Parecía que estaba superada, pero no. Debe de ser que todavía hoy seguimos siendo el país de siempre, ese del que quisimos despojarnos -y creímos haberlo hecho- hace ya algún tiempo. Pero la España pueril y anodina, gris, sigue por aquí, muy cerca.
Quizá, en parte por eso, ganará las elecciones el 20-D -el CIS lo corrobora-, el presidente que ha rechazado participar en el debate electoral del lunes pasado; el que envía a su número dos al del lunes próximo; el que visita a Bertín Osborne y arrasa en televisión: más de 8,7 millones de personas se fascinaron ante el compadreo entre uno y otro. Todo un éxito.

Y es que sí, aunque empiece una nueva campaña electoral, la más sugestiva y concluyente desde hace muchos años, seguimos, de algún modo, en blanco y negro; la política ha pasado a ser ir a casa de Osborne y el periodismo ha pasado a ser, precisamente, Osborne. El baño y masaje a los políticos, o hacerse un Osborne, ya es lo mismo, y es lo que te lleva más directamente a La Moncloa. Más, mucho más, de lo que te aleja de ella un atril vacío frente a miles de ciudadanos asombrados ante la insólita ausencia de quien les gobierna.

Al menos, para alegría de quienes desean otra España, una más vanguardista, moderna y dialogante, el CIS, además de la clara y sin embargo quién sabe si pírrica victoria electoral del PP, confirma también el final de una época, la del bipartidismo, que sin duda ha alimentado a la España letárgica y tediosa.

Los ciudadanos se han cansado del tobogán que hacía looping, como hacen las montañas rusas que dan la vuelta entera para acabar siempre en el mismo sitio, en la misma estación, aunque tuviera otro nombre.

Y, ante este trazado que incluye una nueva parada en la atracción del parque temático político, Rivera se revela como el factor determinante. Quiere decidir quién gobernará, y probablemente lo hará. Aunque lo que le gustaría acordar, que gobierne él, no le resultará tan sencillo.

El juego democrático incluye las travesuras potenciales de extrañas alianzas poselectorales. Pero si el sentido común es sustancial en la vida, en política debería resultar imperativo: quien gane las elecciones debería gobernar. Sin embargo, vencer en los comicios en votos y en escaños ya no es suficiente para regir después.
Si para ganar las elecciones hay que ir a casa de Bertín, o bailar en El Hormiguero, o reírle las gracias, sin ofenderte, al Gran Wyoming, para gobernar en la España de 2016 aún no sabemos qué hace falta.