¿Imaginan las caras de nuestros políticos si el 26-J cada votante decide apostar por sí mismo y repetir su voto, ese mismo que ya concedió en diciembre? Sería una burla extraordinaria -y en cierto modo sensata- que los electores se manifestaran, exactamente, como ya lo hicieron el 20-D.

Sin grandes cambios ni en las formaciones políticas ni tampoco en los mensajes de los líderes, no parece ésta una opción descabellada. En diciembre ya se acusaba a Podemos de que lo financiaba Venezuela, como ahora; Rajoy entonces sufría mucho por la corrupción en su partido, igual que ocurre esta primavera; Sánchez ya tenía a finales de 2016 fuertes disputas internas y Rivera… ya entonces no estaba claro, dada su enorme flexibilidad, dónde acabaría acomodándose en el espectro político.

Por tanto, cinco meses después estamos más o menos donde estábamos, aunque seamos casi medio año más viejos y hayamos perdido, como país, todo ese tiempo sin que nadie lo gobierne más que en funciones. Así que, realmente, no sería raro que el reparto de votos fuera, esencialmente, similar al decidido justo antes de las últimas fiestas navideñas.

Cierto es que algunas cosas han cambiado, y que éstas podrían generar algunas transformaciones. Sin duda la más sustancial ocurre en la izquierda: Iglesias se ha desayunado a Alberto Garzón, aún el político más valorado por los ciudadanos, y amenaza, ahora ya con entusiasmo y creciente credibilidad, con zamparse a Pedro Sánchez. Lejos de producirle una indigestión, Iglesias podría salir tremendamente reforzado de semejante comilona.

A la derecha, o donde quiera se coloque Rivera, no hay cambios significativos. El líder de Ciudadanos ha ido a por votos al territorio de Maduro, aunque la obviedad de sus ataques pueda resultar menos relevante, en cuanto a réditos, de lo que él espera. Rajoy continúa fiel a su estrategia de “menos (Rajoy) es más”. Quizá tenga razón.

La tendencia a la polarización del electorado parece confirmarse, con unos y otros pensando que el voto útil pasa por prescindir de quienes están en medio, de ésos que fueron los únicos -Psoe y C's- que consiguieron pactar algo. Resultó inútil, sí, pero al menos se atisbó algún sentido común.

Votemos igual o, en parte diferente, tras el 26-J parece evidente que los partidos, para ofrecerle gobernabilidad al Estado, necesitarán aprender a gestionar el voto diseminado -y siempre inteligente, siempre válido- del electorado. Los líderes deberán asumir sus responsabilidades, las que se deriven de las urnas, y pactar con quienes corresponda, o al menos con quienes puedan.

Si después de estos nuevos y muy cansinos comicios no son capaces de hacerlo y continuamos sin Gobierno, entonces habrá que exigir a los partidos una absoluta regeneración. Y, esta vez, en serio.