Valencia estalla en la boca de Mariano Rajoy como una falla con traca de papeles, y con tiempo de más para que le arda cuando se nos presente a España de estadista. Valencia le puede ser al presidente en funciones la jubilación de un tiempo cachondo de tesoreros, prebendas, besos a alcaldes y a alcaldesas que se mojaban el champán y las bragas y el churro en el Mediterráneo cuando los años triunfantes del Partido en el Levante. Fue cuando Génova olía a pólvora y no mucho a cloaca.

Valencia le canta a Rajoy que cuando todo pasó, sí, andaba aún Mariano como el brazo de Santa Teresa, incorrupto en teoría, dejándose besar hoy en Xátiva, mañana en Valencia. O eso permitieron creer en las verbenas afines.

“A este gallego se la colamos”, pensarían desde el PP-V. Y coló, vaya si coló, presuntamente: lo del presi ‘incorrupto’ y lo de que se enteraba de poco o se enteraba según les convenía. Coló tanto que Rajoy se mantiene con ganas, a pesar de las hemerotecas, de estar en el cogollo hispánico. Mariano Rajoy defiende las enaguas falleras de Barberá, igualito que lo que otro gallego hizo con el brazo de Santa Teresa. Pero todo esto es política, y eso que hay más.

Rajoy ahora quiere chulearle al ‘podemismo’ alcaldías y cosas en esa concentración nacional que, viniendo de un gallego, sabe a gazpacho. Se lo ha dicho a Pedro Sánchez, que lleva el rollo de matón ‘sociata’ pasado de proteínas. Pero es que Rajoy pide algo, y España se ríe. De este modo no hay pacto posible. Rajoy se ha encoñado en no morirse, y frente al encoñamiento de un tipo que huye en sandalias, no hay política posible.

Todo pasa y todo queda. Lo nuestro es pasar. Y este pasar sobre sandalias es el pasar sobre España. Que lo que pueda pasar, que pase. Entretanto España va y viene.

Hay que santificar al indigente. España es heterodoxia. Y por ahí seguimos.