alardes de Torquemada amenazaban con enajenarle el voto de ese centro sin el que nadie ha logrado hasta la fecha gobernar España.

Y al otro Pablo, Iglesias, parece haberle bastado la reflexión personal durante los días en que se dio y dio a otros la lección impagable de cuidar de sus hijos para comprender que poco puede cambiar la realidad a la postre quien fustiga de más, hasta el extremo de provocar la deserción de los mejores talentos de sus propias filas.

Por eso han optado por bajar el tono y presentarse ante el elector como oponentes más contenidos de ese Pedro Sánchez a quien las encuestas y la inercia favorecen, pese a los titubeos e inseguridades exhibidos en los dos debates, incluida la réplica innecesaria a un Rivera convertido en Miura, al que más le habría valido capear o darle sin más esquinazo, a la manera del sabio Curro Romero.

A los políticos catalanes nacionalistas que optaron por no acompañar a los suyos de las antorchas les sonríe hoy la fortuna de no mirar la vida pasar desde Soto del Real. A quienes se han sabido refrenar, así sea tan encima del día de votación, puede que se les conceda una mitigación de su hecatombe.

El vitriolo va a tener sus réditos el domingo, eso parece fuera de duda, pero cabe augurar que los recogerá, sobre todo, el legítimo dueño de la franquicia, esto es, Vox, en detrimento de sus más nerviosos imitadores. Puede que sea una renta holgada, inquietante, y aun devastadora para la derecha que quede por detrás, si se llegara a dar el caso.

Pero antes o después, Aristóteles, que lleva ahí veinticuatro siglos, sin despeinarse, volverá por sus fueros. A toda subida de la fiebre sigue su bajada —o la muerte, y para morirnos, mal que pese a los agoreros, no estamos todavía—. Tal vez la aritmética que resulte de las propias elecciones obre el efecto. Tal vez tarde un poco más. En todo caso, esto es un pronóstico sin más valor que ese: el 28 de abril, los españoles quitarán o darán las razones, a los candidatos y a este columnista.