No es un fenómeno exclusivo de España. La izquierda es pizpireta y la derecha es aburrida. La izquierda es libertina y la derecha, mojigata. La izquierda es indulgente y la derecha, severa. La izquierda es flexible y la derecha, intolerante. La izquierda es espontaneidad y la derecha es el orden... a la fuerza. 

Dicho lo cual, ser líder de la derecha aún es más difícil en España. Aquí, un político conservador tiene que demostrar cada día que no es franquista. Lo resumió el PSOE con una sola imagen, allá por el 96: dóberman. No por casualidad, en las encuestas sobre políticos, el peor valorado es, indefectiblemente, alguien de derechas.

Para caer simpático, un líder del PP ha de ser un fuera de serie. Lo intentó Hernández Mancha y duró cuatro telediarios. Se lo tomaron a guasa y ha pasado por un chisgarabís.

En un intento por neutralizar las toneladas de antipatía que despierta, Rajoy se dio un paseo durante la campaña por donde María Teresa Campos y Bertín Osborne. Pero para que tuviera algún efecto, habría de repetir todas las semanas. Porque Rajoy tendrá otras virtudes, pero no es gracioso, no cae bien. Seamos francos: sería un extra perfecto para actuar de sepulturero en cualquier spaghetti western.

Las carencias que se le intuían con mayoría absoluta han quedado al descubierto con su mayoría breve, tal que despojos en la playa tras la resaca. Sabíamos que no era un hombre atrevido. Que lo más audaz que cabría imaginarle serían unas palmas nerviosas en el Concierto de Año Nuevo. Y siempre que no enfocasen las cámaras. Se le perdonaba por su fama de hombre previsible y responsable. Pero sus dos rehúses ante el Rey han acabado de hundirlo. Recuérdese que veinticuatro horas antes de su primera visita a la Zarzuela anunció que se presentaría a la investidura. Se rajó.

Rajoy es un hombre de suerte. No va a ser presidente esta vez. Tampoco está claro que pudiera serlo tras unas nuevas elecciones. En cambio, ¿quién lo iba a decir?, tiene una oportunidad única de borrar todos sus errores del presente y del pasado (Bárcenas incluido) para pasar a la historia como un patriota y un hombre de Estado. Basta con que se haga a un lado para favorecer un gran acuerdo de gobierno que permita al país afrontar los retos que tiene planteados. La gloria, al alcance de la mano. Qué más podría pedir en España un tipo soso y de derechas.