1. “Lo que las urnas no nos han dado se ha corregido con la negociación”. Esta frase de Artur Mas, pronunciada durante la comparecencia en la que el presidente catalán en funciones anunció el acuerdo de investidura con la CUP, marca con precisión hasta dónde llegaron las aguas de la calidad democrática del proceso independentista en 2016. Es decir hasta el nivel del betún. Porque lo que el presidente de la Generalitat en funciones anunció ayer no es un acuerdo de gobierno (tal y como se entiende ese concepto en una democracia avanzada) sino un tamayazo 2.0.

2. Y digo 2.0 porque los dos tránsfugas de la CUP no se limitarán a permitir la investidura del candidato escogido por JxSí sino que pasarán a “incorporarse a su dinámica de manera estable”. He aquí la “corrección”: JxSí consiguió 62 diputados en las urnas y ahora tendrá 64. En la práctica, Cataluña es desde ayer una democracia corregida. Añádase la democracia corregida catalana a la larga lista de democracias con apellido. Entre las más insignes de ellas, la democracia orgánica franquista y la democracia popular venezolana.

3. El tamayazo de Mas y la CUP tiene además consecuencias infinitamente más graves que las del original. Porque resulta difícil creer que quienes consideran normal “corregir” la voluntad expresada por los ciudadanos en las urnas vayan a detenerse ahora frente a barreras mucho menos intimidantes (para el soberanismo) como las de la Constitución o la legalidad democrática. “Once a cheater, always a cheater” dicen los ingleses. Yo se lo traduzco: “Una vez tramposo, siempre tramposo”.

4. La sorprendente y macarrónica investidura de Carles Puigdemont, alcalde de Gerona y presidente de la Asociación de municipios por la independencia, cambia por completo el terreno en el que se estaba dirimiendo hasta ahora la batalla por la presidencia del Gobierno central. Pedro Sánchez puede ir olvidándose de su utópica mayoría progresista junto a Podemos y convenciéndose de que la gran coalición PP-PSOE con Rajoy de presidente es su única salida viable. Incluso el camino de forzar la convocatoria de nuevas elecciones es impracticable para él por el peligro de que una parte de los votantes del PSOE pasen a Podemos y acabe siendo peor el remedio que la enfermedad.

5. A esa gran coalición PP-PSOE deberá sumarse Ciudadanos. Y eso porque las fuerzas constitucionalistas no pueden permitirse el más mínimo síntoma de debilidad o de división cuando el soberanismo ha demostrado que está dispuesto a todo con tal de hacer realidad la declaración unilateral de independencia en el plazo de un año y medio.

6. Con la investidura de Puigdemont como presidente de la Generalitat, el centro de control del proceso independentista pasa del sector barcelonés del soberanismo (es decir el urbano) al gerundense (es decir el rural). La hereje Barcelona pierde importancia e influencia frente a la Cataluña devota de provincias. El independentismo catalán es desde ayer más agro que nunca. Si el corpus intelectual del independentismo era débil hasta ahora, su futuro se presenta magro. Por no decir inexistente. Prepárense para toneladas de sentimiento.

7. Solo la CUP sabe qué diferencia a Carles Puigdemont de Artur Mas. Se preguntaba ayer en Twitter el periodista Ferran Caballero: “¿Tan mal les cae el presidente?”. Es una pregunta interesante que alguien debería plantearle a los dirigentes de la CUP. Porque a cambio de ese paso al lado de Mas, la CUP ha vendido dos diputados (y lo que es más importante: su misma razón de ser) a todo aquello contra lo que se supone que luchan. Esta no es una victoria pírrica: es un suicidio por amor al arte. Como en el viejo chiste: “Hoy no como rancho, que se joda el capitán”.

8. Después de estos tres meses de vaivenes y de asambleas masivas en las que se ha votado todo lo votable, la CUP ha decidido, pocas horas antes de que se agote el plazo para nombrar presidente, a) ceder dos diputados a JxSí, b) comprometerse a votar en el mismo sentido que el partido de Mas en todo momento, c) obligar a dimitir a dos de sus diputados y d) hacer presidente a Carles Puigdemont. Y esa decisión, cuya trascendencia es incomparablemente superior a la que habría tenido una investidura rápida y discreta de Mas hace meses, es la única que la CUP no somete a votación en asamblea. Si yo fuera votante de la CUP empezaría a dar pábulo a la teoría de que la CUP es en realidad la delegación catalana del CNI.

9. Carles Puigdemont, como buen político ascendido, debe de andar ahora borrando sus tuits más llamativos. Como aquel en el que decía: "Los invasores serán expulsados de Cataluña". Procuraré enterarme de qué se entiende por “invasor”, aunque intuyo que mi 25% de sangre valenciana y mi otro 25% de sangre murciana me clasifican como candidato a ser expulsado a patadas de Cataluña. Mi 50% de sangre catalana solo hará que la patada sea ligeramente menos violenta que la que se llevarán los invasores de pura sangre.

10. El constitucionalismo echará de menos a Mas. Carles Puigdemont ha llegado a presidente con una sola misión y toda su energía política irá destinada a hacerlo realidad. Nadie en Cataluña duda de que las posibilidades de un pacto con el Gobierno central son ahora prácticamente inexistentes.

11. El pacto anunciado ayer por Mas tiene consecuencias que van más allá del independentismo. Ada Colau no será presidenta de la Generalitat en marzo ni probablemente nunca. El pacto de Podemos con Colau y las izquierdas soberanistas pasa a ser irrelevante en Cataluña. Durán i Lleida ya puede ir comprándose una casa en Miami porque su carrera política, que pareció asomar sus dedos pactistas por los costados de la lápida, ha quedado finiquitada para los restos.

12. Es probable que resulte difícil de creer en España, pero la figura de Artur Mas en Cataluña ha alcanzado cotas bíblicas. Se alaba su generosidad, su magnanimidad, su seriedad, su coherencia y su capacidad de sacrificio. Lo de la corrección de las urnas ni se mencionó en TV3. Apenas un poco de polvo en el camino de la futura república catalana independiente.