Uno de los momentos más intensos de la pasada gala de los Goya tuvo lugar durante el homenaje que la Academia tributó a Luis Buñuel. En el silencio del patio de butacas, un escuadrón de tambores apareció por sorpresa para hacernos recordar que el genio vive. A todos nos gustó. Bueno, no a todos: en una entrevista en Magazine, Pablo Iglesias cuestionaba la oportunidad de aplaudir al aragonés en el siglo XXI: “El otro día, en los Goya, hubo un homenaje a Buñuel ¡En 2016! A mí me parece que Buñuel ya no es válido, porque ha perdido buena parte de su capacidad de provocación por la secularización de nuestra sociedad”. O sea, que como este no es un país de beatas y velones, todo aquello que se hizo para retratarlo ya no sirve, que es como decir que La Casa de Bernarda Alba es una tontada porque ahora nadie guarda luto tras enviudar, o que vaya panoli don Quijote yéndose por ahí a buscar aventuras cuando todo el mundo sabe que los gigantes no existen.

Pocas cosas me parecen tan peligrosas como el adanismo cultural. El siempre discutible “fuera lo viejo” se convierte en una completa estupidez cuando se trata de arte. Juzgar a un cineasta con criterios propios de revista de moda – “siento que te guste el estilo étnico, pero esta temporada no se lleva” - denota tanta frivolidad como ignorancia. Una de las características del genio es su atemporalidad: Buñuel no perderá vigencia, como no la pierden Picasso, Goya o Quevedo. El verdadero talento navega por encima del marco social que lo hizo surgir. A nadie se le ocurriría filmar ahora Calle Mayor, pero Bardem consiguió retratar en dos horas las tinieblas del franquismo, lo que convierte la cinta en un fenómeno eterno.

El cine español ha dado dos nombres con proyección internacional. Uno es Almodóvar, papeles de Panamá aparte. El otro es Luis Buñuel. Cuestionar su vigencia es tan bárbaro como preguntarse si de verdad resultan trendy las coplas de Jorge Manrique, los bisontes de Altamira o las meninas de Velázquez, con esas faldas que ya nadie se pone. Y sí, a mí también me gusta The Wire, y Shameless, y True detective, pero eso no impide que me siga poniendo los pelos de punta el trueno de los tambores de Calanda filmados en blanco y negro. Pretender que Buñuel tiene fecha de caducidad, como hace Pablo Iglesias, es no saber nada, o querer extender el apocalipsis sobre nuestro acervo cultural, supongo que para convertirlo en un páramo y empezar de cero.