Admito que el mundo es complejo y que la realidad tiene muchos matices. Asumo, además, que cada individuo percibe e interpreta las cosas a su manera, de forma natural, según su estructura psicológica. Por ello entiendo la verdad como una aspiración. Aun así, se me hace difícil comprender que alguien pueda ver en un terrorista a un hombre de paz y en el tiro en la nuca la reacción aceptable a una supuesta situación de opresión política.

Hay conceptos elementales que sería bueno que compartiéramos en favor de la convivencia. Tiene poco sentido que quienes descuelgan el cuadro de Felipe VI de las paredes de las instituciones y anuncian la retirada del nombre de Juan Carlos I del callejero le extiendan la alfombra roja a una individuo condenado por terrorismo que se siente orgulloso de su biografía. ¿Ha hecho Otegi más por la democracia que la Corona? ¿Son más nocivos para la sociedad el rey y su padre que Otegi?

Es difícil de entender que quienes apelan a la memoria histórica para remover fosas y abrir procesos por atrocidades cometidas hace ochenta años pretendan pasar la página de asesinatos mucho más recientes y quieran echar asfalto sobre tumbas aún frescas. No hace ni cinco años que ETA anunció el fin de la violencia, todavía no ha entregado las armas y muchos de sus crímenes están judicialmente vivos. Teniendo verdugos a mano, de carne y hueso ¿por qué ir a buscarlos entre los fantasmas?

Llama la atención que los mismos que, entre insultos y empujones, impiden hablar en la Universidad a líderes democráticos reciban entre vítores y aplausos a alguien como Otegi. Este miércoles ha manifestado que todo lo que tenía que decir sobre las víctimas lo escribió en no sé qué párrafo de un libro.

Su visita a Barcelona podría haber quedado en una anécdota siniestra. No ha sido así porque Carme Forcadell le ha abierto las puertas del Parlamento catalán y el presidente Puigdemont ha defendido el homenaje, convirtiendo la recepción en una simbólica bienvenida de todo el pueblo de Cataluña. Con la perspectiva de los años, episodios como este se recordarán con bochorno.

No hace tanto que Coco enseñaba a los niños nociones simples como arriba y abajo, delante y detrás, cerca y lejos. Admito que el mundo es complejo y que la realidad tiene muchos matices. Pero un terrorista, alguien que ha elegido servirse de la violencia, nunca podrá ser un hombre de paz. Lo saben hasta en Barrio Sésamo.