Ayer cayó Twitter y a alguno hubo que darle las sales. En realidad, Twitter llevaba intranquilo un par de días. Yo mismo tengo desde el viernes unos cuantos miles de seguidores más en mi cuenta, todos ellos falsos como un duro sevillano, cortesía de ese extraño ataque cibernético no confesado por la empresa californiana. Son cientos de huevos a los que no conozco de nada, otros cuantos cientos de sicarios rusos de extrarradio, un par de miles de jeques kuwaitíes de todo a cien y otros tantos cientos de personajes extravagantes con los que un servidor no iría ni a heredar un castillo. No es que mis seguidores anteriores, los reales, tengan un perfil muy diferente a ese (aquí un servidor atrae lo que atrae), pero hasta en Twitter hay clases. Concretamente, la baja y la abisal.

El caso es que la caída de Twitter ocupó todas las portadas de los medios, incluido este en el que escribo. No lo critico: no soy un ludita, ni un apocalíptico, ni un cínico. Si Twitter ocupó ese espacio es porque su caída es a) noticia, b) relevante, y c) interesante. Nada que objetar al respecto: pocas cosas provocan tanto pánico como perder, aunque sea momentáneamente, algo totalmente prescindible.

A mí, por ejemplo, no me interesa casi nada de Twitter. Es un “casi” bastante amplio, también es cierto, pero es que Twitter es muy grande. Me interesan los aforismos, por ejemplo, a los que algunos adolescentes llaman “chistes”. De vez en cuando te topas con uno si no brillante, sí medianamente saleroso. Son los tréboles de cuatro hojas que brotan desapercibidos en Twitter abonados por las bobadas intrascendentes de los rijosos con ínfulas y las yonquis de la atención que les dan mecha.

Así que cuando el engendro cayó, solo tuve que abrir por una página cualquiera Palomas y serpientes, la recopilación de aforismos que acaba de publicar Enrique García-Máiquez, y leer cosas como “¡Qué previsible es el inconformismo!” o “Escribir mal cuesta más. ¡Encima!” o “El que te da un golpe bajo no llegaba más alto”. Hay más vida en una sola página de García-Máiquez que en Twitter entero. Pero explícale eso a Twitter.

Cuando Twitter cayó, tembló la cafetería donde suelo escribir estas columnas. Ellas chasqueaban la lengua, indignadas, mientras apretaban un poco más fuerte en la pantalla de su iPhone con el dedo, a ver si así. A ellos les podrían haber robado la novia en sus narices y ni se habrían dado cuenta. Sus novias tampoco, que también tienen cuenta en Twitter. El aleteo de un hacker ruso de Vladivostok provocó huracanes de vacío en las cafeterías más vacías de Barcelona. Qué planeta más insignificante y qué extraordinariamente absurdo todo.