Felipe González, otrora presidente del Gobierno de España, ha terminado siendo un hombre sin vergüenza como tantos otros políticos que conocemos. El que se viera a sí mismo como referente moral de la izquierda, como espejo puro e inmaculado, como salvaguarda de la ética inquebrantable y como oráculo del socialismo español deambula ahora entre los negocios repugnantes y los favores barriobajeros. Y lo hace en compañía, tanto en lo primero como en lo segundo, de su socio y amiguete Juan Luis Cebrián, experiodista y actual presidente ejecutivo del grupo Prisa, otro que se engaña a sí mismo -y por lo que oímos el otro día, al mismísimo rey de España- dibujándose con los mismos perfiles incuestionables e intachables que siempre habían acompañado al exlíder del socialismo español, y que desde luego, tanto en un caso como en otro, no se corresponde en absoluto con la realidad.

La exclusiva publicada este lunes por El Mundo echa por tierra cualquier intento de seguir blanqueando la figura de González, de seguir engañándonos a algunos con lo que pudo ser y a lo peor nunca fue. El pedir un favor -“con respeto y afecto”- al presidente de Sudán del Norte, Omar Al-Bashir, seis meses después de que la Corte Penal Internacional pidiera su arresto por crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad; y el hacerlo para ayudar a Farshad Zandi, el dudoso empresario hispano iraní -“una persona honorable, seria, trabajadora y con relaciones internacionales al más alto nivel”, según puede leerse en la rancia y anticuada misiva al genocida sudanés-, que tiene al menos 36 sociedades pantalla en Panamá y que ha regalado a saber por qué el dos por ciento de una petrolera fantasma de origen sudanés, claro está, a su amigo el experiodista, confirma hasta qué punto ha llegado la degradación moral de Felipe.

Sobre él sobrevoló el crimen de Estado y el robo a mansalva del erario público con la coartada de los fondos reservados. Varios de sus hombres de confianza en los diferentes gobiernos que presidió acabaron en la cárcel por lo uno o por lo otro. Y luego está Filesa, el origen de la financiación ilegal de los grandes -y pequeños- partidos, que creó escuela y fue el ejemplo a seguir por todos, y que nació y creció siendo González secretario general del PSOE además de presidente del Gobierno.

Pensábamos algunos entonces -pobres imbéciles- que Felipe debería estar al margen de tanta podredumbre, que no era posible que él supiera que se mataba y se robaba y que lo aceptara a modo de inventario escudándose en el inmoral saco de la razón de Estado. Llegamos a creer -pobres imbéciles, repito- en un personaje que el paso de tiempo ha situado en el lado más oscuro y corrompido de la política y que avergüenza a muchos de quienes se creyeron -nos creímos- su falso discurso de profundas raíces éticas.

Pero la vida siempre vuelve para cruzarnos la cara y abrirnos los ojos y es entonces cuando nos caemos del guindo y llegamos a la conclusión de que se empieza mirando para otro lado cuando se asesina y se roba siendo presidente del Gobierno y se acaba pidiendo un favor a un genocida sudanés para un pirata hispano iraní.